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Serbia, oposición y alternativa

Serbia parece haber conseguido librarse, desde noviembre de 1996, de una grave enfermedad nacionalista que ha padecido durante diez años. El triste aniversario del Memorándum de la Academia Serbia de las Ciencias y de las Artes (septiembre de 1986) no ha servido, en el otoño de 1996, de pretexto para ninguna celebración. Hoy nadie (sobre todo los vencedores) habla tampoco de la VIII reunión del Comité Central de la Liga de los Comunistas de Serbia que permitió, en septiembre de 1987 y tras un efecto sorpresa, la entronización de Slobodan Milosevic, hasta entonces pequeño apparátchik cuya notoriedad se debía principalmente a su papel de ejecutor de las directivas del partido contra la disidencia intelectual de Belgrado (fuera nacionalista o liberal), así como a su incompetencia en la gestión de los bancos del Estado.En lo que respecta a estas cualidades, Milosevic, desde su ascensión al trono comunista, no tardó en cambiar de rumbo hacia los terrenos del panserbismo, pero, en cambio, siguió siendo riguroso en la lucha contra toda tendencia liberal. En lo que se refiere a la economía, Serbia tuvo que esperar durante largo tiempo antes de que la incompetencia fuera llamada sencillamente pillaje.

Por desgracia para la mayoría de sus interlocutores en el campo yugoslavo y para la mayoría de quienes lo seguían ciegamente fuera de Serbia, e incluso para aquellos que se oponían a él en el interior, Milosevic conocía mejor la evolución de la opinión pública de la Serbia profunda y aprendía más rápidamente que los demás "quién es quién y qué peso tiene cada cual" en la escena intemacional. De ahí su retorno a Serbia (que se perfila a partir del verano de 1993), de ahí, finalmente, su pacifismo neófito, en perfecta sintonía con él mismo y con la Serbia profunda. Sencillamente, a diferencia de un nacionalista como el presidente croata Franjo Tudjman, Milosevic siempre se ha preocupado únicamente por el poder, incluso -si es necesario- bajo la bandera del antinacionalismo.

Y sin embargo, aunque el decorado patriotero haya prácticamente desaparecido de las calles y de los quioscos de Belgrado, no es aconsejable sacar unas conclusiones demasiado optimistas: más que del abandono de los fantasmas de la Gran Serbia, setrata ante todo del cansancio de un nacionalismo gastado tanto por varias derrotas políticas y militares como por el desastre económico y demográfico. La primera consecuencia es la anmesia colectiva que sufre Serbia en lo que respecta al desenlace de la carnicería de la que fue iniciadora y por lo menos una de las partes responsables.

Actualmente, Serbia quiere ignorar esta responsabilidad; prefiere no conocer los sucios detalles del conflicto y desea reconciliarse rápidamente con su propia conciencia. Por ello, en vez de hablar de haber perdido una guerra (en la que oficialmente Serbia nunca ha participado), hoy resulta más cómodo escudarse en un mal indefinido, llegado del exterior (¿de los cielos?) y del que fue la víctima. Por todo ello, resulta casi más conveniente ser un no serbio que uno de los 640.000 refugiados serbios de Croacia y de Bosnia-Herzegovina. Estos refugiados, manipulados de forma sistemática por Belgrado, a los que más tarde dejó plantados y que se han convertido en los principales derrotados, corren hoy el riesgo de ser acusados de todos los males del mundo. En resumen, esta Serbia se encuentra actualmente en una clase para los que repiten curso. Económicamente, se ha acercado al nivel de vida de los años cincuenta. Históricamente, corre el riesgo de recorrer por segunda vez buena parte del camino que emprendió hace más de 150 años.

Serbia es actualmente el país más poblado de los Balcanes, con una economía que no funciona. Escapa a la miseria gracias a la gran suerte de contar con excedentes de energía eléctrica y alimentos. Objetivamente, en la crisis yugoslava, Serbia precedía a otros protagonistas en su ambición por construir un Estado étnicamente puro. Hoy es con diferencia el país menos étnicamente homogéneo de los Balcanes: una tercera parte de sus habitantes no es de origen serbio. Al mismo tiempo, más de 300.000 jóvenes cualificados, todos demócratas y antinacionalistas, la han abandonado, probablemente con carácter definitivo.

