Un cielo al año
TEREIXA CONSTENLAEs un alivio que el Sumo Pontífice de los católicos ponga las cosas en su sitio y la mano sobre el fuego y asegure que el cielo existe, aunque no se esconde entre las nubes. Genera una leve decepción averiguar que el paraíso celestial no se asienta sobre pompas algodonosas, en vez de losetas cutres, sobre las que flotan ángeles con el rostro de Humphrey Bogart tocando arpas bobaliconas y armónicas aguardentosas, que era la imagen trabajada durante años por una humilde aspirante a asistir al concierto en las filas delanteras. La postal era una superposición de estampas infantiles y perversiones posteriores. Cada uno tendrá la suya: una o ninguna. Juan Pablo II ha dicho algo trascendental, pero sobre todo lo ha dicho en un momento simbólico. Su rotunda aseveración sobre la existencia del cielo en algún lugar se produjo a su regreso de vacaciones. Repito. A su regreso de vacaciones. O sea, que el secreto celestial reside en que está en todas partes y en ninguna; y que un año cae en agosto y, al siguiente, en julio; y que en una inmersión breve te toca de concertista un ángel con cara de diablo y en otra te aburre tanto la compañía que acabas añorando el infierno. Porque el infierno también existe, lo ha dicho el sucesor de Pedro. Unos días después de la descripción celestial, cuando las vacaciones, en fin, se convertían en un ejercicio memorístico, el Papa habló del infierno. Por lo visto, y dicen de él que nunca se equivoca, a diferencia de Manuel Chaves, que comete traspiés con la boca la mar de divertidos, o de Teófila Martínez, que dijo algo de unos tirabuzones gaditanos con los que se hacía fanfarrones malagueños -a lo mejor fue al revés-, pues el Papa ya sabe que el infierno existe aunque no es un lugar y sí un estado de ánimo. Algunos espíritus se han llevado una gran decepción al descubrir que el reino de Lucifer no es "un estanque de fuego donde reina el rechinar de dientes" ni "un horno en llamas". Oye, que había gente encantada con la idea de un sitio caluroso hasta el sofoco poblado de cuerpos bronceados, liberados de ropas y condenados de por vida. Y, ahora, resulta que el infierno es un apartamiento de Dios, o tal vez de las vacaciones, que para algunos -y sin ánimo de blasfemar ni cometer perjurio ni tomar las vacaciones en vano- coinciden en esencia. Con la venia papal, eso del cielo y del infierno ya se sabía.
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