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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Botín o reparación

PUEDE QUE medio siglo largo no baste para cerrar del todo una herida como la abierta entre Alemania y Rusia por la II Guerra Mundial. El canciller Helmut Kohl y el presidente Borís Yeltsin se abrazan y hacen bromas como íntimos amigos en cuanto tienen ocasión de reunirse, e incluso están forjando una troika con el francés Jacques Chirac. Pero el líder del Kreimlin está encontrando más dificultades de las previstas para cumplir su promesa a Kohl de mayor contenido simbólico: la devolución del botín de guerra, sobre todo artístico, tomado por el Ejército Rojo de entre las ruinas del imperio hitleriano.El Tribunal Constitucional ruso acaba de emitir un dictamen que debe haber sabido a gloria a una oposición enzarzada estos días con Yeltsin en una agria disputa en tomo a la confirmación de su candidato a primer ministro, Serguéi Kiriyenko. El presidente tendrá que firmar, mal que le pese, una ley, aprobada ya en dos ocasiones por ambas cámaras del Parlamento, que considera propiedad estatal el inmenso tesoro artístico e histórico de cuya existencia apenas si se tenía noticia hace tan sólo siete años. A Yeltsin, que basó su recurso en cuestiones de procedimiento, le queda la posibilidad de recurrir aún sobre lo más importante, el fondo de la ley, que, en su opinión, viola tratados internacionales soviéticos y rusos. Pero, entretanto, Kohl y los alemanes tendrán que esperar.

En juego están obras maestras de Rembrandt, Rubens, Tiziano, El Greco, Goya, Renoir, Matisse o Degas, entre muchas otras que han estado durante décadas ocultas en los depósitos de los grandes museos rusos como el Ermitage de San Petersburgo y el Pushkin de Moscú, y de cuya existencia ni siquiera se tenía noticia cierta antes de 1991, en los estertores de la URSS y la perestroika. La mayoría de ellas procede de museos y colecciones privadas alemanas, aunque no faltan las de países expoliados doblemente: primero por los alemanes y luego por los rusos. Hay incluso casos especiales, como el famoso tesoro de Priamo, hallado por el descubridor de Troya, Heinrich Schliemann, el siglo pasado, y transportado ilegalmente desde lo que hoy es Turquía, cuyo Gobierno lo reclama infructuosamente. Es, pues, una cuestión que rebasa el ámbito bilateral germano-ruso. Cabe recordar, entre otros casos abiertos, que Egipto, Grecia y otros países reclaman lo que se llevaron los europeos en el siglo XIX.

Resolver este problema no es fácil. El Parlamento ruso arguye, y la opinión pública está mayoritariamente con él, que los alemanes causaron en Rusia una destrucción y un expolio de magnitudes gigantescas, por no hablar de los 27 millones de muertos. Esas obras de arte serían, a sus ojos, una mínima reparación de guerra. Alemania replica que hay que cerrar la herida y que está dispuesta a devolver lo que se demuestre que las tropas del nazismo confiscaron en Rusia y cuyo paradero se pueda determinar, aunque eso sería una pequeña fracción de lo que recibiría a cambio.

Pero no es cuestión de equilibrio, sino de justicia, y ésta, aunque con toda clase de matices, parece estar de parte de Alemania. El conflicto, además, se antoja incompatible con el clima que debería presidir las relaciones entre dos países que se dicen amigos. De hecho, la entonces República Democrática de Alemania, ahora unificada en la RFA, fue aliada de Moscú. Para enfocar con seriedad una solución, sería necesario que el clima político interno en Rusia se normalizara. Entretanto, no estaría mal que esas obras maestras se dieran a conocer al gran público -de momento sólo se ha hecho con cuentagotas-, pues, a fin de cuentas, su largo eclipse del mundo del arte es el mayor perjuicio ocasionado.

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