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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

"Un viejo guerrero no tiembla"

ANDRÉS SÁNCHEZ PASCUAL ¿Habrá venido a visitarlo la muerte cuando él se encontraba con la pluma en la mano? No sería de extrañar. Pero la pregunta, de respuesta obvia, es casi retórica. Seguramente no lo es esta otra: ¿por qué esta mañana habré pensado con tanta intensidad en él, antes de que me llegara la infausta noticia? El día comenzó como tantos otros en esta época en Bonn: cielo bajo, nutricia cercanía del Rin, una ligera lluvia, casi imperceptible. Además, hoy celebramos un cumpleaños familiar. Antes de salir de casa estuve contemplando en el jardín los rododendros, que él tanto amaba. Y entonces surgió la figura de Ernst Jünger en su jardín mostrándome, una no lejana tarde de otoño, sus rododendros. Ya no me abandonó su recuerdo. Calle del Medio abajo, el griterío de los pájaros llenaba de vida la calma de los jardines de Bad Godesberg. ¿También en Wilflingen estarán tan alegres y nerviosos? ¿Y las tortugas? Seguro que aún permanecen en su sueño invernal. Sobre una mesa auxiliar del despacho, el último libro de Jünger, publicado hace pocos meses. Es el volumen quinto de la serie de sus diarios titulada Pasados los setenta. Ya lo he leído, pero ahora estoy paladeándolo. Abarca los años 1991 a 1995 y contiene, por tanto, sus apuntes de El Escorial. Y entonces, un recuerdo vivísimo. ¿Por qué, por qué puso Jünger tanto interés en que me llegase enseguida ese volumen? No se quedó tranquilo hasta que lo supo en mis manos. Página 181, apuntes escritos en El Escorial el 4 de julio de 1995: "A. y su mujer Roswitha nos cuidan a Taurita y a mí como si fuéramos sus hijos". Es difícil contener la emoción. En la misma página, una mención cariñosísima de Luis Fraga, en parecidos términos. He de preparar dos informes, pero el trabajo se hace difícil. Los recuerdos se amontonan y, extrañamente, me llenan de angustia. Procuro distraerme pensando en la conversación del pasado viernes en Colonia con Guido Mensching, durante la fiesta de despedida del hispanista König. Guido es un experto en asuntos sardos; también Jünger lo era y escribió innumerables páginas en sus diarios sobre la hermosa isla italiana. Anuncio de una llamada telefónica de Stuttgart, que me llena de aprensión. Pero no: es Carlos Segoviano, que me invita a la fiesta en honor de Jünger que la Universidad de Heidelberg prepara para el próximo septiembre. Casi inmediatamente después, una llamada directa de la secretaria de Jünger. Tres palabras: "Jünger ha muerto". La tijera, una de las más bellas obras de Jünger, página 143: "También la famosa frase de la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios: 'Ahora vemos por medio de espejo en enigma; pero después, cara a cara', alude a las insuficiencias del tiempo. Se compara el ahora con el después y se lo contrapone a él. Dos perspectivas: ahora, aquende el muro del tiempo; después, allende el muro del tiempo". Sí, la muerte es una perspectiva: allende el muro del tiempo. Infinita nostalgia de traspasar ese muro; y, también, una vivísima curiosidad. Jünger ya está viendo "cara a cara". Apenas consigo balbucearle la noticia a Christina, en la Editorial Tusquets. Poco después la llamada de Ángel. Y estas líneas. Y las últimas palabras de su último libro, casi autoirónicas, las postreras que publicó, escritas en Wilflingen el 15 de diciembre de 1995. "El día comienza con autógrafos; mi mujer escoge entre la correspondencia las peticiones. Aún tengo una letra presentable. Un viejo guerrero no tiembla". Andrés Sánchez Pascual es traductor de la obra de Jünger al castellano.

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