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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Proyecto, proyecto

Julio Anguita ha conseguido aplazar hasta el 20 de julio la decisión sobre su eventual dimisión. Para entonces deberá estar listo un plan de reformas elaborado por una comisión, de la que forma parte el propio coordinador general de IU. Pero ya ha advertido que su continuidad estará condicionada a que esas reformas no cuestionen "el proyecto". El programa es adaptable, pero el proyecto es permanente. Una crisis de liderazgo a pocos meses de las elecciones generales puede no ser el mejor método para recuperar ese millón largo de votos perdidos por IU. Pero la música autoexculpatoria que suena detrás de este tipo de disquisiciones entre proyecto y programa tampoco parece el remedio para sacar a Izquierda Unida de su deriva hacia la marginalidad. De la nueva sesión de psicodrama celebrada el sábado han salido propuestas de viraje en cuestiones de táctica, métodos de funcionamiento y estrategia de comunicación. Incluso hubo quien planteó la contratación de espacios en las emisoras de radio para llevar el mensaje directamente al público, sin tergiversaciones. La de político es una profesión dura, y es grande la tentación de buscar explicaciones a los fracasos en errores circunstanciales (problemas organizativos) o conspiraciones exteriores (el complot de la prensa). Sin embargo, hay motivos políticos que explicarían por sí mismos el declive de IU.

Quienes embarcaron a Anguita en la teoría de las dos orillas le consuelan ahora asegurándole, con el apoyo de encuestas ad hoc, que los votos perdidos no han ido al PSOE, sino a la abstención. Aunque fuera cierto, ello no anularía la conclusión de que esa sectaria teoría ha sido un factor decisivo en la desafección de la mitad de su electorado.

En España, la identificación ideológica es el factor fundamental en la decisión del voto; pero, por eso mismo, los electores suelen ver con sospecha actitudes que consideran incoherentes con la propia tradición. Por ejemplo, que un partido de izquierda declare la guerra mundial a la dirección de CC OO, o que decida purgar a su ala ilustrada (Nueva Izquierda) o a las organizaciones de Cataluña y Galicia por reivindicar cierta autonomía para su política de alianzas. Ya se vio que los votantes andaluces de IU no entendían la pinza con el PP en su comunidad, y muchos de los votantes de Euskadi y de toda España tampoco entienden que IU se convierta en la coartada de izquierda del frente de Lizarra. O que desborde a los nacionalistas de cualquier territorio reclamando la autodeterminación universal.

No se trata, por tanto, de problemas puramente organizativos o de manipulación mediática, sino de línea política: de actitudes que no se entienden, por sectarias o por extravagantes. Si tales actitudes forman parte consustancial del proyecto o sólo del programa no pasa de ser cuestión de eruditos.

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