Hollywood bis
MANUEL TALENS En 1968 el director de cine Costa Gavras realizó una película que estaba destinada a inaugurar un subgénero fílmico aún vigente: la política-ficción. Me refiero a Z, con Yves Montand en su papel estelar. En ella se narra el asesinato, por parte de la derecha militar, del diputado Lambrakis. A pesar de su indudable buena voluntad y de su carácter izquierdista y militante, la crítica más radical de entonces no le perdonó que fuera un tramposo producto de consumo, reprochándole con cierta justicia su intriga palaciega, que se complacía en narrar los mecanismos infames del poder, mientras que el "pueblo" brillaba por su ausencia. En su última escena, la Z (del griego zoo, viviente) en plano cenital venía a significar que si bien Lambrakis había muerto, su ejemplo permanecería eternamente. Hace casi treinta años que vi Z, pero sus imágenes me han venido a la memoria durante los cinematográficos telediarios electorales y guerreros de este mes de junio. ¿Qué tiene en común esa letra, recluida al final de nuestro alfabeto y maltratada por canarios y sudamericanos -que la pronuncian como "s"-, con la política celtibérica? Mucho, ya que es el grafema que empareja la exitosa ficción descafeinada del filme de Gavras y la ficción aún más descafeinada de dos exitosos comediantes del patio de Monipodio actual: Aznar y Zaplana. Hubiera podido completar un póquer de ases con Arzalluz y González, asimismo zeteros y auténticos maestros en el arte de venderle a la gente el sol que calienta en la pared, pero están en declive mediático, pues el vasco es un remake estrafalario de Raza y el sevillano, que entró en la lucha de clases decidido a pervivir como Sacco e Vanzetti, ha degenerado en abuelo Cebolleta. Opté, pues, por limitarme a los Laurel & Hardy del momento: The José María and Eduardo PP Band. A ambos, hermanados ya desde el bautismo por la zeta del apellido, los une el apego a lo audiovisual ("me ven, luego existo") y la insoportable levedad metafísica del centro. Sólo se diferencian en un asunto de pelillos sobre el labio, pero eso tiene fácil arreglo, pues sus discursos y sus sonrisas ensayadas ante el espejo son tan semejantes que si el cartagenero se maquillase con apéndice chaplinesco podría suplantar al vallisoletano, muy en el estilo de aquella otra película que se llamó Yo fui el doble de Montgomery. En el universo cibernético del Matrix pepero los protagonistas son intercambiables, tanto más cuanto parecen salidos del celuloide intemporal: si Aznar está considerado como el sosia perfecto de Charlot, Zaplana es el vivo retrato del guardabosques que ejerce su oficio junto al Oso Yogui. Quién sabe, esto de la cosa pública se parece tanto a Hollywood -y los políticos al reparto de la superproducción de turno- que a lo mejor un día vemos a Clinton cabalgando junto a Aznar y en realidad se trata de Yeltsin (con rijoso puro en la boca) y de Zaplana (con casto bigote postizo), mientras que el gringo bueno y justiciero de Arkansas (con antifaz) se hace pasar por el Zorro para marcar con la Z a los malos del mundo y nuestro presi (con uniforme y sombrero de ranger) le dice al Oso Yogui en la pequeña pantalla que cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, incluso si España va bien.
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