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Destiempo

Enrique Gil Calvo

Conforme la última legislatura socialista declina, la política se está convirtiendo en una carrera contrarreloj donde ningún corredor sabe cómo sincronizarse, pues ignora cuál de los múltiples cronómetros le proporcionará una marca mejor. De ahí, que la obsesión del presidente del Gobierno, tal como la formuló en la Fundación BBV, sea la de "alcanzar el dominio del calendario en lugar de seguir arrastrado por una serie cada vez más numerosa de compromisos a fecha fija" (según la cita de M. Á. Aguilar: EL PAÍS, martes 31 de octubre, página 20).¿Cómo se alcanza el dominio del calendario? Evidentemente, en democracia no sé puede romper ni parar el reloj. Pero, si no es posible congelar el tiempo, sí se puede diferir o dilatar sus plazos forzando la duración y haciendo que discurran al ralentí o que terminen a destiempo. Es lo que intenta González con su negativa a disolver las Cortes tras ver rechazado su Presupuesto o con su aplazamiento indefinido de la decisión de presentarse como cabeza de su lista electoral o renunciar a hacerlo. Pero actuando así se comporta como un árbitro de fútbol que al final de los 90 minutos de juego prolongase artificialmente el partido regalando al equipo que va perdiendo un precioso tiempo de descuento. Esta parcial arbitrariedad de erigirse a la vez en juez y parte es, sin duda, perfectamente legal, pero revela una peligrosa inclinación a caer en la marrullería del peor juego sucio.

Si el partido ya ha acabado y es el PSOE el que lo ha perdido, ¿por qué no silbar ya su final definitivo? ¿A santo de qué viene tanta demora injustificada?'¿Por qué esperar a los idus de marzo cuando la disolución podría firmarse a tiempo de que la campaña electoral comenzase pasadas las Navidades? ¿Sólo por empeñarse en alcanzar contra viento y marea el dominio del calendario?Es posible que se trate, una vez más, dé una política de gestos que permita mantener el tipo cara a la galería negándose a dar el brazo a torcer para seguir aparentando quién es el que manda. No se crea, sin embargo, que esto es puro teatro, pues es quizá algún millón de votos, de más o de menos, lo que está pendiente de gestos como éstos.Muchos le piden a González, ya que ha perdido, que tenga la entereza democrática de marcharse con elegancia, como hizo Suárez en su momento. Pero olvidan que la facilidad con que Suárez cedió el poder le costó a UCD su hundimiento electoral. Y González no quiere que al PSOE le pase lo mismo. Por eso, para conservar intacto el fondo de resistencia electoral, hace falta mantener el tipo a cualquier coste. Lo cual, dicho sea de paso, nos beneficia a todos, por sucio que resulte el juego. Pues, si González se rindiese fácilmente y, ante lo patente de su debilidad, el PSOE se hundiese, lo pagaría la democracia española, que no debe permitirse otro cheque en blanco para una nueva mayoría absoluta como la de 1982, cuando no se supo evitar la caída en la tentación de extralimitarse en el abuso de poder. Y un razonamiento análogo permite entender por qué no se decide González a presentarse o retirarse. Anunciar a destiempo que tira la toalla implica no sólo regalar la mayoría absoluta a Aznar, sino, además, entregarle también a Guerra el control del partido, como revela el hecho de que los guerristas postulen como candidato inverosímil a su líder a fin de vetar a los posibles sucesores. De ahí, que, como en el juego del gallina (véase, James Dean en Rebelde sin causa), haya que aguantar hasta el último instante, al borde ya del abismo, esperando que el rival no soporte la tensión y se achante antes para quedarte tú con el honor de ser el último en tirarte del coche. Pero esta apuesta contra el tiempo puede ser suicida si yerras el cálculo y te tiras a destiempo. Es lo que le podría suceder a González si tuviera que presentarse finalmente corriendo el riesgo de que el Supremo le procese. Y, como el presidente no puede asumir ese riesgo a destiempo, antes de que ocurra tendrá que tirarse en marcha del coche.

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