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Armario y percha

Vicente Molina Foix

Los heteroxexuales se ríen mucho en Felpudo maldito. En la peliculita, que podría estar firmada por Mariano Ozores, aunque siendo francesa es algo más chic y más progre, se castiga un marido tópico con unos cuernos sáficos, que producen en la mayoría de los espectadores la misma identificación simpática -duradera lo que dura la proyección- que un público de wasps siente por los filmes del tipo Bailando con lobos; al salir del cine, tanto los indios como las lesbianas seguirán confinados, para comodidad de todos, en sus reservas. Pero la directora Josiane Balasko, que no es tonta, se guarda una carta trucada para el final: ¿sucumbirá el antes mujeriego marido a los encantos de cuarentón apetecible de Miguel Bosé? ¿Caeremos todos, incluso los que están por encima de la sospecha -la Balasko es esposa y madre en la vida, aunque su tortillera de ficción sea tan real- en la tentación de un mundo bisexual prohibido y vertiginoso?Es normal que una sexualidad tan concupiscente e intrascendente, tan marginal o excéntrica como la gay siga despertando, y más en nuestro país sobre tantas cosas dormido aún en la oscuridad, desprecio público y morbo privado. Uno de los angelicales niños-chaperos (¡de 20 años!) implicados en el caso Arny decía el otro día brutalmente a un periodista que se negaba a pagarle sus soplos: "Estáis ganando muchos lectores con lo del Arny y eso hay que compartirlo". Creo que el chico tenía razón, y esa crecida de interés en los medios de comunicación que se produce cuando la corrupción es rosa acaba afectando incluso a ciertos columnistas tenidos por progresistas, que deseosos de atraer la atención de los lectores a cualquier precio escriben de "maricones explotadores de una juventud estafada", "abominación" y "horteras pervertidos". Son esas mismas personas que calmarían su conciencia firmando cartas de apoyo a un centro de asistencia a afectados del sida y riéndose a todo reír con el triunfo imaginario de las lesbianas de Felpudo maldito o los maricas de El hombre deseado.

Porque lo cierto es que cada vez hay más público con ganas de ver gays en la pantalla (hasta en las de televisión, aunque en este medio tendrán más éxito si aparecen con tintes degradantes, como ese endriago de Pepelu que actúa en el bodrio llamado Esta noche cruzamos el Mississippi). El espectro del interés por la conducta amorosa homosexual es amplio, y alcanza, en películas recientes, muchas aún en cartel, desde el refinado Lytton Strachey de Carrington hasta la locaza de Fresa y chocolate y las dragqueens de Las aventuras de Priscilla, pasando por el sobrio forense de provincias de Hotel y domicilio, el vergonzante médico de Boca a boca, o el amigo que se lo tenía callado de Historias del Kronen, por citar ahora ejemplos españoles. Por haber ha habido en la gama hasta un cura católico que deja a ratos su casulla y se pone una chupa de cuero para ligar en los bares de ambiente, retratado, hábilmente por la directora Antonia Bird en esa curiosa cinta británica, Sacerdote más un ataque a la jerarquía de la Iglesia de Woytila que una defensa de los derechos del gay.

Afortunadamente, hay también en el cine, por no hablar de la literatura o las artes plásticas, obras independientes, convencidas pero no sectarias, que reflejan la creciente salida del armario -así se expresa en inglés, con la frase to come out of the closet, la pública asunción de un erotismo diferente- de los homosexuales occidentales (¿para cuándo, después de la cubana Fresa y chocolate y la china Adiós a mi concubina, una película gay tolerada procedente de Irán?). Películas como las del americano Gregg Araki y en especial su Vivir hasta el fin, la francesa Los juncos salvajes, Go fish o Mi Idaho privado, que presentan la sexualidad desviada sin adobos morbosos ni disculpas, sacando a la plena luz de la cámara el contenido de los armarios. Pero aún seguiremos mucho tiempo viendo a unos artistas utilizar el talante gay como percha de sus cálculos financieros y a un público que aplaudirá a oscuras lo que luego, al volver a casa, pondrá debajo del felpudo.

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