Ahora bien, toda solución duradera de la crisis yugoslava no es factible sin una mejora previa de la situación en este país, ineludible geoestratégicamente. Su población también está, indiscutiblemente, deseosa de cambios. De una forma extrañamente estable, todos los sondeos confirman este deseo: el pasado mes de marzo, en Serbia sólo había un 20% de personas que afirmaban estar dispuestas a votar por el poder actual (en realidad, por dos partidos salidos del mismo lecho matrimonial: el Partido "Socialista" de Milosevic y la Izquierda Unida Yugoslava, o la nostalgia yugoslava para uso local, de su esposa, Mira Markovic); sólo había un 30% que afirmaba estar dispuesto a votar en contra de este poder; finalmente, había en tomo a un 50% de abstencionistas, es decir aquellos que, a pesar de estar en contra del régimen actual, no veían en los partidos de la oposición una verdadera fuerza de altemancia.Las mismas cifras se han repetido en un sondeo del pasado mes de septiembre. Las conclusiones a sacar son simples:

1. El poder actual reina en Serbia (con dos tercios de los diputados en el Parlamento) apoyado sólo por la cuarta parte de los votantes.

2. Una mayoría absoluta de ciudadanos se pronuncia a favor de los cambios, pero no ve (ya) que los partidos de la oposición sean los únicos impulsores de estos cambios ni tampoco los meores.

3. Una diferencia tal entre la población y la clase política requiere nuevas formas de articulación para lograr los cambios.

4. Esta diferencia, agravada por una penuria económica y por la presencia constante del populismo nacionalsocialista (el Partido Radical Serbio de Seselj, alrededor del 15%), corre el riesgo, en unas condiciones inalteradas, de desplazarse hacia otros terrenos, fuera de los escaños del Parlamento, incluso hacia un ajuste de cuentas (guerra civil) serboserbio.

El pasado mes de noviembre Serbia tuvo la ocasión de votar dos veces: para elegir a los miembros del Parlamento Federal (Serbia y Montenegro, dos cámaras, una de ellas la de los Ciudadanos) y para los cargos locales (en dos vueltas). Lo que estaba en juego en el primer escrutinio, aparte de comprobar la evolución del electorado, guardaba relación más especialmente con el hecho de que Milosevic, para intentar transformar el papel del presidente de la Federación Yugoslava -al que aspira- en una función constitucionalmente cercana a las prerrogativas de que dispone actualmente en Serbia, necesitaba dos tercios de los escaños de la Cámara de los Ciudadanos. Por el momento, y a menos que la Constitución sea enmendada, cualquier alcalde de Serbia tiene mayor peso político que este presidente de la Federación. Evidentemente, la campaña ha sido dura, incluso injusta, y el resultado, el siguiente: de los 108 escaños de la Cámara de los Ciudadanos correspondientes a Serbia, Milosevic (más su mujer) ha obtenido 65 escaños; la coalición Unidos (la principal fuerza democrática de oposición), 22 escaños, y los nacionalsocialistas de Seselj, 15 escaños.

Es cierto que los partidos de la oposición han estado expuestos a una represión apenas disi-

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mulada. Pero la explicación esencial de estos resultados radica, sin embargo, en otra parte. En primer lugar, Serbia está mayoritariamente a favor de una sustitución del régimen de Milosevic. Pero no llega totalmente a percatarse de la distinción entre el programa de la oposición democrática y la práctica del poder actual. Si, por ejemplo, los líderes de la coalición Unidos se jactan de contar con el apoyo extraoficial de los occidentales, el dictador serbio siempre puede presentarse como alguien que está apoyado oficialmente por la diplomacia internacional. Si, siempre a modo de ejemplo, la oposición democrática insiste en su fidelidad al pacifismo y en su hostilidad a la división de Bosnia-Herzegovina, Milosevic puede fácilmente contraatacar recordando su empeño pacificador en la región (¿un futuro premio Nobel de la Paz?).

