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Reportaje:

Belén, ciudad abierta

Los habitantes de la cuna de Jesús celebraron durante toda la noche la llegada de la policía palestina

Fue sinfónico. Silbidos, aplausos, bocinazos. Y los cantos de palestinos arremolinados en baile por las calles. Alguna que otra ráfaga de ametralladora festiva. El estruendo de fuegos artificiales que iluminaron la noche con los colores de la bandera de Palestina. Y los gritos enojados al último jeep del Ejército israelí desde el que agitaba el brazo un joven soldado. Se despedía. Su expresión de alivio ilustraba el fin de los casi treinta años de ocupación israelí en Belén.El silencio de los israelíes resultaba atronador a pesar de las letanías que entonaba un solitario judío ortodoxo que se aferraba a las rejas de la antigua comisaría israelí, en plena plaza del Pesebre. Eran lamentos: "Me duele que hayan entregado Belén, la ciudad de David, la ciudad de Raquel". Nadie le hizo caso. Seguramente había escuchado a alguno de los rabinos que han decretado que, ante el avance de Yasir Arafat en Cisjordania, hay que rasgarse las vestiduras. Literalmente.

La llegada de las fuerzas de Arafat a Belén se brindó a darle a la noche otros toques teatrales. Con el aplomo de las estrellas del cine, policías palestinos bien uniformados se hicieron cargo de la ciudad. Lo primero que encontraron fue un histórico atasco de tráfico. "WeIcome to Palestine" ("Bienvenidos a Palestina"), les gritó un joven.

La mayor parte de los 50.000 habitantes de la región de Belén quiso llegar hasta la plaza, donde desde hace días millares de turistas y periodisas montaban guardia. Han esperado aburridos la llegada de la policía palestina. Mientras tanto, se han dedicado a comprar recuerdos como máscaras de Arafat o muñecos de Papá Noel tocados con la kufiya (pañuelo palestino).

Coches de toda Cisjordania, convergían en Belén con banderas en alto y niños medio. dormidos que se asomaban por las ventanillas. Una estudiante berlinesa de arte dramático se abría paso a codazos para ver pasar el convoy. Y confesó: "Lo que veo hoy me hace sentir lo mismo que cuando cayó el muro. ¡Qué felicidad tiene la gente en la cara!". Desde la fachada de un edificio a medio construir, un enorme retrato de Arafat sonreía.

El espíritu navideño ha traído este año a Belén una crisis de identidad. La cuna de Jesús sigue siendo cristiana, pero el número de creyentes va en descenso. Hoy llegará el visitante más importante en muchos años, que va a ser un musulmán: Arafat. Y los numerosos vecinos judíos de Belén se quejan del repliegue de los soldados.El primer comunicado de las nuevas autoridades palestinas fue una invitación a la reconciliación. Haj Ismaíl, el comandante de la fuerza policial palestina, proclamó Belén como ciudad abierta. "Todo el mundo puede venir a Belén", dijo, "y espero que ésta sea una Navidad muy feliz, que sea un festival de paz para todos".

A Arafat le preocupa que un grupo de extremistas de la llamada Embajada Cristiana Internacional, una de las extravagantes organizaciones del folclor teológico local que se han sumado a las protestas judías, le haya acusado de utilizar la Navidad con fines políticos. Las protestas se han agravado tras la aparición de un enorme cartel que proclama a Jesús como "el primer revolucionario palestino" en plena plaza del Pesebre, a pocos metros de la terraza desde la que hablará Arafat mañana. El líder palestino asistirá después a la misa del Gallo del brazo de su esposa, Suha.

Anis, un cerrajero cristiano de Belén de 73 años, se expresaba anoche como un chiquillo. Por nada del mundo se perdería el espectáculo: "Quiero ver a mi presidente, quiero escucharle hablar en árabe". Sus manos alzadas hacia el cielo daban énfasis a su deseo.

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