Turner lleva al Joventut a la final
Debe ser una coincidencia, pero el Joventut también tiene un base. No se llama Djordjevic pero tiene credenciales. Es Turner, principal responsable de que el Joventut pise de nuevo el escenario de una final. Turner, como Djordjevic, reivindica la tremenda importancia que puede llegar a tener el director de juego. Cierto es que ha menguado la obsesión por el gigantismo en el baloncesto español y ya nadie busca armarios como la solución final. Y tampoco es un base la fórmula mágica. Ahora bien, sigue siendo imprescindible para afinar una orquesta. El Joventut, gracias a Turner, suena mejor. Lasa habrá aprendido la lección. No debe confundirse la tarea de un buen base con la de un hombre orquesta. No está para resolverlo todo en la hora de la verdad. No se le puede pedir que marque el ritmo, juegue a voluntad con los segundos que va descontando el marcador, sustituya temporalmente a los tiradores de elite, acuda al rebote a ver qué pasa, limpie el parqué, haga de mensajero del entrenador, influya en los colegiados y repare cualquier avería que se produzca. No es un buen base el prototipo de jugador multifuncional aunque a veces lo parezca. Un buen base debe ser, sencillamente, un buen gestor. Lo es Turner, lo suele ser Lasa. La diferencia estuvo en el grado de madurez del americano: bajo presión, tomó las decisiones correctas.A partir de Turner, el Joventut demostró tener mejor aspecto como finalista. Todo lo contrario que el León a quien, despojado del factor ambiental, se le notó superado por los acontecimientos. Fuera de una entrada airosa (16-4 en los primeros ocho minutos), de una reacción febril en la segunda parte (de un 50-58 pasó a un 63-62 en cinco minutos), el ritmo de juego reflejaba una mayor fluidez en el equipo catalán. El León jugaba a trompicones y el Joventut experimentaba fórmulas defensivas que le hicieran perder la noción del partido.
Y la noción del partido la perdió cuando, en los tres últimos minutos, sólo acertó a convertir un par de puntos. Para entonces, Turner manejaba todos los hilos del partido (11 tantos en los últimos cinco minutos, más que todo el León). Dispuso un par de triples y cinco tiros libres, suficiente material para amedrentar al rival. Lasa y Toñín Llorente habían perdido el control del juego. Para saber dirigir hay que saber estar, pero saber estar no significa hacerlo todo, si no entender dónde están las soluciones. Y si la solución pasa por uno mismo, ejecutarla con precisión. Eso hizo Turner.
La Copa parece decidirse entre hombres pequeños. Al público les gusta, quien sabe si por un acto de solidaridad. Y llevan pasión a las canchas, como le sucede al Joventut y al Barcelona, como en su momento se comprobó que Petrovic atraía más atención que Sabonis. Y es que hay un argumento indiscutible, aquí o en la NBA: si son buenos directores (no confundir con malabaristas), el juego fluye por todas las esquinas. El juego. No la estadística.
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