Impresiones de la fiesta
La calle Ercilla poblada de terrazas. Hay un escenario sobre el que se suceden las actuaciones musicales. El cronista pasa por ahí mientras cantan unos cubanos. Suena el estribillo... "de tu querida presencia, Comandante Ché Guevara". La multitud que disfruta de la tarde-noche se muestra complacida por la música, indiferente al mensaje. El cronista recuerda un álbum de Carlos Puebla, que hizo historia, donde junto a esa canción se recogían muchas otras de alabanza al régimen castrista. Pero nuestro tiempo no sólo está predispuesto a la amnesia, sino incluso protegido contra la inmunodeficiencia ideológica. De hecho, los tranquilos usuarios de las terrazas, que están de muy buen ver, comparecen impasibles a las letras subversivas. Todos sabemos que las canciones están para lo que están, y no para promover revoluciones, como acaso sí pensaba, ingenuamente, el bueno de Carlos Puebla. El cronista se aleja de la zona sin saber si el grupo cubano la emprenderá con otras celebradas melodías del mismo repertorio, por ejemplo, aquella que decía: "Se acabó la diversión / llegó el Comandante y mandó parar". No hubiera temido la fiesta ante semejante amenaza. Txosna del PP, donde se reúnen reconocidos militantes. En ella hay un grupos de presuntos escoceses, ataviados con kilts. Se les denomina presuntos porque apenas alzan un metro sesenta del suelo, y son gorditos y morenos. De pronto la música enmudece y se encienden nuevos focos: ha llegado el vicepresidente del Gobierno. El color folclórico de los presuntos caledonios se desvanece: todo el mundo se arremolina alrededor de Paco Cascos. Quizás se hacen interesantes declaraciones al calor de las alas de las gaviotas. El cronista juega a mostrarse distante, aunque mantiene la esperanza de que la perspectiva le ofrezca alguna imagen fidedigna del legendario dirigente. La fortuna no le sonríe, pero tampoco se va apesadumbrado. Circulan por la ciudad agrupaciones de punkis, de reducido número y aún más reducida edad. La música anglosajona promueve a cada tanto nuevas identidades tribales y lo punk fue una de ellas. Pero, Dios mío, Sid Vicious murió en 1979. Lo que ocurre es que lo punk se ha transformado en una nota más de la Semana Grande, y la estética se mantiene, contra viento y marea, aunque pasen los años y las décadas. Los punkis que acoge la villa en fiestas son tiernísimos, y desde luego no representan ya una forma de vida: son temporeros del antisistema, trabajan sólo en verano. Sin duda durante el resto del año acuden al instituto, o quizás a la primaria. El cronista continúa su itinerario y comienza a beber. Es ya la madrugada. De pronto imagina el perfil intimidatorio del vicepresidente complementado por un peinado punk (por razones oscuras, no resulta del todo inverosímil), mientras a lo lejos resuenan las canciones revolucionarias de Carlos Puebla llamando a la resistencia contra los norteamericanos. Parece que todo se confunde. En efecto, conviene a partir de ahora pasarse al botellín de agua. Y seguir vivo.
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