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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nicaragua ante el futuro

LOS NICARAGUENSES tienen miedo de volver a la década de los comandantes. La mayoría ha rechazado al sandinismo renovado, representado por Daniel Ortega. Amoldo Alemán, representante de la oligarquía cafetera y emparentado de joven con el somocismo, que se autocalifica de demócrata por excelencia, parece haber derrotado (aún falta el escrutinio definitivo) por cerca de 10 puntos en las elecciones del domingo al antiguo presidente sandinista. Como Alemán, presumiblemente, rebasará el 45% de votos, no precisará una segunda vuelta para asegurar su victoria.El sandinismo informó parte de una marea de jóvenes insurrecciones contra situaciones no sólo de dictadura, sino de atraso y de rapiña, sobre todo en América Latina. Tras su victoria militar en 1979 contra el somocismo rampante y cruel, el sandinismo se legitimó con el durísimo bloqueo y la agresión norteamericana, que quería evitar a cualquier precio una segunda Cuba; buscó la justicia social a través de las expropiaciones; y aplicó una política basada en la propiedad colectiva de los medios de producción, que no sacó a Nicaragua del subdesarrollo. Su experiencia no fue precisamente un éxito.

Después de más de diez años de mantenerse en el poder, demonizados una y otra vez por las distintas administraciones estadounidenses, los sandinistas convocaron casi a la fuerza elecciones libres en 1990, dando un ejemplo que pocos esperaban. Cuando todo el mundo creía que los años de adoctrinamiento político, -el caudillismo y las virtudes del antisomocismo militante iban a dar a los sandinistas una cómoda legitimación en las urnas, el pueblo nica otorgó una clara victoria a una coalición heterogénea de opositores encabezada por Violeta Chamorro.

Es cierto que Alemán -cuya victoria, pese a las irregularidades que denuncia Daniel Ortega, parece indiscutible- es el sucesor ideológico de Chamorro, pero hay una diferencia esencial entre este triunfo conservador y el de 1990. En la coalición de doña Violeta había fuerzas que se reclamaban del verdadero sandinismo, en oposición a la versión más radicalizada de Daniel Ortega y su hermano Humberto, y se respetaba la memoria de Sandino, el guerrillero que se enfrentó a la invasión norteamericana en los años treinta. Alemán, en cambio, es el antisandinismo puro y duro, y supone un giro a la derecha muy acentuado.

Los dos grandes candidatos se han presentado, a la vez, como representantes cortados a pico de lo que son: el antisandinismo y el sandinismo, y como diferentes a todo lo que cabría esperar de ellos. Ortega, como un socialdemócrata casi de unión diaria, súbitamente partidario de hacer las mejores migas con Washington, y Alemán, como un populista que promete escuelas, empleos, ayuda exterior, inversión, maná para todos, en suma.

Desgraciadamente, los seis años de doña Violeta también han sido años perdidos en la lucha contra la extrema pobreza del país centroamericano. En este periodo, la tan esperada ayuda norteamericana jamás llegó a materializarse, pretextándose que la negativa se debía a que la presidenta no se había liberado de todos los ornamentos sandinistas. Ya no hay excusas; el sandinismo ha sido derrotado nuevamente en las urnas y las condiciones para el desarrollo sostenido no tienen impedimentos externos. Si Alemán no cumple sus promesas electorales, será por su propia incapacidad, y los nicas podrán votar otra vez y cambiar de opción. Éste es el mayor éxito de las elecciones celebradas; que nada parece impedir ya la consolidación de un régimen democrático al uso en Nicaragua.

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