Ejercicios intelectuales en la caravana
Quedan pocas horas de campaña y todas las miradas se vuelven escrutadoras hacia Felipe González. ¿Sacará algún cartucho de la manga en sus últimos mítines? Y si no lo hace o el cartucho es poco eficaz, ¿qué hará a partir del domingo si los socialistas sufren la derrota anunciada? Desde luego, no parece dispuesto a convocar elecciones legislativas. ¿Cambiará el Gobierno? No faltarán barones que se lo pidan. ¿Declarará abierta su sucesión? "Tengo cuerda para rato", acaba de decir. González hará, pues, lo que quiera. Y si opta por el inmovilismo, los socialistas se atrincherarán con él en el penúltimo reducto de Numancia.La campaña nacional del PSOE está siendo tan profesional como siempre, pero polvorienta en las puestas de escena y pobre de ideas. Sus argumentos son que se trata de cerrarle el paso al PP y que es injusto que los gestores municipales y regionales paguen el precio de los escándalos. Pero es dudoso que la consigna "¡Que viene la derecha!" funcione tan bien como en 1993. Puede mitigar la amplitud de la derrota, pero ya no sirve para ganar. Buena parte de la España de las ciudades, las clases medias y los jóvenes creen justo y necesario que se le dé una oportunidad al centro-derecha de José María Aznar. Sin embargo, el otro argumento expresa una verdad. Lo mejor de la campaña socialista está en esos miles de hombres y de mujeres, con frecuencia jovenes , que, pese ala nube de azufre venida e Madrid, defienden sus proyectos concretos en pueblos y - ciudades. Ellos son la base a partir de la cual el PSOE debería retomar sus contactos con la España más dinámica.
¿Quién liderará la reconstrucción socialista? ¿El propio González? ¿Alguno de los presuntos delfines citados en los me dios de comunicación? ¿Un desconocido? He aquí la principal diversión intelectual e la caravana periodística que sigue, la campaña nacional del PSOE. Todos sus miembros son conscientes de que se trata e un juego para ejercitar las meninges. Primero, porque la carrera por la sucesión no empezará de verdad hasta que González lo decida; segundo, porque en este tipo de competiciones el que sale primero del bosque tiene enormes posibilidades de caer abatido por el fuego de sus rivales. No obstante, la opinión mayoritaria de la caravana es que José Borrell da la talla.
Borrell está demostrando en sus mítines dotes presidenciales. Tiene porte, discurso y gancho. Trata a los espectadores como adultos ilustrados. Además de decir lo de los demás, explora en profundidad el porvenir. El otro día, en la colina sobre la que Asdrúbal decidió fundar la ciudad de Cartagena, dijo: "Pase lo que pase el domingo aunque los electores no quieran que volvamos a ganar, los valores de la socialdemocracia seguirán igual de vigentes". Y durante tres cuartos de hora, desgranó esos valores ante un público todo oídos. Antes, en una conferencia de Prensa, cuatro de las siete preguntas que se le hicieron versaron sobre su posible papel en el futuro del PSOE. Borrell pudo haberlas rechazado con enfado, pero no lo hizo. Sonrió y, al decir que aquél no era "ni el momento ni el lugar", dejó abierto un interrogante. "¡Es un monstruo!", exclamó una joven militante de Cartagena. "Es nuestro Jospin", le respondió un compañero cuarentón. No es seguro que Borell sea el Jospin de una socialdemocracia española renovada desde la oposición. Lo estan -lo estamos- sacando demasiado pronto del bosque y corre el riesgo de quedarse en Michel Rocard.
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