Greene aún no ha tocado su techo teórico
La juventud del nuevo plusmarquista mundial, la ausencia de viento a favor y la posibilidad de mejorar su salida permiten augurarle otro récord
Hasta hace bien poco, el lesionado Donovan Bailey defendía su récord mundial de los 100 metros a través de su página en Internet: "Antes de afirmar que puede batir el récord del mundo de 100 metros, Maurice Greene debería demostrar primero que puede igualar mi marca de 9.84", declaraba ofuscado al comprobar cómo la prensa estadounidense le relegaba al olvido y se hacía eco de las arrogantes pretensiones de Greene. Después de todo, un récord mundial en una distancia de tan reducido margen para la mejora no se bate en apenas tres años, debía de razonar mientras preparaba su retorno a las pistas. Ayer, superada su lesión, alteró su discurso con un escueto "los récords están para batirse. Enhorabuena". En la prueba reina de la velocidad, cada récord parece el definitivo. En este caso, sin embargo, existen datos que permiten auspiciar nuevas rebajas, impensables recortes al cronómetro: Maurice Greene no ha alcanzado todavía su madurez atlética (cumplirá 25 años el próximo 23 de julio), cifrada en torno a los 28 años, por lo que cabe todavía la posibilidad de esperar nuevas y sonadas explosiones de sus músculos. Y algunas razones técnicas alimentan igualmente las esperanzas: el entrenamiento puede ayudar al estadounidense a mejorar su capacidad de reacción en las salidas (el miércoles fue el último de los participantes en ponerse en acción), con lo que rebañaría preciosas milésimas de segundo. Sin embargo, las mayores posibilidades de recortar su estratosférica marca remiten a la meteorología: las normas homologan todo récord obtenido con un viento favorable inferior a los dos metros por segundo. El miércoles, corrió prácticamente con viento nulo (0,2 m/s), sin beneficiarse de tan apreciado empuje. Greene ya sabía lo que significaba correr en 9.79. Paró el cronómetro en ese punto el 31 de mayo de 1998, en Oregon, pero favorecido por un viento de 2.9 metros por segundo.
Pese a todo, Michael Johnson sigue siendo el más rápido en las comparaciones relativas: Greene alcanzó una velocidad media de 36,772 Km/h, sensiblemente inferior a la obtenida por el campeón olímpico de 200 metros en la carrera que le consagró en Atlanta 1996 (37,267 km/h), si bien en esta segunda prueba no influye tanto la salida.
El miércoles, la carrera de Greene recordó a la que concedió el oro y la plusmarca mundial (9.86) a Carl Lewis en los Mundiales disputados en Tokio hace ocho años. Igual que Lewis, los primeros apoyos de Greene resultaron mediocres; los últimos, sublimes. Sin embargo, Greene encontró en esas primeras zancadas aparentemente deficientes toda la inercia que le propulsó en una recta fantástica, un ejercicio de precisión técnica. Como una metáfora de la voluntad que le ha permitido triunfar como velocista, Greene recorrió los primeros metros con el cuello doblado en un ángulo que no le permitía ver otra cosa que el suelo y el movimiento de sus zapatillas. Un gesto de obstinación mientras sus piernas arrancaban impulsos al tartán. Cuando alzó la vista, Boldon le superaba. De hecho, le superaban casi todos sus rivales. Pero ya estaba lanzado. Alcanzó a Boldon, su compañero de entrenamientos, a mitad de recta, cuando el cronómetro marcaba cinco segundos de carrera. Resistió Boldon dos segundos y contempló como se abría un abismo entre ambos en los últimos 30 metros. Ahí conquistó su récord Maurice Greene. Mantuvo su velocidad máxima en la frontera de la desaceleración, allí donde los especialistas exhiben cálculos fisiológicos para declarar que el cansancio agarrota los músculos, crispa las zancadas y obliga al atleta a sobrevivir con la inercia acumulada. Carl Lewis también había terminado en tromba en la cita de Tokio. Recorrió los últimos 40 metros en apenas 3.40 segundos, los más rápidos de la historia. La carrera de Greene pareció más regular que la de su compatriota, más sostenida y precisa. Algo así como un homenaje a la virtud plástica. Y al equilibrio. Greene dio 45,5 zancadas; Ben Johnson necesitó 51 (lógicamente más cortas) en sus 9,79 fraudulentos; y Lewis, 43 zancadas cuando logró el récord con 9,86. Curiosamente, Bailey dio también 45,5 pasos, como Greene.
La calidad de su ejercicio remite, según los especialistas, a la calidad de su entrenamiento. Un día antes de que se disputara la final de los 100 metros en los Juegos de Atlanta, Greene condujo su coche desde Kansas City para presenciar la gran cita en el estadio olímpico. Vio triunfar a Bailey, asistió a su récord formidable y estalló en un desconsolado llanto de frustración. Por aquel entonces, lesionado, decidió dar un golpe de timón a su carrera. Al Hobson, su entrenador de siempre, saltó por la borda. Adiós al pasado; de viaje a California.
Enrolado en el grupo de trabajo de John Smith (responsable de los éxitos de Quincy Watts, en 400 m., y Kevin Young, en 400 vallas en los Juegos de Barcelona, así como del doblete de Marie Josée Pérec en Atlanta) Greene se ha convertido en el velocista más regular de los últimos tres años, realidad que explica su progresión y que hace verosímil su tiempo. En 1993 anotaba 10,43 segundos; en 1995, 10,19; en el año 1996, 10,08; bajó a 9,86 en 1997; y el año pasado también se situó por debajo de los 10 segundos: 9,99.
Los debates giran ahora en torno a los límites del ser humano, igual que hace 11 años cuando Ben Johnson ensució la credibilidad del deporte después de dejar fraudulentamente el récord en 9,83 (Roma, que fue anulado) y 9,79 (Seúl, si bien en este último ni siquiera se homologó, al descubrirse el consumo de anabolizantes). Los escépticos se aplican ahora en recordar que el salto en la evolución de los récords mundiales propiciado por el estadounidense es enorme. Sin duda lo es, y más si se tiene en cuenta que el estado óptimo de forma de los atletas debería coincidir con el Mundial de Sevilla, el próximo agosto.
Y pensar que Greene acudió a Atenas más interesado por la prueba de 200 metros que por la que le ha colocado un aura divina...
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