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El rostro del poeta

Lo que ahora, en la lejanía, parece estar hecho de materia más volátil en la obra, por otra parte imperecedera, de Jean Marais es precisamente lo que le dio más fama, aquella inmensa popularidad de que gozó en el cine europeo inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial gracias a sus habilidades de elegante seductor, de espadachín y de aventurero intrépido y con un toque de refinamiento.Era un excelente comediante, además de un hombre muy culto, pero se le habría tragado el olvido de no haber sido llevado por Jean Cocteau más allá de sí mismo, al otro lado de la frontera de la excepcionalidad, en aquellos vendavales de furia surrealista y romántica que fueron Orfeo y La Bella y la Bestia, dos películas asombrosas en sí mismas, pero inconcebibles sin la presencia del actor, pues fueron ideadas, escritas y filmadas para él, quizá como un tributo de amor, como la prolongación en la pantalla del largo idilio entre el poeta y su rostro elegido.

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Porque Jean Marais salió de aquellas dos asombrosas aventuras de la imaginación convertido en eso, en el rostro de Cocteau, el rostro del poeta, como si éste hubiera logrado hacerse visible a través de él.

Ambas películas llevan dentro a su vez otros dos inolvidables idilios de rostros. El roce de los ojos claros de Orfeo y la mirada negra y almendrada de la Muerte, permitió enfrentar los rasgos griegos, casi esculpidos, del actor con la oscura mirada de niebla encendida de la actriz española María Casares.

Y en La Bella y la Bestia, aquel torturado prodigio de la máscara -quizá la más poderosa creada por el cine, tras la del Frankenstein de Boris Karloff- del actor en contrapunto con la casi irrealidad del rostro transparente de Josette Day.

Son dos choques de altísima tensión lírica, dos monumentos del cine de amor loco, dos dobles miradas al otro lado del espejo, inimaginables sin Marais y esas dos sombras de mujer, una sobre el espejo oscuro de María Casares y otra sobre los ojos líquidos de Josette Day. Y es el cine más allá del cine, aventurándose en los territorios de una de las más poderosas y enigmáticas aventuras de la poesía de este siglo.

No existiría sin Jean Marais la poesía filmada de Cocteau. Está hecha conjuntamente por la escritura, la mirada y la presencia de dos gigantes frágiles y abatidos, que dieron vida juntos a un capítulo bellísimo, raro e irrepetible del cine europeo.

Asombra su delicadeza y su refinamiento, la magnitud de la osadía de sus imágenes, la peculiarísima cadencia de dos relatos cinematográficos que parecen más recitados que relatados. Se murió del todo el poeta Jean Cocteau al morirse el rostro de Jean Marais.

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