Olas de agua dulce
El que no se contenta es porque no quiere. Si a Madrid siempre se le ha puesto una pega, ésa ha sido la carencia de playa marina. A falta de mar se ha tenido que inventar las playas del Manzanares a su paso por El Pardo, o las del Alberche. En Villanueva de la Cañada, playa, lo que se dice playa, no es que haya, pero por lo menos hay olas más grandes que en cualquier orilla del Levante español, tan plagado ahora de madrileños. En este pueblo del noroeste, de 10.000 habitantes, a 27 kilómetros de la capital, se levanta el que dice ser el parque acuático más grande de Europa: Acuópolis. Con una media de 2.400 visitantes por día, hasta el pasado viernes más de 175.000 personas habían visitado esta instalación desde que abrió sus puertas a finales de junio, cifra a la que no se llegó el año pasado, cuando cerró la temporada (150.000) y que es sensiblemente superior a la que se preveía.
Lo que pasa es que las olas no las provoca la naturaleza, pero para darse un revolcón en ellas, qué más da. Claro que el suelo no es de arena y el restregón en el duro cemento puede traer otras consecuencias. Las turbinas que mueven la enorme masa de agua de las dos piscinas de oleaje de Acuópolis son prudentes. No levantan las olas en exceso para que no rompan bruscamente ni se rompan los bañistas. A pesar de estar juntas, nunca funcionan a la vez los oleajes de las dos piscinas (Rompeolas, la más suave; Atlantic Surf, la más fuerte). Cada 10 minutos, para descanso de socorristas -están por todos los lados, pero no tienen cien ojos-, el oleaje se para para volver a iniciarse, pasados otros 10 minutos, en la piscina de al lado. Siendo chocante ver olas tan altas en Madrid, aunque se provoquen artificialmente, no son Rompeolas ni Atlantic Surf las atracciones más espectaculares de Acuópolis.
Otras 14 hacen las delicias de quien es capaz de pasar, por 1.700 pesetas si es adulto o 1.150 si es niño, un día entero subiendo y bajando, siempre rodeado de agua fresca -y dulce, ahí saca ventaja al mar-, por rápidos, puentes, toboganes, tubos, flotadores, cascadas y cuevas o simplemente relajándose en sus remansos. En este enorme parque de atracciones acuático a la que más respeto se la tiene es a la Superslide, conocida popularmente como Kamikaze. Desde 18 metros de altura caen cuatro toboganes de 42 metros de largo: dos casi en vertical y los otros dos con dos insignificantes repechos que suavizan la caída. "Si te tiras tú, me tiro", decía un inseguro adolescente a su amigo, tan poco atrevido como él. Habían aguantado casi 20 minutos en la cola y aún querían echarse atrás. El silbato del socorrista les puso en su sitio: "Rápido chavales, que estáis formando más cola". Apenas 10 segundos duró su caída, nada comparado con la espera.
"Mira", dice el gracioso de una pandilla, "la camiseta de los socorristas está patrocinada por una marca de arroz". Sus cómplices menos listos le reían la gracia según veían lo de SOS en las espaldas de los mentados. Una plantilla de 56 vigilantes, dividida en dos turnos, vela por la seguridad del recinto y sus 16 atracciones. Con sólo 20 años, David lleva tres de socorrista en Acuópolis y ahora es uno de los tres jefes de zona. Con ocho socorristas a su cargo, el viernes supervisaba varias atracciones. "Atendemos más accidentes terrestres que acuáticos", aseguraba David sin dejar de mirar a su alrededor y atento al walkie-talkie.
Y es que las advertencias para que los niños no corran se leen por todo el parque. Aun así, los resbalones son inevitables, lo mismo que el intento de algún avispado por ligar con las socorristas a pesar de que en sus sillas de observación puede leerse: "Consultas sí, conversación no". No todo el mundo se para a leer la cantidad enorme de carteles que intentan prevenir los accidentes y solicitan la precaución de los usuarios. El viernes, el tubo número tres del llamado Zig-Zag, permaneció 20 minutos parado por culpa de un bañista que escondió sus gafas en el bolsillo del bañador. En el trayecto se le cayeron y los socorristas armados de gafas de buceo y una redecilla no pararon hasta encontrarlas.
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