El tigre, contra todo
El Masters de Augusta espera expectante la victoria del prodigio norteamericano
¿Podrá más el Masters o se impondrá el personaje? Ni siquiera en los 60, la época de los duelos cara a cara de los monstruos Jack Nick1aus y Arnold Palmer, la Institución tembló ante el carisma de los jugadores. Al contrario, el Masters de Augusta los asimiló y con su grandeza alimentó la propia. Pero ha llegado el Tigre. Ha llegado el personaje venido a la tierra para cambiar el golf y el deporte. Y Tiger Woods, el fenómeno asio-afro-americano de 21 años, jugara, a partir del próximo jueves, su primer Masters como profesional. Y ya desde que dejó de ser el mejor aficionado de la historia de Estados Unidos, ya en agosto del año 1996, todo el mundo decía, y nadie desmentía, que Tiger Woods iba a ganar el Masters de Augusta.Woods ganó tres torneos en sus primeras 11 participaciones y el boom creció y creció. Una bola imparable a pesar de que el profeta del nuevo golf lleva 13 semanas sin ganar: Nick Faldo, el ganador del año pasado, tendrá que inclinarse en el green del 18 y ponerle la chaqueta verde. Pero si ya está todo hecho, para qué se disputa el Masters. ¿Para mayor gloria del primer grande de la temporada? ¿Para loor y alabanza del revolucionario jugador y de Nike y otras marcas que le pagan 60 millones de dólares en cinco años para que les publicite? ¿Y qué pintan, entonces, los demás grandes jugadores, los Faldo, Norman, Els, Elkington, O'Meara, Couples, Lehman, Price, Love, Mickelson, Ballesteros y Olazábal?
Son las preguntas del Masters, el torneo que, gracias a ser el único del gran golf que se disputa siempre en el mismo campo, en el anacrónico, exclusivo y aristócrata Augusta National Golf Club, se ha convertido en una Institución inmune hasta ahora a las turbulencias del marketing y la venta al por mayor de zapatillas, palos, bolas y pantalones.
Primero. No está tan claro que Tiger Woods arrase de principio a fin. Lo tiene todo para ello, salvo experiencia. Tiene el juego largo -el más largo desde el tee, tan largo que no necesita del último juguete, el Biggest Big Bertha, el driver de las 47 pulgadas, para lanzar la bola más lejos que nadie- y alto -las bolas caen como con paracaídas sobre los duros greens- fundamental para estar a la altura del campo; tiene el putt agresivo que pide a veces el Augusta; tiene, más que casi nadie, la fuerza mental para soportar la tensión, la misma que hundió a Norman hace un año en un domingo de infausta memoria para el australiano; lo tiene todo, pero hay un fleco: juega al golf, el deporte más sujeto a la desviación incontrolada: un temblor en el momento menos indicado, un solo milímetro de desviación entre lo intentado y lo conseguido, significan un golpe de más, o dos, o un torneo de menos. Y Woods, es humano.
Entonces, si Woods no gana ¿qué pasará? ¿Se hundirá el mundo? ¿Tendrá el Masters la culpa? ¿Se desinflará la publicidad del jugador? Otro error: el Masters hace grandes a aquellos a los que viste con la chaqueta verde, y la historia no funciona al revés. Woods puede desaparecer del estrellato, pero el gran golf seguirá vivo. Los demás serán también capaces de escribir dramas y tragedias, heroicidades y recuperaciones históricas; los demás seguirán ando vida al torneo. Y con ellos, el escenario, las azaleas, magnolias, los 18 hoyos con su
planta correspondiente, el excusado de Arnold Palmer, el amen corner, la exclusiva lista de invitados...Mal que le pese, Greg Norman, el desgraciado golfista australiano que invita a Bill Clinton a tomar unas cervezas y dar unos golpes en su casa para que el presidente de Estados Unidos se caiga y se lesione la rodilla, es el último protagonista dramático. Llegó en 1996 con seis golpes de ventaja -la más grande diferencia de nunca- sobre Nick Faldo al domingo que debería de ser el más grande de su vida. Hizo la peor ronda de su vida: 78 golpes, se desplomó y entre lágrimas tuvo que ver como Ben Crenshaw le vestía a Faldo su tercera chaqueta verde.
Este año vuelve, cómo si no, para despejar la eterna duda: ¿será capaz de superar aquello o quedará por siempre en el golfista que más ganó en una época, en el hombre anuncio por excelencia hasta la llegada del Tigre?
Nick Faldo, el flemático, el aburrido, el imperturbable, el tranquilo inglés, le estará esperando. Augusta es ahora su medio natural, los grandes, su hábitat, Norman, su presa favorita. También estará el veterano jugador Tom Lehman, el que parecía quiero y no puedo hasta que ganó el Open Británico del 96.
De Lehman precisamente guarda un buen recuerdo José María Olazábal. Fue el domingo del 94. El eagle en el l5º del de Hondarribia. El fallo por milímetros del norteamericano, pastor metodista. El triunfo. Tres años después, un año en blanco por el dolor de pies, Olazábal está otra vez, también protagonista de una historia de drama y milagro. El otro europeo. Aunque nadie le da de favorito, Olazábal es también otro en su Augusta. Es la contraimagen del Tigre. El negativo de la imagen de brillantina y sonrisa profidén del genio norteamericano. Es el otro europeo. La gente que más temen los locales. Pueden fallar con el drive, darle a la bola más corto o desviado, pero son los magos del chip, del hierro corto, de la lectura del green. De las otras armas fundamentales para acabar con la resistencia del campo más sencillo cuando se juega bien y más complicado cuando se juega mal.
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