La mamá, hecha un flan
Vaya por delante que la niña no lo hace peor -ni mejor- que esas decenas de chicas donosas y de buen ver que tienen un papelito en algún programa de la televisión. La niña es rubia y graciosa de rostro, con ojos de eterno pasmo y kilométrica dentadura encalada; la niña está bronceadísima y le saca partido a su linda anatomía con ropa corta y ajustadita; la niña, como tantas otras crecidas en un barrio bien de Madrid, tutea y sonríe con desenvoltura; la niña es, en una palabra, telegénica.Cierto es que ayer tardaba en descubrir a qué cámara tenía que mirar, que se equivocó al citar al 51 en vez del 91 como prefijo telefónico de Madrid y que tuvo problemas para entender los nombres y domicilios de algunos concursantes. Pero, a las 13.38 horas, se hizo perdonar los errores del debú con un espontáneo "¡Qué día llevo!", al que, tres minutos después, siguió toda una proclamación de señas de identidad: "¡Oh, mira qué mona es esta canastita rosa!"
Laura Valenzuela, la mamá de Lara Dibildos, la niña, estaba hecha un flan. Lo confesó al comienzo del programa y no dejó de notársele durante las dos horas y media que siguieron. Reaparecía ella en La Primera tras una larga ausencia, y, además, presentaba a su criatura en la sociedad audiovisual. Quizá quepa atribuir a esas circunstancias, y a la falta de rodaje del conjunto del equipo, el que constantemente diera la impresión de no conocerse el guión. "¿Qué pregunta tienes que hacer?", le espetó, por ejemplo, a un redactor del centro territorial de Mallorca que no tenía ninguna, sino, al contrario, información que aportar sobre la espantosa historia del médico alemán que mató a sus dos hijos en un hotel de la isla.
Entre fallos en las conexiones telefónicas con los telespectadores; cacofonías de los distintos presentadores seguidas de micrófonos angustiosamente mudos; "lo vamos a ver" rematados con un "no lo vemos" tras la ausencia de las imágenes deseadas y la irrupción de un ensordecedor pitido; mesas de tertulia que se desarmaban en cuanto alguien ponía los codos encima, y, en fin, todos esos "fallos del directo" acentuados en una première, Laura Valenzuela condujo como mejor pudo su primera Mañanas de primera. Sólo la evidente mejor forma de sus contramaestres Tate Montoya y Teresa Viejo le evitó el naufragio.
Del contenido del programa cabe retener bien poco, pero nadie lo pretende. Con sucesos -el parricidio de Mallorca y la muerte de un joven abogado en un atraco en Chamberí-, denuncias -el parróco de Guadiaro que desenterró los restos de un niño porque no le pagaban el nicho-, concursos de adivinanzas -la especialidad de la niña Lara-, música para la nostaIgia -Mis manos en tu cintura, de Adamo-, cotilleos -el trasero del marido de Estefanía- y la presencia en directo de triunfa dores -Los del Río, cómo no, con su Macarena-, Mañanas de primera es otro más de esos magazines matinales de los que tienen la suerte de escapar los hombres y mujeres que trabajan en la calle. Lo mejor lo dijo Juan Margallo al contar la resurrección de Castañuela 70: "Hay una serie de cosas que siguen igual, o peor, que hace veintiseis años: el fútbol, la publicidad... y la televisión".
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