_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Zoon politikon

Sorprende que, después de las elecciones del 13 de Junio, su principal consecuencia apenas haya suscitado atención: la elevada abstención habida. En medio del optimismo de unos (que inmediatamente ha llevado a la ratificación de El Deseado candidato) y de la patética histeria de otros (pues a la pérdida de algo más de 480.000 votos en todo el país se ha sumado la adversa política de pactos post-electorales en muchos municipios y alguna cámara autonómica), el que una buena parte de la ciudadanía permanezca ajena a la elección de sus representantes políticos no es sólo el mal menor de cualquier democracia, sino que denota un problema de fondo sobre el que es necesario reflexionar, pues la esencia del sistema democrático es la participación interesada de los ciudadanos en la solución de la res publica. La difusión de ideas y prácticas democráticas es antigua, suscitando discusiones en torno a la noción de ciudadanía y el propio carácter de la representación política desde la vieja consideración aristotélica del hombre libre como zoon politikon, ese "animal cívico" que de forma natural desea desempeñar un cargo público en su comunidad bajo el imperio de la ley constitucional. El debate contemporáneo sobre la moderna democracia representativa continúa en gran medida atrapado en tales presupuestos clásicos, no faltando quienes denuncian la creciente separación entre el principio democrático de la soberanía popular y el creciente elitismo y autonomía de sus representantes políticos. No deja de ser una realidad esa profesionalización de la política, que corre pareja a la actitud apática de un sector importante de la ciudadanía, en especial de los más jóvenes. La rígida estructura interna de los partidos, la afloración de profesionales que viven de la política, la creciente tiranía del calendario electoral sobre el debate público y la falta de novedosas propuestas programáticas ante los retos sociológicos y ecológicos de un mundo en constante cambio son algunos factores que pueden explicar el divorcio entre representantes y representados. Las consecuencias son claras: el ejercicio de la política se reduce cada vez más a un círculo cerrado de iniciados, sean dirigentes o sean grupos de interés, burocratizándose y haciéndose opaca la gestión de los asuntos públicos. Quizá la tan manida y conservadora tesis del fin de la ideología no responda más que a los intereses de quienes manejan los entresijos de ese restringido mundo autorreferencial de la política en nombre de la gestión y la eficacia de manos de competentes tecnócratas; de nuevo aquello de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo" (la propia construcción de la Unión Europea es un magnífico ejemplo de déficit democrático). Pero tampoco conduce a mucho continuar exaltando la idílica imagen del pueblo. Lo cierto es que la reducción del espacio público está acompañada de un creciente déficit de cultura cívica participativa: de forma cómoda se exigen derechos, pero se olvidan nuestros deberes comunitarios como ciudadanos; sólo una activa minoría (generalmente muchos de esos jóvenes que no votan) se compromete diariamente con algunos de los problemas más próximos en sus comunidades a través de nuevos movimientos y organizaciones sociales, a los que sólo tímida y oportunamente se acercan los partidos políticos. Por su propia tradición, he aquí uno de los retos más importantes de la izquierda de cara a su recomposición. Más allá de cualquier pesimismo radical, es necesario plantear soluciones que permitan sortear los nuevos retos profundizando en las esencias democráticas, la soberanía participativa y la igualdad. Es cierto que las soluciones no son sencillas, pero tampoco suelen ser imposibles: en primer lugar, se debe comenzar por la democratización interna de los partidos políticos. En este sentido, hay que postular un nuevo modelo de organización política más abierta, plural, autocrítica y en la que los dirigentes sean circunstanciales en función de un programa. Un sistema de decisión vertical de arriba hacia abajo y una democracia interna aclamatoria y de fuerte base clientelar no son los mejores avales para cualquier partido que desee afrontar los retos de nuestras complejas y abiertas sociedades actuales. Concretamente, las formas de reclutamiento político y de toma de decisiones son esenciales si se quiere recomponer el panorama existente. Hasta ahora, la existencia de un liderazgo fuerte y el rígido control de la militancia y de los cuadros internos y en las instituciones continúa marcando la vida política de la mayoría de los partidos. Sin embargo, esta situación acaba conduciendo a que la práctica política se pudra, sobre todo en los escalones medios, como consecuencia del arribismo y la falta de responsabilidades: interesa más la proximidad a quien decide la continuidad en un cargo que a los propios ciudadanos. En medio de una agobiante falta de convicciones y de talento político, pero sobrada de adulación, la práctica cotidiana de la política lleva a primar, en numerosas ocasiones, al incondicional más que a la persona con iniciativa y capacidad crítica. Éste, por ejemplo, ha sido el principal problema del Partido Socialista, al que no permanecen ajenas otras formaciones que se tachan de centristas y que proclamaron la segunda transición. Ante tal postura, la renovación del proyecto socialista no puede discurrir simplemente dentro de unos límites permisibles para el aparato del partido, sea en Madrid o sea en Valencia. Esta recomposición del socialismo debe basarse sin remilgos en un nuevo proyecto y unas nuevas formas de hacer política que replanteen la relación entre el partido y la sociedad, implicando al mayor número de ciudadanos en la toma de decisiones y en la gestión de los intereses públicos a través de nuevos espacios de participación. Quizá así el llamado voto progresista tenga de nuevo un partido y los jóvenes se acerquen más a las urnas. Es de desear que una vez solucionados los problemas de convivencia y dirección dentro del PSPV, éste se convierta también en la punta de la discusión política sobre qué debe ser el socialismo a las puertas del siglo que viene. Francisco Sevillano Calero, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_