El filo de la navaja
La embestida lanzada anteayer por ETA contra el comunicado aprobado hace una semana por la Mesa de Ajuria Enea ha despojado de sus esperanzas a los optimistas y ha confirmado en sus temores a los incrédulos. La banda terrorista había anunciado días antes una "suspensión temporal" de sus actividades criminales (rebautizadas con el eufemismo de "acciones armadas") para brindar al Gobierno Aznar la oportunidad de pronunciarse "de manera clara y pública" sobre el País Vasco. Las interpretaciones dadas inicialmente a esa jactanciosa conminación dieron en el blanco: el comunicado de ETA era una trampa para sembrar la cizaña entre los partidos nacionalistas y no nacionalistas, convocados dos días después a una reunión de la Mesa de Ajuria Enea. Pero la respuesta de las fuerzas democráticas, lejos de provocar su división interna, llevó el desconcierto a las filas del nacionalismo radical. ETA y las organizaciones de su entorno habían apostado a que la victoria del PP en las elecciones del 3-M pondría en marcha una escalada represiva de resonancias franquistas que aislaría al Gobierno Aznar y empujaría al nacionalismo moderado a la oposición. Como viene ocurriendo con los lunáticos análisis realizados por los ideólogos del nacionalismo radical desde los inicios de la transición, su pronóstico resultó otra vez equivocado: mientras que los acuerdos entre el PP y el PNV para la investidura de Aznar han sentado las bases de su entendimiento parlamentario a lo largo de toda la legislatura, la política del ministro Mayor Oreja respecto a los presos de ETA y a la colaboración entre las Fuerzas de Seguridad estatales y la Ertzaintza mantiene una continuidad básica con la anterior estrategia antiterrorista. Es cierto que los populares, movidos por el deseo de ganar las elecciones a cualquier precio, incurrieron durante la pasada legislatura en pronunciamientos demagógicos sobre esas conflictivas materias; no era tan difícil adivinar, sin embargo, que el ejercicio del poder atemperaría sus ánimos y les transmitiría sensatez.
El inteligente texto con que la Mesa de Ajuria Enea respondió a la provocadora oferta de ETA no sólo contó con el apoyo de la organización vasca del PP sino también con el visto bueno expreso del Consejo de Ministros reunido el pasado viernes. Además de considerar inaceptable cualquier oferta negociadora de la banda terrorista mientras no libere de su secuestro a Ortega Lara, el comunicado recuerda que ETA nunca ha aceptado la voluntad libre y democráticamente expresada por la sociedad vasca desde la aprobación, hace 16 años, del Estatuto de Guernika y ha ignorado siempre el pluralismo político en nombre de una concepción totalitaria y esencialista". Ahora bien, la Mesa de Ajuria Enea se compromete, en el supuesto de que el nacionalismo radical abandonase su postura intolerante, no sólo a favorecer un debate entre todos los partidos para conseguir un consenso capaz de lograr la normalización de la sociedad vasca, sino también a respaldar "otros procesos de diálgo entre los poderes competentes del Estado y quienes hayan decidido abandonar la violencia".
La tensión entre la justificada desconfianza producida por Ias ofertas de diálogo del nacionalismo radical y el deseo paralelo de no desaprovechar ninguna ocasión para acabar con la violencia obliga a las fuerzas democráticas a caminar por el filo de la navaja. El rechazo por ETA del conciliador comunicado de la Mesa de Ajuria Enea parece" confirmar la lección deparada por el fracaso de las conversaciones de Argel en 1989: la negociación constituiría para la banda terrorista sólo un. instrumento de propaganda y una consigna movilizadora. Pero también es cierto que los partidos democráticos deben agarrar al vuelo cualquier oportunidad de diálogo para impulsar la eventual acepta ción por el nacionalismo violento del pluralismo político y -de las normas del Estado de Derecho que permitan construir una sociedad vasca pacífica y reconciliada.
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