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El consenso

Hay una perturbación en el mundo de las ideas, similar a la que sentía el bueno de Yoda en la fuerza, en aquella trilogía magistral de La guerra de las galaxias. Y es que el mundo de las ideas tiende al reverso tenebroso, quiere explicarse, a ser engullido por las fuerzas oscuras del consenso, que en ocasiones pueden serlo.Los territorios del arte se están convirtiendo en un páramo. Las ideas no germinan, lo que parece novedoso es una copia del pasado o algo que por falta de rigor intelectual se marchita. En España la última fanfarria artística fue la movida madrileña. Aparte de dejar individualidades como Ceesepe, Sibylla o Almodóvar, nada aportó a la cultura ibérica, tan grandilocuente en lágrimas -hoy escribir no es llorar- como en invectivas. Lo cierto es que la movida fue una época de fiestas, eso nos queda. La moda suele imponer las tendencias, al menos su visualización en las calles. Los diseñadores Galliano, fichado por la Maison Dior, y Mac Queen, fichado por Givenchy, han sido adjetivados con razón como talentosos, atrevidos, modernos y geniales. En las últimas pasarelas ambos presentaron colecciones que mixturaban-recordaban a los años veinte. Al final de los ochenta volvieron los sesenta, al final de los noventa vuelven los veinte, o los que sean. Es acertado recuperar el glamour de los veinte, pero mejor sería inventar lo distinto. En la moda, la literatura, el cine, la pintura, la mayoría de los creadores caminan sobre huevos. Resulta un riesgo pasarse de novedoso, se cae a menudo en el ridículo, aunque peor es no avanzar. Será que los creadores temen disgustar al público, no alcanzar una unidad de criterios con el respetable, un consenso.

El consenso se desliza en la boca de los financieros, los sindicalistas, los políticos, la sociedad civil en sus mil formas. Y es que estar a bien con el vecino, a priori, es cosa magnífica para la paz interior, el equilibrio entre lo que se desea y se obtiene. El adversario ha dejado de existir porque, al cabo, somos cristianos con otra mejilla que enseñar. No es lícito discutir ni atizar una discrepancia que nos espese la bilis y nos aloje en un eterno cabreo, a pesar de perder por ello neuronas. La paz, entonces, es necesaria, a cualquier precio, caiga quien caiga. La vieja Europa, por perseguir el consenso, extravió su identidad primera, la de la libertad, bajo la guillotina nazi. En el 38 los alemanes ocuparon la orilla izquierda del Rhin, luego Austria. La noche de los cuchillos largos ya había sucedido, se tenían noticias de la Soha judía en los campos de exterminio.

Europa pensaba que Alemania sólo perpetraría las atrocidades en su territorio, que los nazis no se atreverían con las demás naciones del viejo continente. El mundo libre, durante los primeros años del nazismo y todavía a lo largo de la guerra, o apartó los ojos o negó las evidencias que la historia ha terminado demostrando. El primer ministro de Francia, Deladier, y el primero de Inglaterra, Chamberlain, en representación de las grandes potencias europeas, se reunieron con Hitler creyendo, desde una ingenuidad que costó vidas, que el demonio nazi cumpliría su palabra. Los acuerdos de Múnich del 38 contemplaron que Hitler, tras el Rhin y Austria, podía tomar los Sudetes, en Checoslovaquia, a cambio de no violentar el resto de Europa. Deladier y Chamberlain, con este consenso, entregaron no sólo los Sudetes, sino la totalidad de Checoslovaquia a, los arios, que la despedazaron. En septiembre del 39 el genocida rompe el acuerdo, invade Polonia, comienza la II Guerra Mundial. El enemigo estaba mostrando desde el principio su auténtico rostro, el del engaño, el terror como arma política, la aniquilación. Pactar con Hitler, más que un error, fue una majadería digna de descerebrados, con el agravante de que éstos dirigían Inglaterra y Francia. Confiaron en la palabra del enemigo, confiaron al enemigo, en dicho lance, el futuro inmediato de sus pueblos y el futuro de los que no eran sus pueblos, no supieron y no quisieron otear la tempestad que se avecinaba. Todo por lograr el consenso, una paz urgente que hubiera llegado antes, acaso, promovida por un acto de guerra, un castigo ejemplar y proporcional a Alemania.

El bien a toda costa, como en la trilogía del maestro Yoda y sus acólitos, el pacto, tiene un reverso tenebroso, el mismo que atrincheró Europa. En la historia, en el arte, forzar un consenso imposible pervierte la reflexión. Tal vez el disenso sea una manera formidable de entenderse.

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