Una nueva generación de dirigentes árabes sustituye a los líderes históricos
Una nueva generación de dirigentes árabes ha irrumpido con fuerza, en poco menos de seis meses, y ha empezado a sustituir a los líderes históricos. Este proceso comenzó el 7 de febrero, cuando el rey Abdalá II, de 38 años de edad, reemplazó a su padre, Hussein, fallecido como consecuencia de un cáncer tras haber gobernado Jordania durante casi 47 años. Este relevo fue como un aldabonazo que anunciaba el principio de una nueva era.
Al relevo en la corona jordana le ha sucedido, como si se tratara de una ficha de dominó, el del trono marroquí, donde un nuevo monarca, Mohamed VI, de 35 años, acaba de reemplazar a su padre, el rey Hassan, fallecido el pasado viernes, tras 38 años en el poder.Los cambios en Marruecos y Jordania no son hechos aislados. El panorama en los países árabes está cuajado de dirigentes políticos, muchos de ellos líderes de la independencia o de los primeros años poscoloniales, que están a punto de cumplir un ciclo vital. En sus últimos años en el poder tratan de asegurarse una sucesión ordenada, sin sobresaltos ni tensiones. Algunos lo han conseguido; otros no han logrado aún sacar a su país de la incertudumbre.
¿Cuantos años más -por ejemplo-, podrá permanecer al frente de Siria el presidente Hafez el Asad? El Asad, el león en árabe, ha cumplido los 70 años, parece cansado, tiene una salud precaria y un heredero en fase de formación y aprendizaje: su hijo Bashar, de 35 años, que, desde hace cinco, inició un curso acelerado de administración y política, tras abandonar la carrera de médico oftalmólogo que estudiaba en el extranjero. Bashar fue llamado por su padre con urgencia a Damasco, para sustituir en la sucesión a su hermano Basel, fallecido el 21 de enero de 1994 como consecuencia de un accidente de automóvil cuando había empezado a asumir ciertas tareas de Estado. Lo mismo le sucede al dirigente palestino Yasir Arafat, que acaba de cruzar el umbral de los 70 años, y al que los periódicos sensacionalistas le diagnostican con frecuencia todo tipo de enfermedades más o menos terminales. La sucesión de Arafat al frente del embrión del Estado Palestino es insegura. La falta de previsión sucesoria se demostró en 1992, cuando el avión de Arafat sufrió un accidente en el desierto de Libia y todo el mundo le dio por muerto. El pánico cundió rápido en la sede de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A pesar de ese precedente, aún no ha sido aprobada resolución alguna para garantizar la sustitución de Arafat -conocido también con el nombre de guerra Abu Ammar o el afortunado-, en caso de fallecimiento. En los pasillos del palacio presidencial de Gaza, o en las oficinas de Ramalha, se señala a Mahumd Abas como el más probable sustituto de Arafat. Este político, secretario del comité ejecutivo de la OLP, ministro de hecho de Exteriores y uno de los padres de los Acuerdos de Paz de Oslo, tiene un defecto: difícilmente contaría con el apoyo mayoritario de todas las corrientes palestinas.
Más de 25.000 candidatos
Arabia Saudí se enfrenta también a una sucesión incierta. El rey Fahd, a sus 78 años, es un monarca enfermo. Su hermano, el príncipe heredero Abdalá, otro ilustre septuagenario, dos años más joven que él, ha tomado las riendas del Gobierno. En los últimos meses se ha abierto una peligrosa polémica en el reino: muchos son los saudíes que favorecen un cambio en el sistema sucesorio, para convertir a los hijos, y no a los hermanos, en herederos del trono. Esta iniciativa permite albergar esperanzas de llegar al trono a un buen número de miembros de una gigantesca familia real compuesta por más de 25.000 personas. Sólo el anterior monarca, el rey Saud, tuvo 45 hijos, de los cuales 25 aún viven.La familia de los Sabah, en Kuwait, se enfrenta también al problema sucesorio, aunque mitigado en parte por el jeque Jaber Al Ahmad Al Sabah, quien, desde que llegó al poder en 1977, ha tenido especial interés en colocar cerca del trono a su hijo Saad, al que la Constitución otorga el cargo de primer ministro.
La intuición de lo Sabah, al afianzar la continuidad de la dinastía, debiera haber servido de reflexión a otro líder histórico de la zona, Muammar el Gaddafi, de edad incierta -algunos aseguran que tiene 57 años, otros sostienen que alcanza los 64-, que gobierna en Libia desde 1969. Gaddafi no ha sabido o no ha podido, por el momento, designar con claridad a un sucesor, dejándo la decisión en manos de los llamados Comités de la Revolución.
En Irak, Sadam Husein intentó asegurarse el relevo en la figura de su hijo Uday, quien fue tiroteado en Bagdad en 1996, quedando discapacitado y, aparentemente, lejos del poder. Sadam, de 62 años de edad, lleva dos décadas en la presidencia de un país en el que tampoco se vislumbra un heredero indiscutible.
Un caso especial es Túnez. Zine Ben Alí logró la presidencia con un golpe de palacio con el que descabalgó en 1987 al líder histórico, Habib Burguiba, contra el que dictó una sentencia de incapacidad mental cuando éste tenía 84 años de edad. Burguiba acaba de cumplir los 96 en su retiro forzado en la bella ciudad de Monastir, en el sur del país.
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