"De joven pensé que era Dostoievski; la vida me enseñó que no lo era"
A José María Gironella le obsesiona la muerte. Es algo que se nota en sus libros, desde aquellos lejanos Los cipreses creen en Dios hasta el último, El corazón alberga muchas sombras, que acaba de publicar Planeta. A sus 78 años, el escritor aún recuerda la fuerte depresión que sufrió a los 33 y sus dos intentos de suicidio. De aquella experiencia surgió quizá la obsesión por la muerte. Cuando echa la vista atrás murmura: "A los 29 años, cuando gané el Premio Nadal con Un hombre, pensé que era Dostoievski, pero la vida me ha demostrado que no lo era. Pensar en la muerte, visitar cementerios, es algo que me vacuna contra la vanidad". Quizá por eso su última novela está ambientada en un cementerio.Pregunta. El corazón alberga muchas sombras es un coloquio entre grandes personajes, desde Caín y Gandhi hasta Marx, Mao y Juan XXIII. ¿Cómo surgió la idea?
Respuesta. Me inspiré en Gog, de Papini, que es uno de mis maestros. Lo empecé a leer a los 15 años y todavía lo sigo leyendo. Es una pena que esté olvidado, pero también ha pasado injustamente con otros... De todos modos, esto es algo que me vacuna contra la ambición terrenal. Vivimos una época vampiresca, le chupan la sangre a uno, lo exprimen y fuera. Pero claro, ahora hay muchos escritores y es lógico que pase. Los gustos cambian muy de prisa... Como decía, me inspiré en Gog, un libro en el que Papini hacía entrevistas imaginarias. Yo he elegido a 15 personajes históricos y los he situado en un rincón secreto del cementerio de Girona. Explican su biografía y discuten entre ellos. Ha sido un reto muy difícil.
P. Marx, por lo visto en el libro, no le cae muy bien.
R. Francamente, prefiero Judit Mascó a Marx, pero he procurado ser objetivo. Pienso que Marx se equivocó porque creía que su revolución seria en países industrializados.
P. Juan XXIII le cae mejor.
R. Era un personaje extraordinario. Me gustaría que aún estuviera vivo. En cierta ocasión, un escultor comunista amigo suyo le preguntó: "¿Adónde prefiere ir, al cielo o al infierno?". Y él respondió con una sonrisa: "Para estar más confortable, al cielo, pero para ver a mis cardenales, al infierno". Era genial.
P. La muerte se repite mucho en sus libros.
R. Es que la muerte es lo único importante. Mire si me obsesiona la muerte que hace 15 años que estoy haciendo un archivo sobre la muerte. Lo tengo en apartados: suicidio, eutanasia, últimas palabras, epitafios... Por cierto, tengo uno de Colombia que me encanta: "Murió contra su voluntad". Cuando lo publique, que espero hacerlo dentro de un par de años, será como una enciclopedia en cinco tomos.
P. ¿Teme la muerte?
R. Tengo 78 años y la veo muy cerca. Me da miedo porque no tengo claro qué encontraré después. Pienso, de todos modos, como André Maurois, que decía: "Ya sé que me tengo que morir, pero esperaré a última hora".
P. Los cementerios también se repiten en su obra. ¿Qué encuentra en ellos?
R. He visitado unos 200 cementerios importantes. Me atraen. ¿Qué encuentro en ellos? Pues r Macen reflexionar. Me muestran que todo es efímero que todo pasa. Es algo que me vacuna contra la vanidad, de la fama. Recuerdo que cuando en 1946, a los 29 años, gané el Nadal con Un hombre pensé que era Dostoievksi. Había recibido un cheque de 15.000 pesetas, que entonces era mucho dinero, y me paseaba por La Rambla muy ufano, con mi cheque y un ramo de flores... Era maravilloso, pero la vida me ha demostrado que yo no era Dostoievski.
P. A usted se le conoce sobre todo como autor de Los cipreses creen en Dios...
R. Es cierto, a partir del éxito de este libro me quedó la etiqueta del señor de los cipreses. Vendí cuatro millones [de ejemplares] en castellano y se tradujo a siete idiomas, lo que hace un total de ocho millones de ejemplares Pero esto pasa una vez en la vida. He escrito hasta ahora 33 libros, pero la gente sigue diciendo "Ah, Gironella, el de Los cipreses...", y ya no leen nada más.
P. ¿Por qué cree que Los cipreses... tuvo tan buena acogida?
R. Cuando lo escribí, ya se habían publicado varios libros sobre la guerra civil, pero nadie había pensado en explicar el porqué de la guerra, cómo se había llegado al enfrentamiento. Yo lo había vivido en Girona y sentí la necesidad de explicarlo en esa novela. En la continuación, Un millón de muertos, también quise mostrar la guerra desde los dos bandos. Tuve que luchar medio año con la censura. No querían que se publicara, pero como Los cipreses... había tenido un gran. éxito y se había traducido a siete idiomas, los amenacé con publicar Un millón... en Francia con una faja que dijera: "Prohibido en España". Lo mismo pasó con Ha estallado la paz, que Robles Piquer se empeñaba en censurar... Pero al final se publicó íntegro.
P. En sus libros de viajes se nota su atracción por el mundo oriental.
R. En 1962 viajé por primera vez a Asia y desde entonces mi vida cambió. Siempre pienso en Asia, en el yin y el yang. En mi próxima reencanación quiero nacer en la India, porque me encuentro más en casa en Oriente que en Occidente. Me atraen Confucio, Gandhi, Lao Tse...
P. Usted sufrió una fuerte depresión a los 33 años. ¿Cómo la recuerda?
R. Fue terrible. Me vino cuando acabé Los cipreses... La novela se publicó y tuvo un éxito brutal. Todo me sonreía. Por primera vez despegaba económicamente y la gente me conocía. Pero, de repente, un día estaba en la catedral de Girona y sentí un fuerte dolor en la cabeza. Lo he explicado en Los fantasmas de mi cerebro. Un médico me advirtió que era el preludio de una depresión y, por desgracia, se confirmó. Viajé a Mallorca con mi mujer y me sometieron hasta a ocho electrochoques. Estuve ocho días en estado catatónico y me han quedado algunos rastros de amnesia, pero conseguí superarlo al cabo de tres años. Si no hubiera sido por mi mujer, seguro que me habría suicidado. Estuve a punto de hacerlo un par de veces. Estaba en las rocas, junto al mar, y pensaba en tirarme, pero me salvó pensar en Dios y en mi mujer.
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