Candidatos y maniquíes
Sería un error pensar que en Madrid ha ganado las elecciones la derecha. En Madrid ha ganado El Corte Inglés. Fíjense en el traje cruzado de Álvarez del Manzano o en las maneras de jefe de planta de Gallardón. Cuando a la gente le falta el cariño verdadero, el sexo verdadero, la política verdadera, coge el coche y se va de compras, para calmar la ansiedad. No todo el mundo se realiza comprando, desde luego. Hay quien se queda en casa y combate su fracaso sentimental o su decepción histórica vaciando compulsivamente la nevera o mordiéndose las uñas hasta la segunda falange. Se abstienen de votar, en fin, porque no aceptan sucedáneos. Y eso es lo que significan las candidaturas de Ruiz Gallardón y Álvarez del Manzano: sucedáneos de lo que debe ser un proyecto político. En tiempos, Franco se inventó la democracia orgánica como sustituto de la democracia a secas, pero fracasó porque no había quien se la tragara debido al exceso de conservantes, colorantes y materia fecal. Luego, la derecha pasó unos años terribles, viendo cómo le construían el Estado unos chicos con muy mala pinta, que sin embargo les hicieron las reformas laborales, que ellos no sabían cómo, y las reconversiones industriales, que también ignoraban. Incluso inocularon en el contribuyente una cultura fiscal que la derecha desconocía por completo, pese a que muchos de sus dirigentes eran inspectores de Hacienda en el exilio, o en excedencia, ahora no caigo. El caso es que cuando por fin llegaron al poder se dieron cuenta de que no tenían ideas. En otra época la falta de ideas se sustituía con gritos: se suponía que el que más gritaba era también el más ideologizado. Algunos, como Fraga, acompañaban sus aullidos con puñetazos sobre la mesa o la extirpación de teléfonos sin anestesia. Y les funcionaba. Pero ya en plena democracia sacaron a Miguel Ángel Rodríguez y a Cascos a dar voces, incluso a dar tortas, y vieron que la cosa no marchaba. La gente quería ideas también. La gente acababa de volver la espalda al PSOE porque se había olvidado de las ideas. Y al no encontrarlas en un sitio ni en otro, vieron a un señor con el traje cruzado y a otro con sonrisa de jefe de planta y se dijeron: ya que no tenemos amor, vayámonos de compras.
Algunos lectores, cuando ven una trama un poco cuidada piensan que se encuentran ante una novela policíaca. El PP de Madrid vio una organización que funcionaba bien, como El Corte Inglés, y la confundió con una ideología (cuando salta a la vista que es una religión). El caso es que pensaron que ése era el modelo de éxito a seguir y se pusieron el traje cruzado y la sonrisa. No sería raro que en Génova, y ante el retroceso de Álvarez del Manzano, estén pensando en fichar para las próximas municipales a Emilio Tucci, que no sabemos si existe o es un personaje de ficción, como el fumador de Camel o Mister Proper. Y no quiero dar ideas, que éstos son muy capaces de presentar a Mister Prosper y ganar. Lo que no quiere decir que la gente no sepa cuándo come por hambre y cuándo por desasosiego; cuándo compra por necesidad o por combatir la tristeza; cuándo son las Rebajas y cuándo la Semana de Oro.
Así que en Madrid hemos tenido dos fenómenos -la abstención y el voto a El Corte Inglés- que significan lo mismo: que la gente está desesperada. Si la izquierda, incluso la izquierda a la que nos estamos refiriendo, supiera leer esta desesperación, de aquí al 2.000 podrían suceder muchas cosas, todas buenas. Escuchen de qué manera tan sencilla explicaba el alcalde socialista de Fuenlabrada, José Quintana, su éxito: "Voy a los barrios, escucho a la gente y sigo sus consejos". En Fuenlabrada, cuando la gente vaya al Hipercor, no tendrá dudas de que está comprando para llenar la nevera y no para llenar el vacío existencial de una política miserable, sin horizonte. Hay quien se entrega al alcohol cuando fracasa en el amor, en los negocios, en la vida. Madrid se ha entregado a un jefe de sección y a un jefe de planta de El Corte Inglés. No tenemos nada contra estos señores, ni contra los grandes almacenes, de los que somos adictos, pero cada uno en su sitio y Dios en el de todos. Cuando lleguemos a la conclusión de que una comunidad o un municipio no son sino grandes superficies, llamaremos al mismo Isidoro Álvarez para que nos gobierne, pero mientras continuemos pensando que la gestión política y la empresarial no son la misma cosa, preferimos candidatos de carne y hueso y no meros maniquíes, por pulidos que vayan.
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