Solsticio
Aquellos veranos de la niñez, cuando el calor descendía muy limpio desde el azul hasta el fondo de los alacranes, vuelven a la memoria en la noche de San Juan. Entonces los incendios sólo se debían al rayo o a la venganza de los pastores. Gran parte de los crímenes eran solares. Se resolvían con navaja con azada o escopeta de postas y sobre el cadáver respectivo, que quedaba con los ojos abiertos mirando el limonero cargado, cantaba el cuclillo un atardecer con olor paja quemada. Algunas pasiones humanas forman una pasta cenagosa semejante al bochorno del verano. En tiempos de Franco, cuando éramos jóvenes, en verano había muchas serpientes con la boca abierta y la corrupción llegaba hasta el hueso de la cosas, puesto que era ontológíca, pero el estiércol más acreditado lo producían los pollinos. Sus rebuznos sonaban como las trompetas de Jericó y con ellos no había otras murallas que derribar que nuestros cuerpos felices a la hora de la siesta con la imagen de Marilyn y una mosca vibrando en la penumbra de las cortinas. Tal vez porque éramos más puros el sudor, el calor, parecía más limpio en aquellos veranos antiguos en que el sol, fundía nuestra conciencia junto con la resina de los pinos. De camino hacia fondo de los alacranes la canícula entonces resplandecía sobre la represión moral, el terror político y algunos asesinatos solariegos, pero el calor, si bien era muy duro, aún no estaba podrido. Ignoro por qué el sol tiene ahora tan mala calidad. Será porque a llegar al asfalto nos encuentra con muchas ilusiones perdidas. Uno confunde ya la corrupción socialista con la capa de monóxido de carbono que cubre la ciudad. La cloaca del Estado con el hedor real de las alcantarillas, el propio bochorno de la conciencia con la ferocidad del anticiclón. Pero mañana será la noche de San Juan. ¿Quién no recuerda las luciérnagas que brillaban en el jardín? En el fondo de esa noche sonaba un acordeón enamorado con esta canción: sólo siendo puro se puede recuperar una forma de juventud.
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