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Incendios

"Han quemado los bosques". La acusación iba dirigida contra los socialistas y quien la lanzaba, el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, jugaba al contragolpe sin miramientos en un debate en las Cortes con el portavoz del PSPV-PSOE, Antonio Moreno. ¿Quemaron el monte los socialistas en aquellos infiernos estivales de los años ochenta y principios de los noventa, cuando gobernaban el Consell? ¿Y no lo hicieron el PP en Galicia o CiU en Cataluña, donde también ardieron los bosques dramáticamente en aquella época de jornadas abrasadoras y semanas de agosto apocalípticas? "Los socialistas quemaron los montes", dijo Zaplana, en el calor del combate parlamentario. Y al día siguiente, las llamas prendieron en la cima del Bartolo, amenazando el ya castigado Desert de les Palmes. El origen del fuego estuvo en la imprudencia o la impericia, al intentar encender la chimenea de una caseta de observación, de la persona encargada de la vigilancia forestal en el lugar, una persona puesta allí, al parecer, porque pertenece a Unión Valenciana. El incendio pudo ser controlado gracias a la aplicación intensiva de aviones, helicópteros, agentes y bomberos. Al final, sólo devastó una hectárea. Pocos días antes, otra negligencia de algún miembro de una brigada de limpieza forestal había calcinado cinco hectáreas en la Serra d"Espadà. No sé si lo sabe el presidente, pero los parajes naturales, los montes valencianos, toda la gestión del medio ambiente, se han llenado de gentes cuyos méritos consisten en la afinidad ideológica con el socio de gobierno del PP en la Generalitat, un partido que extiende su red clientelar con la tenacidad de las arañas. Dicen que el viernes, en la cumbre del Bartolo, poco después de declararse el fuego, dejó de soplar el fuerte viento racheado que avivaba las llamas. Fue un alivio. En los periódicos del día, la frase continuaba incólume: "Los socialistas quemaron los montes". Nuestro presidente es un político de réplica fácil, que no le hace ascos a la demagogia. Su arrojo o su temeridad le permiten tentar a la suerte bastante a menudo. Sólo cabe desear que a la vuelta del verano no tenga que buscar explicaciones a una frase agresiva pronunciada, sin pensarlo dos veces, en el ardor del rifirrafe parlamentario.

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