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Los confines de Europa: Kosovo

Se atisba la paz en Kosovo. Es la mejor noticia del año para los europeos. No podía ser que en nuestro suelo tuviese lugar una lucha fratricida que rompía en pedazos los principios básicos de nuestra convivencia democrática, tras el siglo más cruento de nuestra historia. Sin embargo, la paz en Kosovo, que es la paz en Europa, no puede ser cualquier paz, ni menos la paz de los muertos o la paz del exilio y la deportación. La historia de los Balcanes está plagada de estas falsas paces y así le ha ido la historia a aquel rincón de Europa. En 1995, el profesor Alfons Cucó, en su calidad de comisionado del Consejo de Europa, elaboró un informe pormenorizado sobre el conflicto de Kosovo que ha sido publicado hace poco -junto a otros semejantes sobre Grecia y Turquía- en un libro editado por la editorial Afers y la Universitat de València titulado Els confins d"Europa. Este informe puede ayudarnos a entender cómo la carnicería de Milosevic en Kosovo ha contado con el silencio o incluso el apoyo de gran parte del pueblo serbio. Quizá ésta sea una de las claves del conflicto y uno de los mayores errores de Occidente: creer que las brutalidades con el pueblo albanokosovar son producto de una dictadura y que acabando con la dictadura se acaba con el mal. Si hay una constante secular en aquellos parajes es que, desde las inmigraciones eslavas en el siglo VII, estas etnias se han sentido superiores y han tratado de dominar a sus convecinas. Los imperios turco y austrohúngaro contuvieron tales amenazas pero, a su vez, contribuyeron a dificultar el futuro promoviendo, por intereses estratégicos, los desplazamientos masivos. La islamización, durante la dominación otomana, de gran parte de los antiguos del lugar, los ilirios (de los que los albanokosovares se sienten descendientes), permitió delimitar con mayores rasgos las diferencias interétnicas entre serbios (el pueblo eslavo dominante) y albaneses. Para aquellos, la historia de los Balcanes comienza cuando ellos llegan y se precisa con sus batallas, sus victorias y sus derrotas. Los demás no cuentan. Las fronteras han cambiado mucho (Kosovo es actualmente parte de Serbia sólo tras las guerras balcánicas de 1912-13), pero el sentimiento de raza superior ha estado presente en la visión de la región por parte de los serbios. Ellos debían de definir la antigua Yugoslavia, ellos son los únicos que tienen derecho a fronteras (cuando más amplias, mejor) y ellos son los que pueden limpiar étnicamente su sagrado suelo patrio, con crímenes y deportaciones masivas, sin que sus conciencias se sientan indispuestas. Porque Milosevic, como Hitler hace medio siglo, lo único que ha hecho es exacerbar y manipular sentimientos populares. El problema de fondo viene de muy lejos como se explica convincentemente en el informe del profesor Cucó. La democracia ayudará a cambiar las cosas, pero tan importante como eso es que el pueblo serbio entienda que todos los pueblos son iguales y que la convivencia interétnica se asienta en la tolerancia y en el respeto mutuo. Sólo así será posible una paz verdadera y estable en los Balcanes (y en Kosovo en particular). Porque en los confines de Europa se están poniendo en juego de manera dramática los principios democráticos de la convivencia de las personas y de los pueblos sobre los que se está construyendo la Europa del siglo XXI.

Vicent Soler es profesor de Estructura Económica de la Universidad de Valencia.

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