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Turismo rural (3)

Anoche, a las tantas (hora española), en medio de la plaza a reventar, al son de un orquestón gallego de la leche, con animadoras macizas en bandeja -"de contrabando, tío, aquellas dos"-, a él le daba lo mismo beber del orinal la limonada que jarabe de palo de la flaca o baba fronteriza de ese toro enamorado de la luna, creciente o eclipsada, total: "Estamos en fiestas". La otra que tal que allí bailaba, lo que se dice al lado, y que debía de ser su esposa -"si es que ésa no es de aquí, ni de Ciudad Rodrigo siquiera"-, parecía bastante cosquillosa con tanto eclecticismo estridente, porque lo que le gusta de verdad -"vive por Barcelona"- es la salsa, fíjate, la salsa, que, no es porque lo diga ella, pero es cierto, la cuaja como pocas.Sin embargo, al turista escandinavo le dio ante todo por fijarse, y delante de todos, en él; no por inclinación sin norte o impropia de Castilla, aunque acaso, sino porque el sujeto movedizo lucía un radiante cráneo rasurado. Pura envidia, además, para Pío, ex barbero de cerca de la plaza, que observaba la cosa apoyado en el poste de aquella talanquera, a la derecha de la farmacia, hasta que se le fue la indirecta hacia el primero que por allí pasaba de retirada y con su propia coronilla a cuestas: "Donde hay pelo hay alegría". Frente al ecologismo intelectualoide, que no zampa gato ni liebre, queda lugar donde aún se matan dos o tres pájaros de un tiro. (Y los 100 que quedan volando, para Chillida).

Mas la detonación metafórica alcanza aquí su eco realista. ¡La prueba! Esta misma mañana, cayendo ya en la cuenta de que a este pueblo no se viene a dormir, el turista escandinavo ha tomado el pendingue ("no me preguntes cómo pasa el tiempo") y se ha ido al poblado de Santa Catalina -"¡Jesús, menuda cuesta!"- para leer en paz o así. Y allí arriba, ¡mira por dónde!, se encontraba el bailón rapado, tumbado bajo un coche -"verde Oriol", aclaró Valvas en su día- y arreglando cualquier pijada del aceite o del tubo de escape. Eso sí, se pringaba a modo con todo, pero ello se le hacía llevadero con la radio del coche a tope, en pleno despertar del bakalao en seco, salado, repescado en duro movimiento nacional, bien, bien, bien:-De puta / madre, / de / puta / madre...". Pum, pum-pumpum. A un rapaz no extasiado aunque atento, que no distingue todavía el corcho de la caña, le dio entonces por machacar: "Papá, papá, ¿oyes lo que dice?". Y el extasiado mecánico, que sí distingue todavía entre una peladilla grabada y una pesadilla real, acabó levantando un poquito la cabeza rapada del suelo, ¡y hala!, soltó un lapo potente, mandó la llave inglesa al quinto coño y luego, para sobreponerse a la música ("de / puta / madre"), gritó a más no

poder: "Corno no te calles voy y te hincho los morros, so cabrón". La de la salsa asoma la cabeza enrulada por el hueco de una ventana baja: "¿Alguno queréis chochos?". El turista escandinavo se lo toma en plan Altamira y anota que te anota en su libreta, el jeta, de tapas malvas y con chorreones de vino.

Pues de todo ha de haber, que aquí se vea. A otro le da por cavilar, resacoso, sobre el porqué de la extinción de las tabas. No ya como juego en sí, que ahora se juega golf y en Bolsa, ¡lo que es la vida, Lola!, sino como vulgar hallazgo cuando antaño se iba a comer cualquiera una humilde tajada de carne en salsa. ¿Ya no tienen astrágalos los carneros? Se lo toma él muy a pecho. Tendría que escribir cartas al director, pedir información a Telefónica ("¡Ay, Carmela!") y salir de ese pasmo óseo. Difícil de roer, como el estilo.

A media noche los amigos cantan. Charradas desoladas (por san Roque, ¡que no escriban aquí "chorradas"!), coplas escabrosas, fragmentos populares de surrealismo involuntario con tamboril. Con el pecado revelándose no exclusiva fatal del ser humano, ese vicioso, sino también de lo inanimado, que parece que no se entera: "Escaleras de la iglesia, / ¡cuántas ligas habéis visto! / ¡Cuántos pecados mortales / habréis cometido a Cristo!". Está bien, ¿o no?, eso de repartirse las culpas entre los individuos y las cosas. Se toca a menos.

A menos imposible. A la orilla del Duero hay poco que decirse. Del, otro lado de La Raya los olivares están arados. Aquí todo se desdibuja. Hasta las lágrimas sin ton ni son, nada patéticas, de quien acaba de perderse en una casa abandonada. Mimetismo ramplón. Réplica de las manchas de humedad en las paredes. En las paredes que ahora tiemblan, cuando amanece y vuelven a pasar por la calle (tarara-papa-chunchún) los longevos Marinos de León con trompetas y redoblantes.

El turista escandinavo, ¿qué mosca le habrá mordido?, ha dejado esta breve nota sobre el grifo de la pila del patio: "Yo me voy a Alicante ya".

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