Culebrón vs serpiente
ENRIQUE CERDÁN TATO Hace algunos años, el universo de cada día revoloteaba del hallazgo a la necesidad. En verano, el reportero costeaba de Peníscola a Campoamor, asándose entre las chapas de su cochecito, sin que el ventilador en el salpicadero lograra levantar ni una pizca de aquel aire húmedo, ardoroso y lastrado de humo y colillas de ducados. A veces, el reportero salía con un destino de gozos: sus confidentes de la hostelería, del comercio o de algún club naútico le habían confirmado la presencia de un famoso por los alrededores o de un acontecimiento deportivo de dudoso interés, pero susceptible de manificarlo. Otras, el reportero partía hacia la nada, con la desazón consumiéndole los alientos y el monedero. En esas ocasiones, después de visitar una playa tras otra, un hotel tras otro, una urbanización tras otra, el reportero se sentaba al reparo de un chiringuito, pedía una docena de sardinas asada y media botella de vino, y se inventaba una historia: una amante secreta del sha de Persia; un alto dirigente nazi que ocultaba su identidad en un valle de cerezos; o un jeque campechano, podrido de petrodólares y esposas, al que había podido llegar entre gorilas y promesas de no revelar ni su nombre ni su paradero. El reportero escribía en su libreta, con lamparones de aceite de pescado y fresa helada de tarrina, una entrevista o un reportaje apasionante, muy periodístico y veraz. Luego corría a un teléfono público y se lo dictaba a un magnetófono. Era las seis o las siete de la tarde, y aún tenía tiempo de contemplar los primeros pechos de la transición que un grupo de jóvenes extranjeras ponían a flote en el Mediterráneo posfranquista. Si se revisan los periódicos de aquella época se encontrarán espléndidas ficciones, relatos impresionantes y conversaciones de calado económico, político o filosófico, entre sorbo y sorbo de White Horse: El reportero no sólo ejercía la objetividad, sino que se la inventaba. Era su serpiente de verano. Ahora se impone el culebrón del GAL o de Clinton. Pero ningún redactor jefe se hubiera tragado entonces que un presidente de EEUU organizara un bombardeo contra su becaria y una fábrica de aspirinas. La realidad se miente.
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