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Hay otra manera de hacer política

Hay otra manera de hacer política desde el centro-izquierda. La entrevista a Joan Romero y los artículos de Ricard Pérez Casado, Joaquín Azagra, Emèrit Bono e, incluso, las incisivas -con frecuencia muy lúcidas- colaboraciones de Segundo Bru o el contundente Big Bang de Andrés García Reche nos reconcilian con una manera de entender la política que muchos desearíamos que fuere la señal de identidad de los partidos progresistas y, particularmente, del que tiene el reiterado encargo de los electores de liderarlos, el PSPV. Los últimos resultados electorales han dado buena cuenta de la importante pérdida de credibilidad que se ha sufrido. Partiendo de la autocrítica, pues, urge una profunda reflexión para volver a conectar con los anhelos, los intereses y las preocupaciones de nuestra sociedad. Una sociedad que, por cierto, ha cambiado profundamente en los últimos años, en buena parte gracias a las políticas redistributivas de la renta que los socialistas practicaron desde el Gobierno. En este sentido, estas elecciones también han puesto de relieve que sectores cada vez más numerosos -las llamadas clases medias urbanas- surgidos de estos cambios, están pidiendo respuestas al centro-izquierda que no acaba de saberlas enhebrar. En todo caso, las reflexiones deben comenzar por el interior de las organizaciones políticas. Por ejemplo, la atmósfera castrense que reina en el seno de la organización de los socialistas valencianos no es la mejor para echar adelante un proyecto integrador y participativo que permita que este partido afronte con garra las próximas elecciones. Casi dos años de desestabilización programada no pueden enmascararse con expedientes, amenazas y miedos, sino con un profundo cambio de actitudes de todos y singularmente de los que ahora detentan legalmente el poder orgánico, al que han accedido, por cierto, como desenlace de aquella desestabilización programada. Es evidente, además, que la convivencia y tolerancia en el seno de una organización política progresista -que permitan la integración y participación de sus afiliados- forman parte sustantiva de su acervo ideológico. La reflexión también tiene que alcanzar al papel del partido en la sociedad, más allá de presentar ofertas electorales cada cuatro años. Por ejemplo, cómo relacionarse con los ciudadanos independientes con los que se comparte una buena parte de los valores de progreso. Una actitud de permanente ósmosis de sus inquietudes y un marco cómodo de relación mutuamente satisfactoria y libre dicen también mucho de los valores no patrimonialistas ni excluyentes que ha de tener un partido de izquierdas. En este sentido, cómo no darse con un canto en los dientes, por ejemplo, de que una persona como Ramon Lapiedra colabore con el partido y que lo siga haciendo por muchos años. Y, por supuesto, junto con los problemas anteriores, la reflexión ha de centrarse en temas capitales como, entre otros, el modelo de Estado, la preservación del Estado del Bienestar o la política exterior y de seguridad. En el primer tema, manteniendo posiciones coherentes con nuestra condición de ciudadanos valencianos, defendiendo el federalismo asimétrico que permita la compaginación de los valores de la solidaridad con el de nuestra especificidad cultural, lingüística y nacional. En el segundo, superando el engañoso dilema Jospin-Blair. Porque ambos responden a sendas tradiciones políticas seculares muy particulares: una parte de la Revolución Francesa y de una mayor presencia del Estado en la sociedad y, la otra, de Adam Smith y de un sedimento menos estatalista. Aquí, con un Estado del Bienestar hecho deprisa y corriendo durante los últimos veinte años, difícilmente nos puede encajar plenamente un modelo u otro, aunque de ambos se pueden obtener enseñanzas provechosas. En el tercer tema, planteando nuestro papel en Europa y del papel de ésta en conflictos como el de la antigua Yugoslavia. No es fácil aceptar que podamos cerrar los ojos ante atrocidades que ocurran en nuestro propio suelo, aunque sea en una esquina. Tampoco era fácil decidirse por una solución de fuerza a una generación que se ha alimentado de un antibelicismo militante. En todo caso, los asuntos de seguridad merecen una profunda reflexión para que se avengan con los principios de solidaridad y de respeto a los derechos humanos de los que la izquierda ha de ser cultivadora infatigable. Pero la realidad es muy tozuda. Aquí tenemos miles de personas con carné de partido dilucidando otras cosas, la mayoría en clave interna, en buena parte propiciado por una dirección que ha hecho de estas cosas su razón de ser. Condimentadas, además, con la sal gruesa del sectarismo, la vacuidad de las políticas y el enfrentamiento artificial entre compañeros. Es un regalo excesivo para esta derecha insaciable de poder y dinero que nos gobierna. Hay otra manera de hacer política desde el centro-izquierda y urge ponerla en marcha antes de que los acontecimientos devoren las esperanzas de un futuro mejor para la mayoría de los valencianos.

Vicent Soler es profesor de Estructura Económica de la Universidad de Valencia.

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