Bomberos
Los bomberos de Barcelona se encaramaron esta semana en el madroño de la Puerta del Sol. El Oso está encantado echándoles una mano en sus reivindicaciones profesionales. A los bomberos los ama todo el mundo, y casi todos los niños sueñan con apagar fuegos y rescatar de las llamas a la humanidad.Por más que algunos dinosaurios se emperren en demostrar lo contrario, Madrid y Barcelona mantienen un idilio secreto, una permanente complicidad plagada de desencuentros, como en todas las grandes pasiones. Es cierta (y acaso necesaria) la rivalidad entre ambas ciudades, pero sólo los vándalos la confunden con enemistad. Hay cosas de Madrid que Barcelona envidia, y viceversa. En los sinuosos terrenos del balompié, culés, merengues, periquitos y colchoneros, se tienen un respeto secular. Los aficionados no hacen ascos a los aciertos del rival. No son de recibo esos maniqueos que, al margen de la ética y la estética, sólo se alegran cuando el rival es aplastado como sea. Algunos efluvios balompédicos sólo responden a un virus de salvajismo e irracionalidad. La inteligencia es enemiga de la sinrazón.
Madrid y Barcelona se necesitan. Muchos ciudadanos añoran una simbiosis ("asociación de dos seres vivos con parasitismo mutuo y beneficioso"). Ayer mismo, en este periódico, se dio una lección magistral de estos temas en el suplemento Babelia. Otro tanto ocurre en la exposición Madrid- Barcelona que se celebra en el Círculo de Bellas Artes hasta el 3 de mayo. Aquí mismo, en esta columna madrileña, despliega su talante fraternal un barcelonés sin tacha, Luis Carandell. Hay muchos catalanes que realizan aquí su espíritu cosmopolita, como Maruja Torres, Loles León, Jaume Sisa, la fotógrafa Teresa Peyrí... Otros muchos saben que el público madrileño los adora: Serrat, Lluís Llach, Albert Pla, Vázquez Montalbán, Marsé, Rodoreda, Raimon, Boadella, La Cubana, Tricicle, Loquillo, Benavent...
¡Vivan los bomberos de Barcelona!
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