Sin embargo, las elecciones locales han provocado, aparentemente, una gran sorpresa: en el mismo país, casi en el mismo momento, con el mismo electorado y con el mismo carácter dudosamente democrático del desarrollo del escrutinio, la coalición Unidos ha dado la vuelta al resultado de los comicios federales. En varias ciudades, y no las más pequeñas (Belgrado, Kragujevac, Nis, Novi Sad, etcétera), ha logrado la victoria en las elecciones locales. En Belgrado, donde en los comicios federales el resultado entre la pareja Milosevic y Unidos ha sido de ocho escaños a siete, 15 días después, Unidos ha obtenido tres veces más escanos que la actual mayoría (60 frente a 23).

Las contradicciones de las elecciones locales pueden, evidentemente, explicarse parcialmente por la crisis general que, con diferencia, ha afectado más a las grandes aglomeraciones urbanas que al resto de Serbia. Pueden igualmente interpretarse con ayuda de la tesis según la cual la población, en su mayoría descontenta pero todavía poco preparada para un cambio dramático, se atreve a votar a escala local de forma distinta, ya que se ha visto tranquilizada a escala federal. Estas contradicciones pueden también comprenderse por el gran abismo que, en toda la ex Yugoslavia, separa a las ciudades del campo.

Y sin embargo, es innegable que la oposición democrática ha ganado allí donde la situación era más alarmante que en cualquier otro lugar y que, al día siguiente de la votación, a la vez que la impugnación de las elecciones (esta vez por parte de los socialistas), el último dinero de los fondos a escala local desaparecía precipitadamente: sencillamente, Milosevic ha ganado allí donde todavía queda algo de dinero y la oposición ha logrado la victoria allí donde ya no existe ese dinero.

En estas circunstancias, el apoyo de los occidentales a los demócratas de Serbia no debe descansar sólo en nobles ideales. Debe también estar basado en el más puro egoísmo de Occidente. Es evidente que Milosevic se encuentra muy lejos de ceder algo a los demócratas. También es evidente que Serbia soporta cada vez peor este poder. Los partidos de la oposición, aunque fueran mejores de lo que son, no pueden en estos momentos realizar por sí solos los cambios indispensables. 0, dicho de forma aún más brutal, Serbia puede inflamarse (y Serbia no es Bosnia) y, para no inflamarse, exige que se la ayude: ¿es oportuno recordar que no habrá paz duradera en los Balcanes sin una Serbia fuerte (fuerte, por ser dernocrática) ¿Es superfluo repetir que una Serbia democrática suscitaría cambios positivos en sus vecinos ex yugoslavos? Y por último, ¿sirve de algo reiterar que sin una Serbia diferente Europa no podrá estar tranquila y que la Europa política no podrá realizarse?

Entre otras cosas, Serbia se encuentra en una fase predemocrática, en donde hay sitio para las disputas entre los partidarios de Keynes y los de Friedman, entre los liberales, los democristianos y los socialistas de izquierda. En Serbia hay demócratas y antidemócratas, patriotas y nacionalistas. Los nacionalistas antidemócratas han demostrado lo que sabían hacer. Ha llegado el momento de que los patriotas intenten salvar lo que aún es posible salvar. Un frente popular (del que también formarían parte los partidos políticos), más allá de las coaliciones tradicionales, podría dar respuesta a los sentimientos de la mayoría en Serbia. En primer lugar, hay que formarlo fuera de Belgrado, en el corazón mismo de la Serbia moderna, y debido a dos razones. Primero, porque actualmente en la capital hay demasiados mafiosos, demasiados uniformes, muchos más falsos adversarios que en el interior del país. En segundo lugar, porque será mucho más creíble que, en nombre del patriotismo, la enfermedad nacionalista sea denunciada en el lugar preciso donde históricamente nació Serbia; y nació fuera de Belgrado. Para vencer en la capital, con diferencia el objetivo más importante de cualquier alternativa política, es necesario ganar previamente en la Serbia profunda. Y para ganar allí hay que intentar convertir a la oposición en una verdadera alternativa.

Ivan Djuric es historiador serbio y presidente del Movimiento por las Libertades Democráticas.

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