_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La pinza

El pasado 23 de noviembre, domingo de neblinas y recuerdos, la denominada Coordinadora de Colectivos de Lucha Autónoma (en representación de 22 asociaciones de la izquierda profunda madrileña) convocó una manifestación para contrarrestar los actos previstos por la extrema derecha en el 22º aniversario de la muerte de Franco. Unas 5.000 personas acudieron a la cita en la glorieta de Atocha y su primer gesto fue detenerse en el número 55 de esta calle, donde dejaron unos claveles en memoria de los abogados laboralistas asesinados a mediados de los años setenta. Bien hasta aquí. Luego, siguieron la marcha con dirección a Tirso de Molina, y durante el trayecto no faltaron los gritos de rigor, que, por cierto, convendría ir renovando cuanto antes: a mi entender, la famosa frase "Vosotros fascistas, sois los terroristas" fue un gran invento del pueblo, y en su día alivió sobremanera el dolor de mucha gente, si bien hoy se ha quedado corta e interesaría añadirle un "también" en medio que reflejase con mayor acierto la realidad del momento. Este adverbio, por su tufillo sacrílego, escuece, innegablemente, y provoca cierta arritmia en la frase original, lo reconozco, pero los hechos son los hechos, y está feo confundir a los historiadores con recados incompletos. Y en cuanto al lema "no pasarán" coreado asimismo en varios momentos de la manifestación, basta echar un vistazo al pasado para comprender que trae muy mala suerte. Mejor no mentar la bicha.Sin embargo, no importa; no pasa nada, se entiende lo ocurrido: allí se estaba a lo que se estaba (esto es, a chinchar a unos zopencos de mirada corta que año tras año se reúnen a gimotear por una momia en la plaza de Oriente) y es hasta cierto punto razonable que nos venciera el carácter festivo de la marcha. Lo que ya desconcierta un poco más es el "servicio de autodefensa" establecido por los jefes de la coordinadora. Estaba compuesto por unas cincuenta personas, vestidas de negro, encapuchadas, la mayoría, y su principal empeño, al parecer, consistía en impedir enfrentamientos con la policía. Inteligente, eso de evitar roces con la policía, puesto que ellos sacuden más fuerte y tienen muchísimos calabozos; sin embargo, el detalle de los uniformes negros, y sobre todo el asunto de los pasamontañas, me dejó un pésimo sabor de boca. Alguien debió de ver alguna película de comandos la noche anterior y se le fue la mano. No encuentro otra explicación a la tontería.

El caso es que, ya en Tirso de Molina, algunos tipos duros se soltaron el pelo -que no la capucha-, quemaron un par de banderas y, por último, lanzaron unos gritos de apoyo a ETA. Y aquí terminaron de fastidiarlo todo. No por las banderas, que no sienten dolor, porque no son nada, sino por el significado de esos gritos turbios. Si no estoy equivocado, a nosotros no nos gustan los matones, ni los secuestros, ni las bombas-lapa, ni las pistolas, y, sin embargo, allí, en plena manifestación antifascista y libertaria, no todos pensaban igual.

Ciertamente, los gritos procedían de una minoría, e incluso fueron respondidos con algunos silbidos y abucheos, pero sin demasiada fuerza, sin verdadera convicción, como el que tuerce el gesto ante una trastada infantil. Y no: al igual que lo sucedido con Raimon en las Ventas, esos gritos, por sí mismos, sirvieron para ensuciar sin remedio el espíritu de la convocatoria. De repente, el enemigo había entrado en casa y nadie le echó a patadas. A decir verdad, todo empezó a ir mal desde el principio, porque un insumiso auténtico no se deja manejar y elige muy bien sus compañías. Un insumiso se alimenta de razones, de criterios insobornables, de pensamiento propio. Un insumiso ocupa casas vacías, se niega a que le aplasten en la mili, pero no se encapucha como un verdugo y, sobre todo, no consiente que cuatro gilipollas le utilicen para dar cubrir a unos pistoleros despiadados, tan flojitos de mollera como los que a esas mismas horas vociferaban en Bailén.

Así, pues, el domingo 23-N, y durante unas horas, Madrid se convirtió en una especie de sándwich mixto no muy rico de sabor. Junto a la rebanada de arriba, una loncha de jamón: el cadáver, los franquistas, en definitiva. Y en la de abajo, queso, eso sí, algo pasado y con unas puntitas de moho sumamente sospechosas. Sírvase uno mismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_