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Cómo lo lamento, cómo lo celebro

Javier Marías

Hagamos un esfuerzo, hagamos memoria, seamos sinceros.Hace ya mucho tiempo que, de los crímenes de ETA, lo que más estupefacción nos causa a la mayoría no son los asesinatos, extorsiones y secuestros mismos, sino la existencia y perduración de unas ciento cincuenta mil personas que con su reiterado voto a Herri Batasuna están aplaudiendo o aprobando de manera fehaciente e inequívoca dichos crímenes. Uno puede concebir la existencia de unos centenares de asesinos dispuestos a pegarle un tiro en la nuca a un concejal sevillano que volvía por la noche a casa y a llevarse por delante, de paso, a su aún más inofensiva mujer que lo acompañaba. Se hace más cuesta arriba, en cambio, imaginar a muchos miles jaleando esa acción u otras parecidas, pese a no faltar en la historia ejemplos de locuras y fanatismos colectivos, que a veces han alcanzado a países enteros. Pero aun así: la situación actual en España y en Europa occidental (y por actual me refiero a los últimos veinte años) nos hace ver como improbable y extemporánea una epidemia de ese calibre, por mucho que hayamos tenido oportunidad de asistir a una hace bien poco, en los Balcanes.

Lo segundo que más estupefacción nos causa sigue sin ser los asesinatos y los secuestros, sino más bien lo que tantas veces se ha llamado la "ambigüedad" de los demás partidos políticos nacionalistas de Euskadi, para excesiva irritación. -casi equivalente a una involuntaria aquiescencia, como si la verdad doliera- de los dirigentes y portavoces del PNV. Pero les guste o no a Arzalluz y a Ardanza, a Anasagasti y a Egibar, a menudo dan la sensación de estar mucho más preocupados o enfurecidos por los posibles abusos contra los presos de ETA o los jarrayanes de HB que por los abusos seguros que cometen unos y otros, incluso contra los propios representantes y policías del PNV. 0 en otras palabras, da la sensación de que lamentan sincera y profundamente cada barbaridad de ETA, con su pacifismo e hecho y su espíritu cristiano decimonónico, pero que les cuesta condenarlas enteramente o in dignarse de veras con sus autores (y en la indignación no caben matices). Se podrían sacar a colación numerosos ejemplos, a la cabeza aquel llamativo "este chico" con que Egibar se refirió a un miembro de ETA detenido tras haberle saltado la tapa de los sesos a alguien en plena calle, ya no recuerdo.

En el fondo puede entenderse, a condición de que entendamos de una vez por todas también otras cosas. Cuando Carrero Blanco fue asesinado hace casi veinticinco anos por la propia ETA (¿la propia? No, eso es seguro), no recuerdo a demasiada gente entre mis conocidos -y nunca me he tratado con grandes maleantes- que se encolerizara por lo que objetivamente era una bestialidad y algo condenable en sí mismo, como lo es en principio siempre quitarle la vida a nadie. Excelentes personas incapaces de hacer ningún daño, fervorosos creyentes católicos, por no hablar de agnósticos responsables y con un fuerte sentido de la rectitud, unos y otros no pudieron por menos de "celebrar" en mayor o menor medida aquel atentado. Provocaban cierta admiración, además la precisión y la osadía de su ejecución, la impunidad de sus autores. Con jocosidad indisimulada corrieron por España, entre personas muy decentes y hasta muy piadosas, aquellos increíbles versos de Fray Luis de León que parecían una profecía con cuatro siglos de antigüedad, el arranque de su pieza A don Pedro Portocarrero: "No siempre es poderosa, / [Porto] Carrero, la maldad, ni atina / la envidia ponzoñosa, / y la fuerza sin ley que más se empina / al fin la frente inclina; / que quien se opone al cielo / cuando más alto sube, viene al suelo". No debe olvidarse que el automóvil del almirante Carrero subió muy alto en efecto, y se quedó colgado del alero de la iglesia de los Jesuitas de Serrano hasta que lo hicieron venirse al suelo.

