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¿Hacia la guerra seria?

Muchos son al parecer los que, debido a la crisis de Irak, los líos falderos de Clinton y las aventuras y desventuras de los soeces voceros radiofónicos de nuestra autoridad eclesiástica nacional, se han olvidado de un problema mucho más peligroso que se agrava por momentos. Y en el que esos 1.500 muertos que el Pentágono calculaba iba a costar el ataque a Sadam Husein pueden producirse en un solo día. ¿Se acuerda alguien de Kosovo, de Albania y de Macedonia? Es de suponer que, dada nuestra agitada e intensa vida política y mediática, no haya tiempo para ello. Es cierto que se trata de un conflicto muy complejo. Y es por tanto mucho menos agradecido a la hora de comentarlo que esas diatribas de las tertulias radiadas en las que un insulto genérico a los crueles yanquis, un exabrupto contra Anson por haberse decidido a contar una pequeña parte de la verdad o una insidia contra Felipe González tanto alimentan la autoestima de algunos.Resulta que cada vez es más probable que, de no producirse una rápida intervención internacional, por cierto harto improbable, estamos en los prolegómenos de otra guerra en los Balcanes. Comenzará, según todos los indicios, en el Kosovo y en el Sanchak de Novi Pazar, es decir, en lo que actualmente, pero quizá no definitivamente, es Serbia. Y si estalla, puede que la cifra de muertos habida en la guerra de Croacia y Bosnia, unos 200.000, quede como balance de un conflicto menor. La sangrienta tragedia habida entre 1991 y 1995 no fue una guerra estrictamente balcánica, sino un conflicto entre conceptos políticos, de civilización y cultural dirimido con las armas y no pocos métodos, estos sí básicamente balcánicos.

Pero una guerra que comience en el Kosovo será una guerra balcánica en el sentido más estricto del término. Y allí no se enfrentarán unas comunidades religiosas o étnicas mejor o peor armadas, sino que acabarán por ser ejércitos, bien armados todos, los que se encarguen de incendiar la región. Será además una guerra a cuyo campo de batalla será prácticamente imposible imponer límites territoriales.

La guerra es ya en todo caso mucho más probable que la paz en aquella región. Muchos considerarán esta afirmación el típico producto de la imaginación de agoreros profesionales. Como aquellos que en su día dijeron que los países comunistas eran regímenes corruptos y totalitarios dirigidos por canallas ineptos, después anunciaron que el socialismo real se hundiría como un castillo de naipes y que finalmente tuvieron la osadía de pronosticar una guerra en Yugoslavia tras la llegada al poder en Serbia de Slobodan Milosevic.

Sería por supuesto muy deseable que esta vez dichos agoreros se equivocaran. Pero son muchos los indicios que avalan su tesis. El primero de ellos, nada desdeñable, es el hecho de que casi todos los protagonistas potenciales de esta guerra están ya prácticamente seguros de que se producirá. Y se están preparando para la misma. Los carros de combate pesados del Ejército serbio desplegados en Kosovo en los últimos días no son sólo los blindados de la milicia y los tanques que desde hace años aguardan, bien engrasados, en el cuartel de Pristina junto a la carretera que se dirige a las siempre conflictivas minas de Trepca. Han llegado más carros del norte de Serbia. Y se cruzan en la autopista con coches cargados de enseres domésticos de los miembros de la minoría serbia en Kosovo que huyen de la provincia porque ya no creen que toda la milicia, la policía y el Ejército de Serbia sean capaces de garantizar su seguridad. ¡Qué lejos queda aquel 28 de junio de 1989, día de san Vito, 600º aniversario de la derrota serbia ante el Ejército turco de Murad el Conquistador! Entonces más de un millón de serbios, ebrios de nacionalismo y odio al albanés, se reunieron en las explanadas del campo de los Mirlos para celebrar a su nuevo líder, a su salvador, Slobodan Milosevic, como si se tratara de una reencarnación del zar Lazar, muerto durante la batalla por la artera traición de un albanés seis siglos antes. Entonces Milosevic dijo aquella célebre frase de que nadie volvería jamás a tocar a un serbio de Kosovo, tierras eternas serbias donde se hallan algunos de los monasterios más antiguos y célebres de la Iglesia ortodoxa serbia. Desde entonces sin embargo han sucedido muchas cosas. Mejor dicho, lo único que no ha cambiado es que Milosevic sigue en el poder con un firme control sobre milicia y policía y -quizá algo menos- sobre el Ejército.

