Enseñanzas francesas
LOS PRÓXIMOS días despejarán la incógnita de si la tregua navideña, después de tres semanas de rebelión social, alumbrará en Francia una digestión concertada de las reformas incluidas en el plan Juppé, o dará paso a una nueva y enconada fase de: protestas que acabarían desembocando en una verdadera crisis política de serias consecuencias para Francia. y para Europa. A favor del encauzamiento militan escasos indicios, pero quizá suficientes. Uno es la dificultad de que encuentre suficiente eco una nueva llamada a la protesta por parte de los dirigentes sindicales, tras haber logrado sentar al Gobierno a negociar; otro, la ausencia de alternativas practicables a, las reformas.Alain Juppé ha pagado con fuertes mermas de credibilidad un triple error: la esquizofrenia entre el populismo de la campaña que encumbró a la presidencia a su patrón, Jacques Chirac, y sus propuestas prácticas; la presentación simultánea y con carácter de ultimátum de un paquete de reformas (Seguridad Social, pensiones, subida de impuestos, reestructuración financiera de empresas públicas ... ) dificilmente digerible en bloque; y la inicial búsqueda de una confrontación social entre huelguistas y usuarios., propósito paradógico para quienes hicieron de la lucha contra la fractura social su lema de campaña. Cierto que todos estos errores tienen un atenuante: desde la efímera gestión do Michel Rocard - y aun éste, tímidamente-, ningún Gobierno (incluido el de Balladur) se ha atrevido a impulsar las reformas estructurales imprescindibles para la economía francesa. El plan Juppé no era descabellado, aunque lo fuera su administración política como han reconocido las voces más sensatas y menos inclinadas a la demagogia de la oposición y de la intelectualidad.
Al fin y al cabo, todos los Gobiernos europeos se han visto obligados a iniciativas, similares para sanear. sus finanzas públicas. Las voces que se alzan contra este imperativo económico tildándolo de pensamiento único deberían concretar cuál es la receta alternativa: es decir, que no reproduzca, agravándolo, el problema que se trataba de combatir.
Lo que sí existen son diversos modos de adaptarse al nuevo entorno económico internacional, y son estas distintas opciones las que configuran las distintas políticas que pretenden ser a un tiempo viables y eficaces. Unos, como los neoliberales británicos, lo han hecho a la brava; otros, como los socialdemócratas nórdicos, con más tiento y convencimiento social. Pero el rasgo común de todos ellos es la búsqueda del saneamiento de las finanzas públicas. Es decir, la lucha contra el déficit excesivo, condición necesaria aunque no suficiente para liberar recursos a la economía productiva y permitir el abaratamiento de los tipos de interés que incentiven la inversión y el empleo. Ello implica contener el gasto público.
Reestructurar el Estado de bienestar para defenderlo es un lema que en ocasiones explicita una verdadera voluntad de reforma y en otras esconde el propósito de, su simple supresión. Corresponde a los electores dilucidar en cada caso si, contra lo que parece augurarse en España, no se les escamotea en campaña electoral un debate trascendental como es la reforma de las pensiones. Las fórmulas de Juppé -impuesto extraordinario para liquidar la deuda acumulada de la Seguridad Social- limitación de su gasto; ahorro en las prestaciones médicas; modificación de los periodos de cotización- son discutibles y existen otras Posibles. Por ejemplo: ¿es mejor poner el acento en el gasto social o hacerlo en los agujeros generados por las empresas públicas qué como Air France o Crédit Lyonnais, pierden al año centenares d e miles de miIlones de pesetas? Pero aunque el acento pueda variar, el problema es siempre la necesidad de atajar el exceso de gasto público, lo que siempre provocará descontentos sociales e impopularidad de los Gobiernos.
Quienes critican le política económica de austeridad apelando a la presunta dictadura de los criterios de convergencia de Maastricht para la moneda única persiguen sombras. Que tengan la audacia de propugnar claramente el retorno a las fronteras, a los controles de cambios, al proteccionismo frente al Tercer Mundo, a los mercados acotados, al dirigismo estatal. Y que expliquen si todo ello hace mas competitivo a un país, si puede emprenderse esa vía en solitario, si esa alternativa es solidaria con los países emergentes o atrasados y si fomenta más prosperidad en un mundo abierto, que no entiende de provincias ni imperios, aunque hablen en francés y se autoconsideren progresistas.
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