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Reportaje:

Una flota en dos países

Los marinos ex soviéticos del mar Negro deben elegir entre Rusia y Ucrania

Los centenares de navíos de la flota del mar Negro ya no tienen la bandera soviética con la que durante la guerra fría plantaron cara a EE UU. Los barcos, muchos ya para el desguace, llevan ahora estandarte de Rusia o de Ucrania, después de que ambos países acordasen repartirse esta impresionante máquina de guerra en una proporción de 18,2% para Kiev y 81,8% para Moscú. El divorcio ha suscitado un desgarrador conflicto de lealtades entre los marinos.En mayo de 1997, coincidiendo con la firma del tratado de amistad entre los dos grandes países eslavos ex soviéticos, los presidentes Borís Yeltsin y Leonid Kuchma sellaron el estatuto de Sebastópol (ahora en territorio ucranio, tras la desaparición de la URSS) como base de la flota rusa, y acordaron que Rusia pagaría durante dos decenios un alquiler de 15.000 millones de pesetas anuales.

El vicealmirante Alexandr Tatarinov, jefe del Estado Mayor de la flota rusa, se muestra satisfecho con el reparto. «Primero», afirma, «porque, finalmente, la flota adquirió su estatuto. Y, segundo, porque mantenemos todos los elementos necesarios». Tatarinov asegura que cuenta con 60 navíos de combate, incluidos dos cruceros (aunque ningún portaaviones) y una brigada de submarinos (no nucleares), además de un número muy superior de barcos de apoyo. Las relaciones con la flota ucrania, añade, son excelentes.

Sabe que la nueva doctrina militar rusa y los recortes presupuestarios que lleva anejos afectarán a las fuerzas bajo su mando, pero está convencido de que sólo eliminará los barcos que casi cumplieron su ciclo vital.

El cambio de la situación internacional ha afectado drásticamente a las misiones de la flota. «Durante la guerra fría», recuerda, «el mundo estuvo en un Estado de contraposición de fuerzas nucleares, tanto en EE UU como en la URSS. Pero ahora la ciencia militar considera mínima la amenaza de guerra atómica. Aunque la flota sigue siendo la garantía de seguridad de nuestro país, se pone más el énfasis en la protección de las fronteras. Nuestros barcos han reducido mucho su actividad en otros mares».

La división de la flota ha planteado a los marinos un conflicto de lealtades que cada cual ha resuelto a su manera. En el magnífico puerto natural de Balaklava, a unos veinte kilómetros de Sebastópol, Serguéi Kalinishenko, ruso, explica por qué decidió cambiar de bando y prestar juramento a la bandera ucrania. «Es una flota muy joven y que ofrece enormes oportunidades», señala. «Tengo sólo 24 años y ya soy comandante de un barco lanzacohetes. Como cualquier marino, sueño con ser almirante».

Kalinishenko no le da excesiva importancia a su nacionalidad, un concepto que él, como tantos otros ex soviéticos, considera mucho menos importante que el de la ciudadanía. «En mi tripulación, de 30 miembros, hay seis rusos y 24 ucranios, pero en nuestros pasaportes pone lo mismo: ciudadanos de Ucrania. En esta flota prestan servicio georgianos, rusos, bielorrusos y hasta tártaros, además de ucranios. Y no hay conflictos entre ellos.»

El barco de este joven y ambicioso oficial, que gana tan sólo unas 22.000 pesetas al mes, está impecable, «listo para entrar en combate en menos de dos horas», pero admite que es una excepción, y que sólo 10 de los 30 navíos que tocaron a Ucrania en el reparto están en buenas condiciones. A pocos metros se ven algunos barcos auxiliares que son carne de desguace y un submarino que, evidentemente, ha conocido tiempos más gloriosos. El teniente coronel Serguéi Ujaniov, de 38 años, jefe del centro de prensa de la flota rusa del mar Negro, es un buen ejemplo de la apuesta contraria. Miembro de una dinastía de marinos, nació en Sebastópol de una familia rusa.

«Cuando un oficial ha prestado juramento a un Estado», dice, «tiene que cumplirlo hasta el final». Para él no cabe ninguna duda de que su juramento soviético sigue siendo válido, una vez que Rusia se declaró heredera de la URSS. «Para los oficiales de flota educados en la tradición del honor militar», añade, «el solo hecho de que se planteara la posibilidad de cambiar su juramento fue muy desagradable».

Su opción no está exenta de riesgos. Rusia, en medio de una tremenda crisis económica, aún no ha resuelto el problema de hacer llegar a sus marinos los beneficios sociales que Ucrania se resiste a prestar a quienes, a fin de cuentas, son ciudadanos de otro país. Ujaniov gana unas 35.000 pesetas al mes y paga la quinta parte por los servicios comunales de una vivienda de dos habitaciones, construida por el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y en la que vive con su mujer y su hija de nueve años. En la escuela, el ruso sigue siendo el primer idioma, pero ya se aprecia una clara tendencia al ucranio.

Yeltsin y Kuchma firmaron el contrato global de la flota, pero aún falta la letra pequeña para resolver los problemas prácticos que afectan a los marinos y a sus familiares. Un ejemplo: los oficiales retirados que quieren seguir siendo rusos obtienen una propiska (permiso de residencia) de cinco años, tras los cuales se convierten en extranjeros sin los derechos.

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