Vuelve el fuego
EN LOS últimos tres días se han quemado más de 17.000 hectáreas de bosque en Cataluña, en el límite entre Barcelona y Lleida, tras juntarse dos frentes de fuego que no han podido frenar los bomberos y voluntarios, auxiliados por toda la flota de extinción aérea disponible en España. Sólo este incendio supera a la superficie española de arbolado calcinada el pasado verano. Después de tres veranos benignos, con lluvias y temperaturas moderadas, ha llegado la situación temible de un típico estío reseco, en el que se ponen a prueba todas las políticas de prevención y extinción.A la vista de los resultados, hay que subrayar de nuevo el fracaso de los responsables de estas políticas, en este caso, la Administración autonómica catalana. Es verdad que todo conduce a culpabilizar a las altas temperaturas y a la sequedad de la atmósfera y del suelo. El bosque mediterráneo tiene el inconveniente dramático de que los años de lluvias sirven para acumular, en forma de matorrales, la dinamita que prenderá en cuanto se produzcan unas condiciones atmosféricas favorables a la propagación del fuego. A menos, claro está, que exista una prevención eficaz.
Algo ha mejorado la política forestal desde el verano de 1994, cuando desapareció un cuarto de millón de hectáreas de superficie arbolada en España. Para empezar, los tribunales se han decidido a ejemplarizar imponiendo fuertes condenas a los responsables dolosos de incendios en el bosque. Ha aumentado el personal y el material de prevención. Y se han desarrollado planes para favorecer el mantenimiento de los bosques en buenas condiciones por parte de sus propietarios.
La Generalitat catalana ha avanzado en su política de prevención y vigilancia. Y, sin embargo, el fuego ha vuelto; la prevención ha sido inútil; la vigilancia, insuficiente, y la extinción, ineficaz. Posiblemente falla la única prevención efectiva, que es mantener el monte como si de un parque natural se tratara, en perfecto estado de revista, algo que está en contradicción con el éxodo agrario, el abandono de las explotaciones y las dificultades para hacer rentables los bosques. Su limpieza y mantenimiento en condiciones es carísima, pero los daños que ocasionan estos incendios incontrolables, en pérdida de vidas, en destrucción de bienes y en daños irreparables al patrimonio medioambiental, debieran justificar con creces unas inversiones que a largo plazo serán rentables.
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