Palabras y silencios
Sostuvo en cierta ocasión Alfonso Guerra que cada uno es "prisionero de lo que dice y dueño de lo que calla". A veces también se es prisionero de lo que se calla, de lo que se dice a media voz, de lo que se pronuncia con una falta de énfasis que puede llegar a ser comparativamente llamativa. Nadie recuerda, por ejemplo, una advertencia del presidente del Gobierno a los terroristas del Monbar. (cuatro muertos) de que se pudrirían en la cárcel el resto de sus días.Como ayer coincidieron en constatar varios portavoces parlamentarios, Ricardo García Damborenea ha conseguido, pese a su deleznable apología pública del terrorismo de Estado, arrojar sobre Felipe González menos que una prueba y más que una simple sospecha. La explicación está, seguramente, en que al hablar de los GAL el ex secretario general del PSOE de Vizcaya no es el único que experimenta la tentación de moldear recuerdos a conveniencia, aunque sea sin llegar a la mentira flagrante.
El propio presidente del Gobierno reivindicó ayer con ardor sus condenas pasadas de los GAL. Puede que existiera la voluntad de hacerlas, pero no han. quedado en la memoria ni en los titulares de los periódicos con la rotundidad que ahora haría increíble el señalamiento acusador.
Más bien, como admitió el portavoz del Grupo Socialista, Joaquín Almunia, en este asunto se trató de mantener "una línea argumental absolutamente pulcra". Pero hay delitos que, además, son crímenes. Y ante los crímenes es exigible más que pulcritud, una condena clara, rotunda.
González reiteró ayer un viejo argumento para explicar la falta, de resultados policiales frente a los GAL. Actuaba en territorio francés. Sorprendente letanía en labios del Gobierno desde que apareció en público la sigla, porque es el mismo Gobierno que reclamaba, exigía, colaboración de Francia frente a una organización como ETA, cuyos crímenes se perpetran siempre en territorio español.
Más allá de las palabras, hay hechos. El presidente del Gobierno sostuvo que, pese a todo, la policía actuó y entregó detenidos a la justicia. En realidad hubo dos casos, los dos relacionados con asesinados ciudadanos franceses ajenos a ETA.
El 1 de marzo de 1984 cayó abatido a balazos en Hendaya Jean Pierre Leiba. Dos de los asesinos, perseguidos a través del complejo ferroviario fronterizo por compañeros de la víctima, se arrojaron literalmente en brazos de la Guardia Civil. De la calidad de la investigación da idea la actitud de la policía española. Siete días después, con las indagaciones "muy avanzadas", la policía "descarta prácticamente" la relación de los detenidos con los GAL, que estos proclamaban sin cesar.
El segundo grupo fue detenido en Barcelona, acusado del asesinato de Robert Caplanne, al que confundieron con, otra persona. El sumario es revelador. El comando lo dirigía Ismael Miquel, confidente y colaborador policial, según quedó acreditado en autos.Poco antes de la desarticulación del grupo, Miquel sabía que sus teléfonos y los de sus compañeros estaban intervenidos. Alguien Je había avisado y huyó de España. Miquel advirtió al menos a uno de sus compinches, José Luis Fariñas, pero éste optó por no escapar y pudo ser detenido.
El historial de la policía española frente a los GAL, se mire como se mire, es bochornoso y no prueba en absoluto la decisión. del Gobierno de combatir a esta organización. En el campo de los hechos, al menos, la línea no es tan "absolutarnente pulcra".
Nadie ha explicado todavía, por ejemplo, por qué el mercenario francés Georges Mendaille, cuya extradición a Francia acusado de organizar atentados de los GAL aprobó la Audiencia Nacional el 24 de julio de 1989 y confirmó dos meses después, pudo residir libremente en. España cuatro años más, antes de ser entregado a las autoridades del país vecino. Las mismas a las que se pedía y se pide colaboración. Las mismas cuya indiferencia, según los apologetas de los GAL, dio origen a la aplicación del ojo por ojo, diente por diente y muerto por muerto.
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