JOSEP PONS "Papageno" y los números rojos
E n las últimas semanas el director artístico de la Orquesta Ciudad de Granada ha dedicado su cerebro por la mañana a meditar sobre la pantanosa contabilidad que amenaza con arruinar el principal proyecto cultural de la ciudad y por la tarde a preparar el estreno en Barcelona de La flauta mágica, de Mozart, según la versión escénica de Els Comediants. Mientras Josep Pons saltaba de los números rojos a las arias de Papageno, de la oscuridad de la deudas a la exaltación vocal de la Reina de la Noche, encontró tiempo para enviar una carta al alcalde de Granada, Gabriel Díaz Berbel, exigiendo la atención debida a la orquesta y el fin de un periodo inestable, que dura varios años Al menos en apariencia la carta ha surtido efecto. Su batuta, en la ópera, también. ¿Es exagerado que el director musical español que más parabienes ha recibido por la calidad imaginativa de la programación tenga que dedicar la mitad del día a defender su orquesta de la iniquidad de los políticos? En Granada, no. En esta ciudad la música sinfónica arrastra inevitablemente el contrapeso del libro de contabilidad y del desconcierto. Como una condenada. El trabajo de un director de orquesta es proclive a la ambivalencia y a la paradoja. A Pons, por ejemplo, le aterra todo el ritual de los conciertos: el traje oscuro, la manía de prohibir los aplausos entre las partes de una obra, las salidas y entradas al final de una ejecución, pero él mismo participa en el ceremonial. "Es mi contradicción", dice. Una contradicción que espera resolver en algún momento de su carrera. Tiempo tiene. Josep Pons nació hace 41 años en Puig-Reig, un pueblo de la comarca catalana de Beguerdà, cerca del Pirineo, que poseyó un castillo donde vivieron los templarios. Ahora sólo tiene la montaña, la montaña del rey, que eso significa el nombre catalán. Sus comienzos musicales, aunque centrado en la música clásica, fueron todo lo misceláneos que cabe en la carrera de un director de orquesta. Su primer trabajo lo consiguió en una orquesta de baile; el primer disco que grabó fue bautizado con el nombre más prosaico que quepa imaginar, Cosas; cooperó con la Nova Cançó; participó en grabaciones de Raimon y Martina Rossell; preparó arreglos y acompañó al piano... La experiencia de aquel músico adolescente se había fraguado durante cinco años en el monasterio de Montserrat, el centro religioso de Cataluña. En 1967, con diez años, ingresó en la veterana escolanía. Hubo un tiempo en que casi todos los escolanos acababan de frailes. Aquella época había pasado y Pons no se convirtió en fray Josep. Los hábitos habían cambiado y los niños del coro cantaban composiciones sagradas de Palestrina pero al mismo tiempo exploraban piezas de Boulez o Ligeti. Con una formación así no extraña que después de abandonar la escolanía, en 1971, dirigiera, al mismo tiempo, orquestas de baile y la interpretación de severos motetes. El proyecto más ambicioso fue la fundación en 1985 de la Orquesta de Cámara del Teatro Lliure, un conjunto especializado en el repertorio musical del siglo XX que pronto fue reclamada en Francia, Inglaterra, Italia y Portugal. Su llegada a Granada, en 1994, fue fruto de una decisión democrática. Los músicos de la orquesta mediante votación fueron los que eligieron por mayoría a Pons para que recondujera una etapa -otra más- de confusión. Fue una determinación atinada. Desde entonces, la orquesta granadina es una de las formaciones más versátiles, capaz de convertirse en una big-band para acompañar a Miguel Ríos y Ana Belén en un recital de canciones de Kurt Weill o estrenar una ópera perdida de Donizetti. Lo que la crítica ha destacado ha sido la fantasía con que Pons he confeccionado la programación, llena de piezas que no se escuchan por lo habitual en una sala de conciertos. "La restricción del repertorio", ha declarado, "ha hecho mucho daño. Siempre se toca lo mismo y hay que reivindicar mucha música que están considerada injustamente de segunda categoría". Sólo hay una música que está dispuesto a combatir, al par que afila su ingenio: los chirridos recurrentes con que ciertos políticos se obcecan en acompañar la existencia de la orquesta de Granada.
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