La mayor parte de la gente a que me refiero habría sido absolutamente incapaz de participar en un acto así, por supuesto de da la orden, y probablemente se habría opuesto a ello de haber sido consultada al respecto. Sin embargo, y ya que "otros" lo habían hecho sin pedir permiso a nadie, toda esa gente de bien no podía evitar "celebrarlo" en un grado u otro si no quería ser hipócrita, en la medida en que aquel acto servía a sus propósitos de acabar con una dictadura que parecía entonces eterna, y además con eficacia en este caso, como se comprobó más tarde. Pero no nos engañemos: el motivo del "contento", donde llegara a haberlo, era más primitivo y simple: alguien ha asestado un tremendo golpe a nuestros enemigos, a nuestros tiranos, a nuestros opresores; no nos gustan los métodos y nunca lo habríamos llevado a cabo, pero no podemos evitar cierto contento.

"No nos gustan o no compartimos los métodos" es precisamente, con variantes, una de las cantilenas que entonan a menudo los partidos nacionalistas vascos al hablar de ETA y HB. Algún dirigente, en alguna ocasión, ha ido incluso más lejos y ha afirmado (cito de memoría, por tanto más el sentido que las palabras) que "en el fondo, ETA, HB y ellos aspiran a lo mismo", sólo que por distintas y aun opuestas vías. De ser esto así, de ser esto cierto, se comprende que, les guste o no, la famosa "ambigüedad" se les trasluzca a los jefes del PNV o de Eusko Alkartasuna. Exactamente de la misma manera que a maoístas, comunistas, socialistas, democristianos, liberales (verdaderos, no de los actuales usurpadores) y hasta demócratas ex-falangistas como Dionisio Ridruejo, se les traslucía en privado que no les parecía mal del todo que "alguien" se hubiera cargado a Carrero, por mucho que ellos mismos hubieran tratado hasta de impedirlo si hubieran sabido de tales planes.

No deberíamos quizá quedarnos tan estupefactos ante esos ciento cincuenta mil ciudadanos, ni ante la "ambigüedad" supuesta de muchísimos más millares que votan nacionalista. Al fin y al cabo, y si somos sinceros, no nos es desconocida la aprobación o el silencio ante un hecho de sangre; y si he recurrido al ejemplo del almirante es por ser el más claro y expresivo, pero esa misma actitud podía encontrarse sin buscar demasiado ante lo que no eran precisamente magnicidios, en aquellos años.Es fácil deplorar, pero no tanto condenar las salvajadas que nos benefician o ayudan, sobre todo en una situación de ausencia de las libertades. Ésa es la gran diferencia tal vez, que ahora no estamos en una de ellas, ni en el País Vasco ni en el resto de España. Pero hay quienes creen o fingen creer que sí lo estamos, la gente de ETA y HB sin lugar a dudas.Y quién sabe si también parcialmente la de EA y el PNV. Porque si fuera cierto e irrevocable que "en el fondo aspirasen a lo mismo", esto es, a la independencia de Euskadi, el hecho de que estos últimos partidos no lo digan ni planteen siempre y a las claras acaba por convertirse en una afirmación tácita (un sobreentendido) de que si no lo hacen es "porque Do se puede". Y si no se puede, entonces no hay libertad suficiente. Y si no hay libertad suficiente, entonces no es tan extraño que se recurra a las armas, al menos de vez en cuan do, o no está tan claro que la cosa no sea del todo superflua, para que sí se pueda.

Cabe desde luego preguntarse si esos partidos no sostienen siempre y a las claras sus deseos de independencia porque acaso no estén seguros de que no vayan a perder votos con ello. Es el riesgo que corren. También podrían ganarlos. Pero lo cierto es que mientras no pierdan esa ambigüedad y no incluyan ese deseo en sus programas, estarán siendo corresponsables indirectos de las matanzas. Y a nadie debería causar estupefacción alguna que ciento cincuenta mil individuos las celebraran y muchas más decenas de millares las lamentaran, pero quizá, a la postre, no las dieran del todo por mal empleadas.

Javier Marías es escritor.

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