Lo visible
"Lo visible es sólo un ejemplo de lo real", escribió el pintor y poeta Paul Klee, y su sentencia ha ido ganando peso y sentido a medida que pasaba el tiempo, según la humanidad iba adentrándose en el futuro, en esta época devoradora de novedades y descubrimientos que salta de las redes de Internet a los teléfonos digitales, que empieza a ver cerca la llegada de los viajes turísticos al espacio o los seres clónicos. En medio de todo eso, hay una idea que se extingue, que cada vez es más lejana y más débil: la idea del pasado. ¿Por qué? Las cosas envejecen cada vez más rápido, la gente debe esforzarse cada día un poco más si quiere tener una vida último modelo, si pretende estar al tanto, en la onda. ¿Cuántos electrodomésticos revolucionarios o milagrosas máquinas móviles aparecen cada mes? ¿Cuántos libros, cuántas películas, cuántos discos? El mercado es como una gran hoguera donde todo arde deprisa, produce un resplandor y desaparece. Dentro de esa hoguera, las cosas que más brillan son, a menudo, las que antes se deshacen. Una de las ventajas del verano es que en esta temporada el ritmo se ralentiza, desciende a medida que las ciudades se quedan sin gente a la que venderle algo. Es entonces el momento de las reposiciones, de los pasos atrás. Mientras esperan la avalancha de estrenos de otoño, mientras aguardan el advenimiento de Stanley Kubrick y Tom Cruise y Nicole Kindman, algunos cines de Madrid están, por ejemplo, programando viejas películas, largometrajes de Ernst Lubitsch, de James Whale y convirtiendo, por tanto, la ciudad en una ciudad diferente, en un lugar donde Marlene Dietrich enciende un cigarrillo en una escena de Ángel, o Boris Karloff asusta a los niños desde El doctor Frankenstein o La novia de Frankenstein. Sentado en la sala, el espectador que acaba de ver hace muy poco la grandiosidad hueca de una cosa como The Matrix, el gato por liebre de Jim Jasmusch en Year of the horse o las aburridísimas nuevas versiones de Psicosis y La momia, sólo puede salir de una manera de las obras maestras de Lubisch y Whale: hechizado, lleno de nostalgia por un arte que fue el reino de la sutileza y la apoteosis de la poesía en movimiento, antes de convertirse con demasiada frecuencia en una sucesión de malos guiones y deslumbrantes efectos especiales. ¿No se hace ahora buen cine? Por supuesto que sí, y no hace falta nada más que ver Los idiotas, de Lars von Trier, o Celebración, de Thomas Vinterberg, para comprobarlo; pero el placer de encontrarte cara a cara y a tamaño natural con las obras de Alfred Hitchcock y El hombre invisible en el Pequeño Cine Estudio de la calle Magallanes, o ver Dersu Uzala y otras maravillas de Korosawa en el cine Doré de la Filmoteca Española, es algo especial, incomparable.
A veces, mientras se avanza, también se retrocede. Uno mira hacia la época de James Whale, se sienta a mirar el glorioso blanco y negro -como decía la publicidad de la época- de El hombre invisible y luego lo compara con Dioses y monstruos, la pedante y afectadísima biografía de su creador, James Whale, filmada por Bill Condon, y no puede más que sentirse damnificado. Tal vez es que ya se han dicho demasiadas cosas como para que pueda decirse algo nuevo. Tal vez es que todo ha cambiado tanto que lo que siempre fue verdad, ahora es inimaginable, por ejemplo el viejo mito de que cuando un gran creador muere, su trabajo se revaloriza, se empieza a tratar con una dosis suplementaria de respeto, es contextualizado correctamente y adquiere ese volumen que sólo logran las obras acabadas, las que tienen un principio y un fin inalterables. Una hermosísima metáfora de esa antigua verdad está en una frase que pronuncia, precisamente, un médico de El hombre invisible, cuando Claude Rains agoniza después de que le hayan disparado al ver sus huellas sobre la nieve: "Al morir, se hará visible", dice ese médico. Me temo que, si fuese ahora, James Whale habría tenido que suprimir esa frase, cambiarla por algo así como: "En cuanto muera, echarlo a un lado para hacer sitio". Qué le vamos a hacer. En cualquier caso, hasta que llegue septiembre y las llamas se reaviven, podemos disfrutar de las reposiciones, volver a pisar ese pequeño fragmento del paraíso.
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