Vacío de memoria
Tal vez el abogado Felipe González no sabe ni puede saber nada de los GAL, pero el presidente del Gobierno, Felipe González, sabia algo y hasta, se mostraba comprensivo al buscar la explicación del "fenómeno" recurriendo a la misma teoría utilizada por los cómplices de ETA para justificar sus crímenes. En una entrevista concedida a Cambio 16 en octubre de 1984, el presidente declaraba que "la aparición de un grupo como los GAL (..) está íntimamente ligada a la dinámica acción-reacción por parte de ETA. Es decir, que frente a una acción de ETA se produce una reacción del GAL". Y añadía, como enviando un mensaje: "Es imaginable, es posible imaginar, que, si las acciones de ETA disminuyen o se suspenden, las acciones de los GAL tenderán a disminuir o suspenderse". Ninguna palabra de condena en esa entrevista, sólo una advertencia para evitar su proliferación: "Lo peligroso del fenómeno, a mi juicio, si se tiene un cierto éxito en esta tarea de asesinar a una serie de personas ligadas a ETA, [es que] va a haber mucho espontáneo que se atribuya el patronímico. Por tanto, el fenómeno puede llegar a ser peligroso, porque creo que puede proliferar la existencia de uno o más grupos que, bajo un patronímico que se considera como un éxito, empiecen a actuar".El fenómeno puede llegar a ser peligroso: esto es todo lo que tenía que decir el presidente en octubre de 1984, cuan do los GAL habían cosechado ya un notable éxito en la "tarea de asesinar a una serie de personas ligadas a ETA" e incluso habían comenzado la cuenta de los asesinatos por error: ocho llevaban de lo primero y uno de lo segundo. González lo sabía, como lo sabía también el periodista que realizaba la entrevista y que no mostró indignación alguna ante las palabras tan realpolitik del presidente; como lo sabíamos casi todos nosotros, sin que, ni entonces ni después, las acciones de los GAL fueran suficientes para suscitar un movimiento de indignación moral ni de condena política que hubiera obligado a detener aquella serie de asesinatos.
Muchos son los mecanismos a que solemos recurrir para negar la autoría de un delito, la complicidad en su ejecución o la negligencia por no haber hecho todo lo posible para evitarlo. El más radical es la pura y simple supresión del recuerdo. No se trata entonces de una mentira en sentido estricto, sino de una voluntad tan fuerte de olvido que acaba por abrir un hueco en la memoria. Lo memorable, ha escrito Primo Levi, "ha querido convertirse en inmemorial y lo ha conseguido. A fuerza de negar su existencia, ha expulsado de sí el recuerdo nocivo, como se expulsa una secreción o un parásito". Los abogados defensores, sigue diciendo Ley¡, saben muy bien que el vacío de memoria y la verdad conjetural tienden a convertirse entonces en olvido y en verdad de hecho.
Y eso es lo que propone el abogado Gonzáléz con el recurso a la presunción de inocencia: que nos enfrentemos a la página más negra de nuestra reciente historia política como si se tratara de un asunto meramente penal. Pero eso, que podría haber sido así el año 1984 si se hubiera perseguido a los GAL, es lo que no puede ser hoy, no sólo por que muchos de los solidarios en el crimen han comenzado a hablar, sino porque es un asunto que nos concierne a todos y que exige del Estado y de la sociedad reconstruir los hechos tal como fueron, llenando la memoria de materia histórica y aventando el olvido y las medias verdades con que los abogados pretenden, por cuenta de sus clientes, sepultar el pasado.
Ha hablado el abogado González y su alegato, construido sobre un vacío de memoria, resulta convincente: quizá un jurado carecería de pruebas para declararle culpable. Habríamos deseado oír, sin embargo, al presidente González forzando el límite de lo posible y llamando esta vez a las cosas por su nombre. Es una operación lacerante, pero es la única que puede evitar que ese pasado, convertido en fantasma, gravite como una losa sobre nuestra vida pública.
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