Moruchos
Decepción: eso trajeron los esperados toros de la ganadera vasca Dolores Aguirre Ybarra. Se esperaba una corrida con la casta pura propia del toro de lidia y resultó que venía morucha.Por qué los toros de Dolores Aguirre Ybarra eran encastados y poderosos hace unos años y ahora se han vuelto moruchos y blandengues es un misterio. Algún trajín se han debido traer la ganadera y su mayoral en cuestión de vaquitas y de sementales. Los genes de la casta brava no se volatilizan por las buenas. Cuando se pierden es que han echado a la vaca un semental o al semental una vaca de estirpe plebeya. Los matrimonios morganáticos no cuajan en las toradas de alcurnia. Los toros, ya se sabe, son como los hombres; con perdón.
Aguirre / Rodríguez, Sánchez, Encabo
Toros de Dolores Aguirre, bien presentados, alguno sospechoso de pitones, descastados.Miguel Rodríguez: dos pinchazos, otro hondo atravesado caído - primer aviso -, seis descabellos - segundo aviso con retraso- y se echa el toro (ovación y algunos pitos cuando saluda); bajonazo (silencio). Manolo Sánchez: pinchazo hondo perpendicular bajo y descabello (silencio); pinchazo, estocada corta atravesada delantera baja y descabello (silencio). Luis Miguel Encabo: estocada trasera baja (silencio); bajonazo (silencio) Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 29ª corrida de abono. Lleno.
Nada más salir del chiquero ya se estaban dando a conocer los moruchos de Dolores Aguirre. El que no recelaba de las cuadrillas topaba en los cites o buscaba una escapatoria correteando sin rumbo por el redondel. Cobardeaban ante los caballos; al sentir el hierro huían. Y durante los turnos de muleta la probaban desganados o la tomaban con un conformismo borreguil.
El conformismo borreguil de varios de estos especímenes propiciaba faenas de cierto buen tono y acaeció que los toreros no parecían estar muy por la labor. Mal no lo hacían, bien tampoco. O sea: empate. Quiere decirse que cumplieron. Mas no les basta para liberarse de ese populoso cuadro del escalafón donde caen los toreros relegados al olvido.
Para escapar del anonimato cumplir no es suficiente. Lo primero que hace falta es querer ser, de verdad, torero. Y esto se demuestra toreando. Con técnica, con arte, con gallardía, con lo que hay que tener. Algo que apenas se pudo apreciar en los espadas de la plúmbea tarde moruchera.
Miguel Rodríguez toreó mucho por naturales a los dos de su lote y éste ya es mérito grande en los tiempos que corren. Varios de ellos le salieron estupendos, pues corría la mano, mientras metía el pico, destemplaba el pase, rectificaba terrenos en los restantes. Al cuarto, que fue acaso el único con cierta calidad bovina, le estuvo ahogando la embestida. Y así no es.
Banderilleó Miguel Rodríguez a ese cuarto toro, Luis Miguel Encabo hizo lo propio en el sexto y ambos podrían haberse ahorrado el esfuerzo. Para banderillear a toro pasado mejor es que lo hagan los del oficio. Probablemente pretendían arrancar aplausos de la galería, que la goza con el banderilleo. O, al menos, rescatarla del sopor, lo cual constituye piadosa acción.
Encabo se empleó con más ley en los prolegómenos de su segunda faena de muleta. En la primera había intentado por todos los medios sacar pases al morucho impresentable que le correspondió. Y llegado el momento de iniciar la postrera echó las dos rodillas a tierra y se puso a pegar derechazos. Lo menos media docena pegó.
El síndrome del derechazo de rodillas, que prendió días atrás con Miguel Abellán y con Eugenio de Mora, se nota que ha tomado cuerpo en la fiesta y ya es suerte recurrente para labrarse un triunfo. La otra suerte recurrente es el ayudado por bajo que corona las faenas. Lo puso de moda Enrique Ponce, y en realidad equivale a trastocar el menú, poniendo de postre el primer plato (y de primer plato el postre).
Recuperada la verticalidad, Encabo se gustó en unos derechazos torerísimos y luego la faena fue perdiendo calidad porque torear con alivios de pico no es el procedimiento adecuado para encelar a los mansos huidizos. Manuel Sánchez había empleado similar técnica con sus moruchos y los trasteos le resultaron deslucidos.
Hay que tener cuidado al decir morucho porque es un término racista. Morucho viene de moro. Y no porque la tauromaquia menosprecie a los moros, sino en el sentido medieval de la palabra moro, con la que se designaba peyorativamente al no bautizado; es decir, al descreído, excomulgago y rebeco. A lo mejor eso les sucedía a los toros de Dolores Aguirre: que venían sin bautizar. Y Dios ya se sabe que es muy suyo.
Babelia
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