En 1989 Milosevic prometía una Yugoslavia donde los serbios serían amos y señores, y por eso abolió de inmediato la autonomía política de que gozaba Kosovo, con un 90% de población albanesa. Esta pasó a vivir como los negros surafricanos en los peores tiempos del apartheid. Destruida ya Yugoslavia, Milosevic prometió la Gran Serbia que se extendería desde la frontera griega -a veces decía que desde el mar Egeo- hasta los suburbios de Zagreb. Pero los serbios han tenido muy dolorosas experiencias en esta gloriosa senda que cada día se acerca más a la miseria. Los serbios de Kosovo vieron por televisión las trágicas imágenes de los serbios de la Krajina que, después de ser lanzados a la guerra por Milosevic contra Zagreb, fueron abandonados a su suerte y arrollados por un Ejército croata cada vez más potente. Miles murieron y centenares de miles viven miserablemente en Serbia despreciados por sus hermanos. Han visto cómo las fuerzas serbias han tenido que abandonar Eslavonia occidental por la fuerza y Eslavonia oriental por presión exterior. También han visto cómo Macedonia, la Serbia del sur como solía decir Milosevic, se ha independizado y vive en precario pero en paz, sin embargos y sin ser considerados unos parias de la comunidad internacional. Y observan cómo Montenegro ha votado a un presidente que defiende una democracia abierta a Europa, el respeto a los derechos humanos y se ha enfrentado directamente, y con éxito, al sátrapa de Belgrado. Nadie puede reprocharles a los serbios de Kosovo que se vayan. El odio antialbanés que Milosevic provocó entre los serbios en 1989 ha generado generaciones de albaneses con un odio antiserbio feroz y cada vez menos dispuestos a resistencias pacíficas ingenuas. Los albaneses han sufrido nueve años bajo la brutal política de Belgrado obedeciendo disciplinadamente los llamamientos a la resistencia pacífica ghandista del escritor Ibrahim Rugova, un intelectual moderado que durante mucho tiempo albergó esperanzas de que Milosevic no podía desear una carnicería en Kosovo. Pero Rugova se ha equivocado y ya lo reconoce hasta él. Aún hace pocos años, la mayoría de los albaneses pedía sólo la reinstauración de su autonomía en Serbia. Hoy piden sin excepción, incluido Rugova, el Estado independiente de Kosova que en su día podría unificarse con Albania.

Ahora sí son ciertas las noticias que en 1989 eran falsas sobre ataques a la policía serbia e incendios de casas serbias. Entonces eran sólo una intoxicación que sirviera de pretexto para acabar con la autonomía de Kosovo, después con la de la provincia septentrional de la Voivodina, con su minoría húngara, y después con el voto de Montenegro cautivo en la presidencia rotatoria de Yugoslavia, bloquear el Estado federado multinacional hasta destruirlo. Hoy ya la población serbia en Kosovo puede estar por debajo del 6%, y si aumenta transitoriamente sólo será por la llegada de serbios uniformados. Pero hoy tienen ya enfrente a grupos armados y organizados en el Ejército de Liberación de Kosovo. Y las armas les llegan a éstos sin cesar, sobre todo de los arsenales de la vecina Albania saqueados el pasado año.

Una guerra entre los albaneses kosovares y el Ejército serbio concluiría pronto con una victoria serbia, la primera en muchos años. Pero, en Macedonia, un 30% de la población es albanesa y no se quedaría con los brazos cruzados. El Gobierno de Macedonia ve ya tan inminente el enfrentamiento armado que ha pedido que se establezca un corredor vigilado por fuerzas internacionales para los albaneses de Kosovo, a ser posible acercándose lo menos posible a Macedonia. Pero las condiciones geográficas, con las llamadas montañas malditas alzándose como un muro entre Albania del norte y Kosovo harían inevitable que el corredor pasara por Macedonia occidental, habitada por albaneses. A esto hay que añadir que gran parte de los macedonios comparten con los serbios el odio antialbanés y podrían sentirse obligados a ayudar a los vecinos eslavos contra los shiptar (albaneses). Y no olvidar que Albania vuelve a vivir en estas semanas una crisis en la que franjas del país están desligándose por la fuerza del poder emanado de las recientes elecciones, por ejemplo en Shkoder, la vieja ciudad turca de Üsküb.

Si a esto añadimos que la torpísima política de la Unión Europea ha creado entre los turcos un considerable ambiente antieuropeo, que Ankara está convencida de que Europa tomaría partido por los serbios como hizo al principio de la guerra en Bosnia y que en Turquía occidental viven millones de turcos de origen albanés dispuestos a mostrar su solidaridad con una Albania mayoritariamente islámica, no es muy dificil intuir las dimensiones del problema que se está gestando. Todo esto sin contar con que una guerra en la región alimentaría las tentaciones nunca abandonadas de Grecia de anexionarse parte de Albania. Entonces los griegos tendrían con seguridad enfrente a sus supuestos aliados y eternos enemigos que son los turcos. Y Macedonia, milagrosamente estable, se desharía como un azucarillo en el veneno de las ambiciones que sobre su territorio albergan, más o menos soterradamente, sus cuatro vecinos. Es muy posible que todo lo descrito no suceda. Pero ya no es ni siquiera improbable que sí. Y entonces, como dice Adem Demaci, un líder albanés ya partidario de la guerra, que pasó 28 años en cárceles serbias: "Esto sí que será una guerra seria".

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