Sevilla se vuelca ante la "boda del año"
La duquesa de Alba lleva huevos a las clarisas para que el sol agasaje a su hija Eugenia
Víspera del enlace del torero y la duquesa de Montoro, de Francisco Rivera Ordóñez y María Eugenia Martínez de Irujo. Peluquería en el barrio de la Huerta de la Salud. Diez y media de la mañana. La encargada dialoga con una marquesa sobre la conveniencia de abrir mañana (hoy) dos horas antes, para colocarle la mantilla y atender a las circunstancias. Cuando la clienta se va, hecha un pincel, la peluquera repasa el grueso de la problemática de la jornada, esto es, la boda del día siguiente, cómo colocar los peines a unas y otras, la que se va a liar con el tráfico. La peluquera no va a asistir a la ceremonia, pero sabe que tendrá mucho trabajo, ya que, comenta "este barrio está infestado de sangre azul". Gracias a ello, la periodista, circunstancial clienta, encantada de que el Cielo la haya inspirado para hacerse el secador, y hacérselo precisamente ahí, capta por boca de la peluquera el meollo de la cuestión, que días anteriores han desgranado las habituales,mientras se probaban los moños para el gran día: dónde nos sentarán en el convite del cortijo, nos tocará al lado cualquiera (léase mundo del toro, farándula de medio o tres cuartos de pelo) o nos pondrán con los nuestros. Y es que ha cundido la especie de que los invitados serán acomodados por orden alfabético. "¡Cómo van a sentar a la marquesa de Las Torres con el abuelo de Paquirrín!", exclama la profesional del peine, sin dar crédito. "Ya lo decía la marquesa de La Granja: "nos pondrán a todos reliaos".
Otro detalle vital, claro exponente de las dos almas que convergen en la boda del torero y la aristócrata: "Dicen que la madrina se ha pintado la mantilla de azul. Se ha pasado siete calles", comenta la peluquera. Y eso que, para ella, tampoco en el bando noble es oro todo lo que reluce: "Muchas se compran el tinte en la droguería y se lo dan ellas", se resiente su alma de profesional y de comerciante.
El atuendo se ha convertido en algo tan fundamental en esta boda que la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, termina un comunicado sobre la colaboración del Ayuntamiento notificando: "Yo voy a llevar una falda larga gris, con una chaqueta del mismo color por encima, y aún no tengo decidido de qué color me voy a poner la mantilla".
Catedral. Puerta de San Miguel, por donde entrarán los novios a mediodía. En el trascoro hay ya millones de flores blancas y rosa pálido, arropando el altar ante el que Francisco y María Eugenia se darán el sí. Un cuerpo de señores de azul oscuro con corbata y móvil en la oreja, cuida de que sólo la agencia Efe acceda al templo, ya que tiene la exclusiva de las fotos del sí, quiero.
Parece que la Casa de Alba se ha tomado en serio la frase de Cayetano, el padrino, de que se trata de la boda de la tercera infanta. La lucha por la credencial periodística tiene lugar en El colmaíto de Cai, una taberna que le gusta mucho a la Duquesa madre -la Duquesa y basta- y a la que se acerca en volandas, entre pisotones, rotura de vasos y avalanchas para dar las gracias a los informadores, y opinar, muy sencilla, que le parece "exagerado" el seguimiento de la boda, porque es una boda "normal, pero con más gente". Pelirrojísima para la ocasión, dice que Eugenia está un poco nerviosa, y que se pondrá una liga azul, prestada por una amiga suya. Ella ha llevado huevos a las monjas clarisas para que a su hija le haga "un día fenomenal y mucho sol".
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