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Tribuna
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El novelista se sale del cine

Javier Marías

Aparte de ir al juzgado, ¿qué se puede hacer ante un artículo en el que, con el mayor descaro y sin probarlo, se escupe hasta tres veces "Miente Marías", asimilándome de paso a ese pelma de Pereira que todo el rato sostiene algo? ¿Y en el que, en la más mostrenca tradición española, se me viene a llamar "estúpido", "despreciable" e "infame" por relatar hechos y expresar opiniones? Claro que siempre sería posible y aun obligado contestar que es el acusador quien miente, pero eso sirve de poco, palabra contra palabra, ya se sabe. Lo sospechoso es la reiteración de la fórmula -"Miente Marías"-, como si el que la emplea creyera que logrará convencer a otros, o a sí mismo quizá, a base de insistencia. En el caso del señor Querejeta resulta llamativa su inseguridad: su trayectoria de productor y empresario es tan diáfana que debería haberle bastado con una vez para saber que, diciéndolo él -él-, todo el mundo le creería.Yo podría escribir ahora un artículo punitivo, glosando la chulería de la pieza del señor Querejeta y la ñoñez mal hilada de la de su hija Gracia. Podría entrar en el detalle y rebatir sus falsedades y zafias tergiversaciones de lo que yo había dicho en El novelista va al cine. Pero no creo que los lectores de este periódico se merezcan una segunda ración de bastidores o cloacas, como prefieran; los argumentos ad hóminem tienen escaso interés para quien no sea malicioso.

Mis juicios cinematográficos son indiferentes, y para opinar no hace falta "meterse a crítico", sino ser un mero espectador, y nada hay tan inelegante como un director, un escritor, un artista, revolviéndose públicamente contra lo expresado por cualquiera sobre su obra. Así que respecto al texto de Gracia Querejeta sólo tengo una cosa más que añadir: con una burda maniobra lectora (o quizá fue torpeza), intentó convertir mi broma final sobre el incesto y la pedofilia en una equiparación mía de éstas con la homosexualidad. Debo decir que no es el caso, sobre todo porque nada tengo contra esta última ni -como ella sí confiesa tenerlo- contra el incesto, si se da de mutuo acuerdo entre adultos. Y en el fondo me extraña que ella sea tan severa con las pasiones consanguíneas tras realizar una película tan familiar que, según nos ilustra con pormenor, no sólo la alberga a ella y a su señor padre (a cada uno doblemente), sino que estuvo condicionada por su tío y por su antiguo perro. Sigo preguntándome para qué quiso mi novela.

Y ése es el punto del que ningún Querejeta habla en sus artículos y el único que podía importar algo del mío. En sus simulacros de argumentaciones se transparenta la soberbia idea de que, por haber comprado los derechos para la pantalla, podían hacer con la novela y sus personajes lo que quisieran, y eso no es así, ni moral ni contractualmente. También se percibe el enorme desprecio que sienten por la base literaria que tomaron como inspiración o arranque, no digamos por su responsable, a quien ni siquiera se dignaron informar de sus manipulaciones, mostrar espontáneamente la cinta acabada o preguntar cómo quería aparecer (o si quería) en los títulos de crédito. Flaco favor el que han hecho a la imagen, maltratada por los tópicos, de la gente de cine, ya que sólo han alimentado su peor fama de desaprensiva con los materiales que adquiere y engulle. Lo que yo señalé era sobre todo que su película no tiene nada que ver con Todas las almas de JM, lo cual tanto EQ como GQ se han hartado de reconocer en la prensa, sin que ello les impidiera servirse de mi nombre reiteradamente. En realidad no sé qué me están discutiendo, quizá tienen que justificar no haber renunciado voluntariamente a ese título y a ese nombre, habría sido lo más honrado. Yo, en todo caso, y en lo que se refiere a estas páginas (el juzgado está siempre abierto), me salgo ya del cine con el presente texto.

Sólo una puntualización: con mal gusto (por lo que veo, algo común a bastantes capitalistas "culturales"), Elías Querejeta, al final de su artículo, habló públicamente de dinero, de lo cual yo me había abstenido y me seguiré absteniendo. Pero lo que él quiso presentar confusamente como un supuesto aprovechamiento mío -extraño aprovechamiento, en el que yo rechazaba cobrar parte de lo estipulado- fue tan sólo una generosa oferta de buena voluntad para zanjar amistosamente nuestras diferencias contractuales. Es improbabilísimo que nadie se interese en volver a llevar al cine (bueno, lo de "volver" es un decir) mi novela Todas las almas; pero sería penoso que resultase literalmente imposible por la existencia de esta otra cinta que en nada se le parece y que tan sólo manosea y usurpa algunos de sus elementos, con desdén y sin respetar su espíritu. La productora me pidió que renunciara a más dinero para recuperar los derechos, mi oferta no fue aceptada. Dinero.

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