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Reportaje:

El señor diputado actúa en Madrid

El cantautor José Antonio Labordeta, ahora también parlamentario en Aragón, se sube al escenario del Galileo

Así que, al levantar la vista, veremos una tierra y a un hombre más bien bajo, de frente y cabeza más que despejada -mucho más, a qué engañarse-, de poblado bigote y que, si hablase, nos daríamos cuenta de que posee una voz fuerte y seca, pero con un poso de ternura, con timbres de amistad, allá en el fondo. Se llama Labordeta, José Antonio Labordeta. El Abuelo, en esto de la música.-Y a usted, ¿por qué le llaman El Abuelo?

-Ya ve, cosas que pasan. Yo es que en esto empecé muy tarde. Tenía 33 años y era el mayor de toda aquella generación de cantautores. Así que me empezaron a llamar El Abuelo y con El Abuelo me quedé.

-Pues fíjese que yo creía que era por su edad, la de ahora.

-Pues no señor, no.

Y el caso es que José Antonio Labordeta, tiene cumplidos los 64 años, o sea, que es un abuelo, vamos. Y a sus 64 años es diputado por la Chunta Aragonesista. Él, que nunca quiso ser nada en política, ahí esta, sentadito en su escaño del parlamento aragonés.

-La vida, que da muchas vueltas.

Y tantas. Él ahora recuerda, todavía, alguna de esas vueltas. Al padre, por ejemplo. Era de Izquierda Republicana y sufrió las represalias de los vencedores en aquellos años de posguerra dura y fría. Y recuerda la tristeza y la soledad de la casa. Y a los hombres que pasaban por ella, cuando salían de presidio. Las conversaciones en voz baja. El tazón de leche incapaz de matar un hambre tan vieja. El miedo. Él, niño que no levantaba tres palmos del suelo, miraba con ojos asustados aquel trasiego de gente pálida y flaca.

Vueltas de la vida. Así que, de vez en cuando, hay que levantar la vista hacia el pasado. Y revivir las clases en el Instituto. Las primeras canciones. La emoción de oír en los sitios más insospechados el Canto a la Libertad. Una canción que justo en este otoño cumple su cuarto de siglo. Una canción que, entonces, el prefirió guardar por miedo a que no fuera autorizada.

-Y, qué cosas, nunca me la prohibieron. Otras, sí. Ya ve...

Empezó a cantar en Francia. En Marsella, para ser más exactos. Amaba la canción francesa. Y, por eso, su primera canción fue en francés. Ahora ya no importa confesar que él cantaba para ligar. Y también puede confesar -han pasado tantos años- que él ponía voluntad y empeño, pero que quien de verdad ligaba era su amigo Carlos Lapetra, famoso interior izquierda del Zaragoza y que fue también internacional.

-En esto de la música todos sabemos que en las bandas, en los conjuntos que decíamos antes, el que liga es el batería. No se sabe por qué, pero es así.

En 1968 compuso Réquiem por un pequeño burgués. Un réquiem que terminó siendo una ranchera. Pero en fin. En 1976 era profesor de instituto. Franco había muerto. Pero tampoco aquello lo arregló todo. No era verdad que contra Franco se viviera mejor. Muerto Franco, todavía había gente que no iba a dormir a casa, ni acudía a clase. Por fuerza mayor, que diría alguien. Labordeta escribió entonces aquella canción que decía: "Hoy no ha venido a clase Ramón Cabeza". Y es que uno de sus alumnos no acudió aquel día, ni al siguiente. La policía le estaba impartiendo otras enseñanzas. Sabido es que la letra con sangre entra. Eran cosas que pasaban entonces. Ya casi olvidadas. No. La muerte de Franco, al principio, no cambió tantas cosas. Había policías de servicio en los conciertos. Policías como el que denunció a Labordeta por su actuación en el Barceló, en Madrid. Le impusieron una multa de 75.000 pesetas, una pasta, entonces.

-Nunca pude saber por qué canción me sancionaron.

Ahora, el diputado Labordeta, recuerda que fue Víctor Manuel quien en el aeropuerto de Milán, a punto de tomar un avión para España, le dijo que habían legalizado el PCE. Aquel sábado rojo, de júbilo, lo recuerda El Abuelo de muy distinta manera. Sintió entonces más miedo que alegría. Porque nadie sabía qué podría ocurrir. Y recuerda las carreteras solitarias y la gente como con miedo. El miedo tardó en desaparecer.

-Yo, fíjese, siempre he tomado las decisiones a contra tiempo.

-¿Y eso?

-Pues ya ve, en 1985, cuando los cantautores desaparecían, decidí dejar las clases y dedicarme profesionalmente a la canción. Un lince era yo.

Un lince que tuvo que buscar el pan para sus tres hijas escribiendo, haciendo televisión y cantando, claro. Y manteniendo el mítico periódico Andalán. Una de sus hijas es novelista y él tiene publicados libros de versos, de viajes y dos novelas: El comité y Cada cual que aprenda su juego. Dice Labordeta que la caída de los cantautores con la democracia, en parte, se debió al nombre que se les había colgado durante el franquismo: cantantes protesta.

-Es que parecía que estábamos dando siempre el coñazo, protestando. Y, la verdad, es que la mayoría de nuestras canciones hablaban de otras cosas, de amor, de sentimientos... Fue una etiqueta maldita que nos hizo mucho daño.

Ese daño que, sin embargo, nos enseñó a mucha gente que la vida tenía en ocasiones amargura y nunca olvido. Porque, se diga lo que se diga, los cantautores como Labordeta, Jaume Sisa o el propio Serrat fueron aprendiendo que la vida no sólo estaba colgada de una canción, sino que tenía la grandeza del recuerdo.

Fueron años difíciles. Cada uno cantaba lo que sabía. Y hoy, Labordeta podría recordar esos años oscuros en los que cada manifestación contra la OTAN acababa con su himno maravilloso. Posiblemente nunca supo que estaba escribiendo para la histopria. ¿Pero es que eso importaba algo? Nada importaba nada. Hoy los viejos cantautores están viviendo lo que poca gente ha vivido. Ellos han pagado con sus letras y sus músicas el precio de la libertad. Tampoco les importa demasiado. Porque ellos están convencidos de que la libertad se gana cada día.

Ahora, todavía, Labordeta, canta cosas de amor, de sentimientos, de la vida. Ahora, por ejemplo, en el Galileo Galilei, esta noche. Labordeta, el señor diputado, cogerá su guitarra y volverá a cantar aquella canción de hace -¡Dios, cómo pasa el tiempo!- ya 25 años. Ahora, esta noche, el señor diputado hablará de "un viento / que arranque los matojos / surgiendo la verdad,/ y limpie los caminos / de siglos de destrozos / contra la libertad". Y, como hace 25 años, aunque hayan cambiado tantas cosas, animará a levantar la vista y a buscar una "tierra que ponga libertad".

El diputado -los dioses le bendigan- sigue buscando esa tierra. Aunque sea desde el escaño.

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