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La piel de la ciudad

"Estoy lleno de tatutajes:/ mis recuerdos son tatuajes,/ hasta mi pasado es un tatuaje,/ cada mano en la mía es un tatuaje". Pedro Casariego.La ciudad está tatuada como un cuerpo. Todo es su piel: el aire, las fachadas y la gente. Hay extrañas consignas impresas en los muros y dibujos en brazos de los que sólo sus portadores disfrutan el secreto.

En la calle San Lorenzo, esquina con la calle San Mateo, alguien ha estampado, con el orden de las letras de molde, una inscripción que proclama: "No más sal, ojos". Cientos de adolescentes se agolpan los fines de semana a los pies de este verso y muchos se apoyan con indolencia contra esta página de la ciudad, leyendo el tiempo. Puede que la espalda que apoyan también esté tatuada, porque ahora tatuarse es un orgullo. "Lo profundo es la piel", dijo Paul Valery.

Todavía muchos conservan un pánico expreso a lo indeleble. Como si todo no fuera para siempre. Pero estos nuevos jóvenes quieren marcar su cuerpo, quizá empiecen a estar hartos de lo efímero, de lo prescindible, de lo superficial. Y los alrededores de la plaza de Barceló, de Malasaña o de Chueca, son su barrio y éste es su momento y quizá intuyan que la adolescencia es un tatuaje permanente.

También Patricia era adolescente hace 20 años. Entonces tenía 16. Era hija única y vivía con sus padres en una casa bonita, en la ciudad de Santa Fe (Argentina). Iba al colegio. Era una adolescente impetuosa, delegada de curso. Una tarde fue secuestrada por un comando del Ejército. Ella los esperaba; varios compañeros de su colegio ya habían desaparecido. Durante dos años y ocho meses fue presa y torturada. Patricia ha venido estos días a declarar a Madrid, a contar a un juez inesperado el relato de su adolescencia. Su piel es tersa. Si el torno de un tatuador marcara cada una de las heridas invisibles de su cuerpo, cada una de las humillaciones infligidas por sus torturadores, Patricia se volvería borrón nuevo de la Historia, un inmenso tatuaje de la culpa. Pero Patricia tiene unos ojos tan brillantes y una sonrisa tan fácil que tatuó de luz la Plaza de la Villa de París para que se hiciera una justicia que borrase esa mancha como si fuera un láser.

Qué feliz coincidencia con la clausura final de las celdas franquistas. Aunque ni un rayo divino podría fulminar la memoria, por más que en la calle del Pez, sobre la piedra de una vieja iglesia, pueda leerse: "Alzheimer Presidente". Ni siquiera ahora que hemos sido informados de que el arzobispado de Madrid ha emprendido la "misión extraordinaria" de captar devociones en los campus. La cárcel de Carabanchel ya fue en sus tiempos campus de cultivo de la Santa Fe. Hoy podría ser convertida en viviendas o en un hospital. Pudiera ser demolida, desaparecer, no ser vista, pero jamás podrá borrarse su recuerdo de la piel de esta ciudad, un recuerdo negro como la tinta que tatuaba sentencias.

Así que mejor los diseños étnicos o geométricos en las espaldas de los adolescentes, los duendecillos inocentes en el vientre, las pequeñas estrellas en los tobillos, los delfines, los caballitos de mar en las muñecas. Mejor el enigmático tatuador de edificios que quizá por las noches recorre la calle Libertad, se sube silencioso a las paredes, no pierde el equilibrio, camina de otro modo, con los ojos, quizá, mirando las cosas como un ángel o como un espía inadvertido. En algunas fachadas ha dejado sus huellas amarillas. Y, debajo, una frase: "Con los pies en el suelo".

Mejor los tatuajes de amor. También Paul Auster ha venido a Madrid y ha evocado insistente el real y redentor misterio del amor. Algunas personas locamente enamoradas tatúan cada instante con miradas y caricias la piel de aire de esta ciudad. Unos se han tatuado, de hecho, su cuerpo enamorado. El amor tiene un cuerpo adolescente y su piel tatuada es un pacto con el único tiempo deseable. Porque el cuerpo adolescente de los enamorados sabe que la tinta sólo ha seguido el dibujo que ya estaba en la piel, que ya había sido grabado por los ojos, por la boca y las manos del otro adolescente. Un tatutaje de amor es un poema eterno, una mirada feliz al infinito.

Mejor el amor.

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