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FERIA DE OTOÑO

Los victorinos, una sombra del ayer

Volvieron los victorinos y en su lidia no reverdecieron pasados laureles. En realidad, apenas tenían nada que lidiar. Eran toros al estilo de lo que se lleva; una ganadería de tantas, pálida sombra del ayer.Un espectador del tendido 10 se levantó y gritó: "¡Estos no son los victorinos!". Si en vez de dirigirse hacia el ruedo lo hace girando a la izquierda, deja sordo a Victorino Martín, pues lo tenía al lado.

Victorino Martín calló, al menos que se sepa. Cuando trajo sus toros a Madrid en junio resultaron igual de decepcionantes y comentó entonces que a la afición de ésta plaza (sería la del tendido 7) sólo le gustan los toros mansos y broncos. Excusas de mal pagador, que se suele decir.

Victorino / Esplá, Rodríguez, Vázquez

Toros de Victorino Martín (uno devuelto por inválido), desiguales de presencia, inválidos, aborregados. P y Y con casta. 4, sobrero de Carmen Borrero, con trapío, inválido.Luis Francisco Esplá: tres pinchazos con otras tantas ruedas de peones, media muy trasera -aviso- y descabello (silencio); estocada corta (ovación y también protestas cuando sale a los medios). Miguel Rodríguez: pinchazo y media atravesada baja (silencio); pinchazo hondo, ruedas de peones y dos descabellos (oreja); herido menos grave. Javier Vázquez: pinchazo hondo bajo, estocada baja y rueda de peones (aplausos y saludos); estocada corta muy trasera, rueda de peones que tira al toro, otra tras levantarse y dobla (aplausos y saludos). Plaza de Las Ventas, 4 de octubre. 4ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Más información
Miguel Rodríguez sufre cornada menos grave

Los victorinos en nada recordaron, ni por junio ni por octubre, aquellos toros encastados que esos mismos aficionados madrileños aclamaban años atrás y encumbraron al ganadero a la fama. Antes al contrario, salieron inválidos y resultaron de una desesperante vulgaridad.

Uno le pegó una cornada a Miguel Rodríguez. El percance sobrevino porque el toro se revolvió, desequilibró al torero e hizo por él, prendiéndole por la axila. Aquellos momentos contuvieron un tremendo dramatismo. Miguel Rodríguez, visiblemente dolorido, volvió a la cara del toro, le dió unos pases valerosos, entró a matar, descabelló, y le concedieron la oreja, que tenía sobradamente merecida. Cuando hay una valentía que no arredra el infortunio, todo premio es poco.

Victorino encastado y auténtico -¡de los de antes!- fue el primero, y Luis Francisco Esplá lo toreó por derechazos y naturales rectificando continuamente los terrenos. Pies para qué os quiero, solían expresar los clásicos para describir situaciones similares.

A este toro codicioso no había querido banderillearlo Esplá. Al cuarto, en cambio, sobrero e inválido, sí. Y parte del público se amostazó. "A este no, al victorino", le reprochaban. Esplá desistió pero reconsideró su actitud y decidió banderillear, provocando una clamorosa división de opiniones. Unos habrían dado algo bueno porque pusiera los palos en el suelo; otros le querían triunfador y, de paso, mortificar a los contrarios.

Ganaron los segundos. Haciendo uso de las facultades y los conocimientos que le caracterizan, prendió Esplá tres pares como tres soles y la facción opositora fue objeto de rechifla. No con demasiada razón, si bien se mira. Serenados los ánimos, el atento observador podía apreciar que, puesto el toro de perfil por el lado derecho, aparecía limpio de banderillas, como si se hubieran esfumado; y, sin embargo, al mostrar él izquierdo, las tenía todas, las seis, colgando en escalera de aquel costado.

Esplá a ese sobrero inválido e inofensivo lo muleteó con reposo y torería, obviamente sin apenas riesgo también, y la faena despertó escaso interés.

Los victorinos se comportaron al estilo del sobrero, sin aportar especiales emociones, y los diestros tampoco hicieron nada por propiciarlas. Se llevaba no ligar los pases. Así toreó Miguel Rodríguez al segundo, pese a la invalidez y la docilidad aborregada del especimen. Banderilleó a sus dos toros -en el quinto, con Esplá- y clavó trasero.

Miguel Rodríguez se recreció en el quinto. Ahora o nunca. Boyante el toro, el torero consiguió pases notables, cuajó algún natural de impecable factura, ciñó las suertes, aguantó las situaciones comprometidas y en una de ellas se produjo la cornada, que revalorizó su merecido triunfo.

Javier Vázquez, recibido con una gran ovación ya que toreaba por primera vez en Madrid después del accidente que le costó un ojo, estuvo tremendamente pundonoroso. Aguantando y consintiendo, tenaz y valiente, pegó derechazos, multiples derechazos, sólo derechazos, mecachis en los derechazos, los derechazos deberían de estar prohibidos por la Constitución. Y los victorinos empezaban aceptándolos, luego se iban quedando cortos, finalmente reducían su embestida a un somero amago.

Estos victorinos nada tenían que ver con aquellos victorinos de la fama. Quizá sean cosas de los tiempos. El propio espectáculo es hoy igualmente pálida sombra -frecuentemente sombra chinesca, grosera caricatura, siniestra mueca- de aquella fiesta secular, emocionante y brava, que, buena o mala, tenía siempre grandeza.

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