"Quedamos cuatro y ya no tenemos concha"
Sólo tres teatros públicos madrileños tienen profesionales que "dan letra" a los actores que olvidan el papel
Perdida su concha, se han convertido en especie en extinción. Y nada tienen que ver con los caracoles, ni con ciertos moluscos: su hábitat son los escenarios, que se han visto obligados a abandonar. "Sólo quedamos apuntadores en teatros oficiales. Los privados no quieren saber nada de nosotros, porque suponemos un sueldo más", explica Blanca Paulino, la profesional más veterana en el arte de "dar letra" a los actores que se quedan en blanco.En Madrid el teatro remonta el vuelo, después de una larga crisis. El público aumenta, las salas (algunas reabiertas) superan con largueza la veintena, pero los apuntadores escasean. Sólo en tres escenarios (uno municipal y dos estatales) se mantiene la figura de este ángel de la guarda. "Hay uno en el teatro Español, otro en el María Guerrero y en el de la Comedia somos dos", enumera Blanca Paulino. Cuatro jinetes para el apocalipsis que padece un actor cuando olvida el texto en plena representación.
Con todo, ha habido tiempos peores que los actuales: en la década pasada, Paulino era la única de su oficio con trabajo más o menos estable. Ahora, a los 45 años, ya ha cumplido sus bodas de plata en la tarea.
-¿Cuándo empezaron a desaparecer los apuntadores? -En los años setenta, cuando las compañías dejaron de actuar con repertorio. Al dejar de representar dos o tres obras distintas cada día, lo que que provocaba frecuentes confusiones de los actores entre los papeles que desempeñaban en cada pieza, los empresarios prescindieron del apuntador y taparon las conchas. De paso, se ahorraban un sueldo.
-¿Usted llegó a soplar desde una de ellas?
-Sí. Era como un cajón incomunicado bajo el escenario. El público sólo veía una especie de tejadillo en forma de concha. Resultaba un poco claustrofóbico, pero era más fácil concentrarse allí que en el sitio donde estoy ahora: una silla en la primera caja del escenario.
Oculta en el lateral derecho, Paulino sigue cada representación con el libro en la mano y la incomodidad en el cuerpo. El asiento es duro y casi tan vetusto como el teatro. Además, el trasiego de técnicos y actores entre bastidores no es buen aliado para la atención que precisa la apuntadora. "La concentración es todavía más difícil cuando te sabes el texto de memoria", puntualiza. Aunque escondida del público, Blanca tiene que ir vestida de negro: la sopladora debe ser invisible aún en caso de emergencia.
Invisible, sí; inaudible, no. Cuando la sopladora percibe que un actor va a perder el hilo empieza a apuntarle el texto, antes incluso de que el artista mire hacia ella "con ojos aterrados".
-¿Cómo se apunta?
-Para dar letra proyecto la voz sacándola desde el diafragma.
Blanca se separa de su interlocutora, sentada en el patio de butacas del teatro de la Comedia. Desde unos cinco metros de distancia hace la demostración: "Si el actor no me oye a la primera, repito el texto. ¿Se me oye?"
Y se la oye. "Los espectadores no suelen darse cuenta", prosigue Paulino ya sin apuntar. "Si un silencio dura más de 10 segundos, es la catástrofe y hay que echar el telón. A mi no me ha ocurrido nunca".
-¿Son frecuentes los fallos?
-Calculo que en dos de cada diez funciones tengo que dar letra. Los actores suelen necesitarla más que las actrices. -Después de tantos años entre bastidores, ¿no le tienta debutar en el escenario?
-Hice pinitos de actriz, pero llegué a la conclusión de que no valía para eso. Lo único que me fastidia de mi oficio es que en este mundillo el apuntador no tiene nunca la razón: siempre es para el actor.
Si la obsesión de los artistas es olvidar su papel, la de Blanca es no dar letra cuando ellos la requieran. "Llego a soñar con eso. Este trabajo produce mucho estrés", confiesa. Esta tensión, más las dolencias de espalda que causa la incómoda silla, han llevado a Paulino a practicar yoga. "Además me ayuda a mejorar el control mental que necesito durante las funciones".
-¿Es más difícil apuntar en obras en verso que en prosa?
-Sí, sin duda. En general, tengo que dar más letra en las escenas intimistas, porque el actor se mete tanto en el papel que puede olvidar el parlamento.
Blanca, que estudió para secretaria de dirección, logró su primer empleo como tal en el derribado teatro Goya, en 1972. "La primera vez que oí un ensayo desde el despacho sentí el flechazo por la escena. Tres meses después, me convertí en la apuntadora de la sala y no volví a pisar una oficina", relata. Tampoco ha dejado de soplar desde entonces, pero siempre con contratos eventuales: "No hay apuntadores fijos". En este tiempo ha visto desaparecer otro oficio vinculado al arte de Talía: el jefe de clac que dirigía los aplausos. "Ahora los mutis lo son de verdad", dice.
"¿Cómo en tanta mudanza podré tener del tiempo confianza?", se pregunta Blanca. Y de paso apunta a Lope de Vega. Como cada tarde, libro en mano de La estrella de Sevilla.
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