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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vacío político turco

LA ANUNCIADA caída en una votación de censura del Gobierno minoritario de Mesut Yilmaz, por supuesta corrupción, arroja a Turquía al limbo político en el peor de los momentos posibles, cuando es mayor la necesidad de un liderazgo claro en este país musulmán de 65 millones de personas. Aunque la incertidumbre política no es nueva en Turquía, un cúmulo de circunstancias adversas multiplica el efecto de la última crisis.Ankara mantiene estos días un encendido pulso con Italia (su principal valedor político ante la UE y aliado en la OTAN) por la extradición del jefe de la guerrilla kurda, Abdulá Ocalan. Esta disputa -cuya estridencia se debe en parte a que Yilmaz sabía inevitable su derrota parlamentaria del miércoles- puede a su vez deteriorar las siempre frágiles relaciones turcas con la Unión Europea, su referente político inmediato y principal socio comercial, que habían mejorado desde la cumbre de Cardiff, en junio pasado. Turquía afronta, además, una fase de declive económico, lejos ya el 7% de crecimiento de los tres últimos años, y sin la rápida instalación de un nuevo Gobierno le será difícil obtener dinero en los mercados internacionales y asegurar el servicio regular de su deuda interna.

El fragmentado Parlamento turco ha destronado al derechista Yilmaz, jefe del partido laico de la Madre Patria, por entender que él y su ministro del Tesoro se han manchado las manos tratando con delincuentes. Concretamente, por sus supuestas conversaciones, denunciadas este mes en televisión, con un magnate abiertamente vinculado a la mafia antes de que éste comprase por 600 millones de dólares un banco estatal en dificultades. La penetración del crimen organizado en los entresijos del Estado no es una novedad en Turquía. Yilmaz, sin embargo, se atribuyó la inspiración de una campaña de manos limpias en los asuntos públicos cuando asumió en julio de 1997 la jefatura de un Gobierno de coalición, tras un golpe blando de los omnipotentes militares turcos contra el Gobierno proislamista del Partido del Bienestar.

Yilmaz sigue en funciones y el presidente Suleimán Demirel tiene 45 días para ensamblar un nuevo Gabinete o designar a un primer ministro que conduzca a Turquía a unas elecciones anticipadas, previstas inicialmente el próximo abril, con 20 meses de adelanto. En el fragmentado paisaje parlamentario turco, dividido entre laicos y religiosos, los partidos aconfesionales -trufados de rivalidades personales- discrepan incluso sobre las opciones para una coalición provisional. En una democracia estabilizada y en tales circunstancias, Demirel acudiría probablemente al partido más votado, el de la Virtud (sucesor del proscrito del Bienestar), islamista de oposición, con 144 diputados. Pero Turquía, pese a sus aspiraciones europeístas, es un régimen tutelado todavía por sus generales. Y los militares, que tienen la última palabra y se consideran garantes del secularismo de Ataturk, se oponen a un Gobierno encabezado por la primera fuerza islamista del país. La resolución de la crisis se convierte así en abierto rompecabezas.

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