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¿Es necesaria la ciencia?

Éste es el título de un ensayo escrito en 1989 por el premio Nobel Max Perutz, quien hace un análisis del impacto de la ciencia en temas como el sanitario, la producción de alimentos, el problema energético o el crecimiento de la población, destacando los enormes avances experimentados en la calidad de vida de todos los continentes gracias a la investigación científica y haciendo ver el peligro del uso no ético de las enormes potencialidades del conocimiento. Ante esta situación cabría preguntarse cuál es el momento español con respecto a la ciencia y su impacto social.El desarrollo científico tiene varias características. La primera a destacar es que es dinámico, flexible y, sobre todo, reversible. Es decir, que, si en una etapa determinada (crecimiento y aumento de los grupos) no se continúa el proceso se corre el peligro real de regresar hacia la etapa primera, de falta de personal formado. Una segunda característica es que debe seguirse un proceso ordenado, es decir, que no se puede llegar a una etapa sin antes haber atravesado las anteriores. Esto es especialmente evidente en la existencia de retornos de las inversiones en ciencia, y también en la falta del suficiente desarrollo tecnológico de buena parte de nuestras industrias y empresas, que al no invertir mínimamente en I+D no están capacitadas para su correcto desarrollo y competitividad internacional.

Refiriéndonos al área de nuestra especialización (biología, aunque los razonamientos son, probablemente, generalizables), las décadas de los sesenta y setenta fueron las etapas de formación, en las que se fue haciendo sistemática la especialización en el extranjero de numerosos doctores, y su vuelta en condiciones más o menos complicadas. La década de los ochenta marcó claramente la segunda etapa de consolidación, aunque esta consolidación no ha sido homogénea. Este crecimiento se ha plasmado en la aparición de grupos brillantes en muchas disciplinas.

En los años noventa, sin embargo, la tendencia parece estancarse o incluso disminuir el desarrollo indicado. A título de ejemplo, la reducción de las inversiones para la formación de doctores y la disminución en la incorporación de investigadores ya formados pueden hacer peligrar la consolidación y el prestigio incipiente de la ciencia española. Ante este hecho, que se está dando en todas las ramas de la ciencia, creemos que hay que tomar medidas urgentes. Es evidente que la economía mundial, y la española con ella, está atravesando un periodo de crisis profunda, de la que no es ajena la mundialización del mercado. Pero, precisamente por ello, la inversión en desarrollo científico es de carácter estratégico y debe no sólo continuar, sino aumentar progresivamente, para equipararse con la media de los países europeos.

El número de científicos jóvenes (y ya no tan jóvenes) que ya se han especializado en el extranjero y regresan a nuestro país está aumentando, mientras que las opciones a insertarse en el sistema de I+D público y privado no aumentan, con lo que la inversión realizada en su formación corre el peligro de perderse. Sería deseable, en este aspecto, establecer fórmulas que permitan un adecuado aterrizaje de estos especialistas, para que pudiesen optar a situaciones profesionales de una cierta estabilidad (por ejemplo, contrataciones quinquenales).

Ante esta situación alarmante se hace necesario, y nosotros reclamamos, un acuerdo global de la sociedad que permita la institucionalización de las inversiones en la ciencia de tal modo que éstas resulten independientes de los cambios políticos que puedan darse y que, por tanto, ayude a crear una masa crítica de científicos de calidad tal que sea factible la aparición de los desarrollos tecnológicos.

Firman también Ana Aranda Jesús Ávila , José Luis Díez, Manuel Espinosa, Aldo González, José López-Carrascosa, Jesús del Mazo, Pere Puigdoménech, Jaime Renart, Pedro Ripoll, Lucas Sánchez y Augusto Silva.

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